Fe y Vida | El Vaticano
La Historia de las historias
La Sagrada Escritura es una Historia de historias.
¡Cuántas vivencias, pueblos, personas nos presenta! Nos muestra desde el
principio a un Dios que es creador y narrador al mismo tiempo. En efecto,
pronuncia su Palabra y las cosas existen (cf. Gn 1). A través de su narración
Dios llama a las cosas a la vida y, como colofón, crea al hombre y a la mujer
como sus interlocutores libres, generadores de historia junto a Él. En un
salmo, la criatura le dice al Creador: «Tú has creado mis entrañas, me has
tejido en el seno materno. Te doy gracias porque son admirables tus obras […],
no desconocÃas mis huesos. Cuando, en lo oculto, me iba formando, y
entretejiendo en lo profundo de la tierra» (139,13-15). No nacemos realizados,
sino que necesitamos constantemente ser «tejidos» y «bordados». La vida nos fue
dada para invitarnos a seguir tejiendo esa «obra admirable» que somos.
La experiencia del Éxodo nos enseña que el
conocimiento de Dios se transmite sobre todo contando, de generación en
generación, cómo Él sigue haciéndose presente
En este sentido, la Biblia es la gran historia de
amor entre Dios y la humanidad. En el centro está Jesús: su historia lleva al
cumplimiento el amor de Dios por el hombre y, al mismo tiempo, la historia de
amor del hombre por Dios. El hombre será llamado asÃ, de generación en
generación, a contar y a grabar en su memoria los episodios más significativos
de esta Historia de historias, los que puedan comunicar el sentido de lo
sucedido.
El tÃtulo de este Mensaje está tomado del libro
del Éxodo, relato bÃblico fundamental, en el que Dios interviene en la historia
de su pueblo. De hecho, cuando los hijos de Israel estaban esclavizados
clamaron a Dios, Él los escuchó y rememoró: «Dios se acordó de su alianza con
Abrahán, Isaac y Jacob. Dios se fijó en los hijos de Israel y se les apareció»
(Ex 2, 24-25). De la memoria de Dios brota la liberación de la opresión, que
tiene lugar a través de signos y prodigios. Es entonces cuando el Señor revela
a Moisés el sentido de todos estos signos: «Para que puedas contar [y grabar en
la memoria] de tus hijos y nietos […] los signos que realicé en medio de ellos.
Asà sabréis que yo soy el Señor» (Ex 10,2). La experiencia del Éxodo nos enseña
que el conocimiento de Dios se transmite sobre todo contando, de generación en
generación, cómo Él sigue haciéndose presente. El Dios de la vida se comunica
contando la vida.
El mismo Jesús hablaba de Dios no con discursos
abstractos, sino con parábolas, narraciones breves, tomadas de la vida
cotidiana. Aquà la vida se hace historia y luego, para el que la escucha, la
historia se hace vida: esa narración entra en la vida de quien la escucha y la
transforma.
No es casualidad que también los Evangelios sean
relatos. Mientras nos informan sobre Jesús, nos «performan» a Jesús, nos
conforman a Él: el Evangelio pide al lector que participe en la misma fe para
compartir la misma vida. El Evangelio de Juan nos dice que el Narrador por
excelencia –el Verbo, la Palabra– se hizo narración: «El Hijo único, que está
en el seno del Padre, Él lo ha contado» (cf. Jn 1,18). He usado el término
«contado» porque el original exeghésa to puede traducirse sea como «revelado»
que como «contado». Dios se ha entretejido personalmente en nuestra humanidad,
dándonos asà una nueva forma de tejer nuestras historias.
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