Sábado santo | Sara de la
Torre SM
Acompañando a
María: «Volver a sentirlo»
Yo le debo a mi abuelo
Alfonso el haberme enseñado a rezar a la Virgen. Él me enseñó el consuelo que
reconforta cuando lloras con tu Madre. Lo que nunca tuve ocasión de decirle es,
que cuando hablo con Ella, el rostro al que le rezo es al de nuestra Virgen de
la Soledad. Y siento entonces que mis lágrimas son las que recorren sus
mejillas.
Cada año acompañar a la
Soledad el Sábado Santo se convierte para mí en un agradecimiento profundo por
sus caricias durante los 364 días restantes.
La Semana Santa de Zamora
late en mi corazón a ritmo de Thalberg. La carga de sentimiento no se diluye
año tras año, sino que se multiplica. Y todavía más exponencialmente los
últimos dos años, pandemia mediante, en los que pude salir acompañada de mi
hija, Candela. Al desfilar con ella en brazos, solo alcancé a exhalar un
suspiro de tradición que tiene la raíz en una fe que perdura, que nos acompaña y
que sostiene a María en la tarde de Sábado Santo. Cuando más sufre cuando está
sola, cuando ha perdido a su Hijo.
Esta sensación no se forja
en un año. Nuestra Semana Santa interior se construye con procesos que a veces
no entiendes pero que calan como la lluvia fina que cae mientras esperas las
Capas Pardas. Además, cuando vives lejos de casa, cada inspiración de nuestra
Semana Santa zamorana anima a sentirla más cerca, a pensar en las garrapiñadas
y hasta en el dos y pingada. Alentada quizá por eso, mi madre se empeñaba año
tras año en escuchar el pregón de la Semana Santa en Madrid. Cuando no levantas
un palmo del suelo, no lo entiendes, pero a medida que creces, casi lo
necesitas. Porque cuando creces, la Semana Santa deja de ser «vacaciones y algo
más», para convertirse realmente en ese «algo más». Es un momento
imprescindible, es la necesidad de vivir intensamente con tu familia y como
familia, en el sentido más amplio de la expresión. Después del año marcado por
la pandemia, con el estómago encogido a medida que se acercaba y veía que ni
por la derecha ni por la izquierda salía procesión, confirmando que ese año no
«levantaba la tulipa» en la puerta de San Juan, lamenté todos y cada uno de los
años que me quedé en lo externo y me olvidé de lo más importante, del sentido,
del interior, del lugar donde se cuecen nuestros afectos.
Este año quiero volver a
sentirlo. Quiero que con la mirada puesta en la Soledad, esos días se
transformen en un tiempo intenso de amor. De un Amor con mayúsculas que quiere
hacerse presente en nuestras vidas, cuando más necesitados estamos de afecto,
de cuidados y de abrazos y que cada año resucita sin que apenas nos demos
cuenta. Por eso, haremos ese esfuerzo por mirar más allá de la túnica, que
volverá a quedarse en el armario; haremos el esfuerzo de dejarnos seducir por
su verdadera esencia. Será la forma de agradecer que algunos todavía estamos y
de pedir por los que no están. Porque la Semana Santa de Zamora es mucho más
que desfiles. Cuando encontremos esa hondura, se forjará nuestra verdadera
procesión, la que nos enseñe a amar, y aprenderemos que, como le pasó a Ella,
amar muchas veces es sinónimo de sacrificio.
Candela tendrá que esperar
otro año para subir por Santa Clara, pasar frío en la Plaza de Alemania y bajar
por San Torcuato. Pero no dejará de visitar a la Virgen. No dejará de
acompañarla. Iremos, y al entrar miraré al cielo para pedirle a mi abuelo que
su fortaleza sea la mía a la hora de pasar el testigo. Porque la Semana Santa
de Zamora nace, crece y se transmite de generación a generación a través de los
corazones que siguen mirando al cielo.
Ecclesia Digital
*Texto publicado en la
revista IV Estación: radiografía de la Semana Santa de Zamora
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Promueve el diálogo y la comunicación usando un lenguaje sencillo, preciso y respetuoso...