Convivencia | Pedro Barrado/VN
¿Estamos dispuestos a saludar?
El
pasado 10 de marzo, durante la recogida de medallas que acreditan la
pertenencia a las Cortes de Castilla y León, algunos procuradores
socialistas se negaron a saludar al nuevo presidente del Parlamento regional,
miembro de Vox.
Como
se sabe, tender la mano para estrechar la del otro era, en su origen, un modo
de decirle a ese otro que las intenciones que se llevaban eran buenas, ya que
se iba desarmado, con las manos vacías, libres de armas. Así pues, se puede
considerar que el saludo es la puerta que abrimos para poder encontrarnos con
el otro. Es como afirmar nuestra presencia ante el otro para decirle que
estamos ahí, dispuestos a entablar una relación amistosa o colaborar
con él de forma limpia y sin engaños. Obviamente, solo en el caso de que se
quiera mantener esa relación con el otro.
“Ve
con Dios”
No
es infrecuente que en el saludo intervengan elementos religiosos. Así, el
tradicional “adiós”, por ejemplo –que hoy parece perder terreno frente al más
anodino y habitualmente falso “hasta luego”–, no es sino una encomienda a Dios: “Queda
con Dios” o “Ve con Dios”. Dice Massimo Giuliani que “el saludo judío es
una ‘beraká’, es decir, una bendición. El mandato de decir esta ‘beraká’ cada
despertar matutino es teológicamente el saludo por antonomasia. Todo saludo es
una ‘beraká’ en cuanto que inaugura de nuevo el aspecto de estar vivos y
activos en el mundo. Todo saludo es una bendición para quien está a punto de
entrar de nuevo en nuestro mundo […] Quien recibe este saludo es como si
recibiera de su prójimo una ‘beraká’: una bendición para mantenerse ‘sano y
salvo’, sin enfermedades ni dificultades económicas, tanto él como su familia”
(Paolo De Benedetti / Massimo Giuliani, ‘Llevar el saludo. Los significados del
shalom’. Madrid, PPC, 2014, p. 13 y 22).
Así
pues, saludar va mucho más allá de la mera cortesía o de una urbanidad
elemental (que no debería pasar de moda ni dejar de ejercitarse, por más que el
otro nos resulte más o menos antipático). Es el inicio de una relación personal
que, si hacemos caso a Martin Buber, es justamente la que nos constituirá
a nosotros como verdaderos sujetos.
Publicado por Vida Nueva
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