Nihil Obstat | P. MartÃn
Gelabert Ballester, OP
Purgatorio, antesala del cielo
A veces se dice que el purgatorio es un infierno
temporal. Pero puestos a comparar el purgatorio con otros estados o situaciones
del más allá, la buena comparación no es con el infierno, sino con el cielo.
A veces se ha dicho y entendido que el purgatorio
es un infierno temporal. Pero puestos a comparar el purgatorio con otros
estados o situaciones del más allá, la buena comparación no es con el infierno,
sino con el cielo. El purgatorio es la antesala del cielo. Y por eso hay que
concebirlo, ante todo, en categorÃas de esperanza. Porque el que está en la
antesala, sabe que le queda muy poco para entrar en la sala; más aún, sabe que
la entrada en la sala es segura. Y cuanto más segura es la esperanza, más
fuerte es la alegrÃa. El purgatorio no es un lugar de pena, sino de alegrÃa por
el bien cercano.
Con todo, es mejor concebir el purgatorio no en
términos de lugar (antesala), sino en términos de “estado”. Y en vez de hablar
de lugar de purgación, hablar de estado de purificación. Visto desde la
perspectiva del encuentro con Dios, habrÃa que decir que el encuentro con el
inmensamente Puro requiere una situación adecuada y acorde de pureza. Para
encontrarse con el Santo es necesaria la santidad, para que el abrazo con el
Amor de los amores sea auténtico se necesita un amor purificado. Visto desde la
bondad de Dios, habrÃa que decir que no somos nosotros los que nos purificamos,
porque no sabemos ni somos capaces de conseguir la pureza que Dios requiere,
sino que es Dios quién nos purifica. Eso sÃ, nos purifica y hace que nosotros
nos purifiquemos.
El amor es purificador, madurador y acrisolador, pero también es plenificador. El momento purificador dará paso enseguida al momento de la plenitud
¿Y cómo nos purifica? ¿Castigándonos? No,
abrazándonos. El purgatorio es el primer momento del abrazo amoroso del Dios
que, desde siempre, nos ha estado esperando. En este momento primero del
abrazo, nos daremos cuenta de lo que mucho que nos ama y de lo poco que
nosotros le hemos amado. Y al darnos cuenta de ese gran amor y de nuestro poco
amor, experimentaremos una sensación de “vergüenza”, una sensación de
indignidad, que nos hará exclamar: “Señor, no soy digno de tu amor, no soy
digno de entrar en tu casa”. Y él nos sonreirá y nos levantará. La experiencia
de indignidad se convertirá en la experiencia de un gran amor. El amor es
purificador, madurador y acrisolador, pero también es plenificador. El momento
purificador dará paso enseguida al momento de la plenitud.
El dogma del purgatorio es el dogma del matiz. Ni
somos tan buenos como nos imaginamos, ni tan malos como se imaginan nuestros
enemigos. Somos frágiles, pero resulta que Dios ama lo débil, lo frágil; por
eso enaltece a los humildes y colma de bienes a los hambrientos.
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