Nuestra Fe | Juan Zapatero Ballesteros/FA
¡Feliz Pascua!
De
nuevo llega la primavera y lo hace, como cada año, brindándonos el mejor de los
regalos: la Pascua. Llega, también como siempre, intentando despertarnos del
largo, demasiado largo, letargo invernal, en el que da la sensación como si el
aburrimiento, el tedio, el absurdo y, la muerte, que aún es peor, fueran
necesarios o, por lo menos, estuvieran permitidos, para poder justificarnos de
todo lo habido y por haber. Ese invierno de las ideas preconcebidas y de los
prejuicios gratuitos que congelan en nosotros, hasta hacerlos morir en muchos
momentos, sentimientos maravillosos que nos hubieran podido impulsar a vivir de
otra manera, por no decir la única que existe para hacernos de verdad felices;
sentimientos tales, como, el amor, la paz, la concordia, la generosidad, el
perdón, la vida, en definitiva. Es hora de despertar, continúa recordándonos la
“primavera pascual”, de esa especie de somnolencia resignada y aceptada por la
inmensa mayoría de los humanos, como si de un “sino” forzoso e inevitable se
tratara. Bendita Pascua, que viene como “inclusiva” de todos y como no
“exclusiva” de nada ni de nadie; puesto que no entiende de creyentes ni de
incrédulos, ni tampoco de los que son de un signo o de otro; porque ella, la
“Pascua”, es la manifestación más excelsa de la “Vida” y, por lo mismo, la
única capaz de engendrar amor infinito, perdón sin condiciones y esperanza
profunda. Una vida que es de todos y para todos, a pesar de que siempre haya el
espabilado, el malicioso o el vete tú a saber qué de turno que pretenda
arrebatársela a algunos, a muchos, para qué andar con rodeos, porque eso sí que
lo tienen los pobres, que son muchísimos, abundantes hasta la saciedad.
Viene
la Pascua a decirnos que, una vez ya despiertos de ese letargo, debemos
ponernos en camino hacia nuevas metas, las únicas que conducen de verdad a la
consecución de un universo respetado, en el que la naturaleza y el cosmos, en
general, dejen de ser objeto de depredación, para convertirse en los compañeros
imprescindibles de viaje; a ponernos manos a la obra de cara a la construcción
de una humanidad igualitaria, donde ser hombre o mujer sea tenido como la gran
oportunidad para un mayor crecimiento en valores de convivencia y de
solidaridad, haciendo posible que juntas y juntos fomentemos, con urgencia, lo
único que nos hace de verdad felices, como es el amor que no entiende,
precisamente, de diferencias biológicas, morfológicas ni nada de lo que pueda
estar relacionado con semejantes distinciones, ya que, precisamente, el amor
anida y se cobija en lo más íntimo que tiene cada hombre y cada mujer, como es
el corazón, siempre libre de sexos y otros distingos; a disponernos en camino hacia la eliminación,
también, de credos exclusivos que no hacen sino levantar muros que separan y
dinamitar puentes que impiden el acercamiento mutuo; a adoptar una actitud de
enérgica renuncia contra todo tipo de ideologías excluyentes, pensamientos
fanáticos y totalitarios, que no pretenden sino subyugar y oprimir.
Es
Pascua y, por tanto, es tiempo más que propicio para soñar sin miedos ni
reticencias y para apostar de manera decidida por la utopía; se acabó ya el
tiempo del “por si acaso”, del “me lo tengo que pensar” y de la cobardía
egoísta y gandula disfrazada del “hay que ser prudentes”, etc. No se puede
continuar diciendo que se “cree en la Pascua” y, a continuación, apostar por
una vida cansina y aburrida, como si se nos estuviera obligando a vivir “por
decreto”. Pascua es tiempo de optar y decidir de manera libre, pero también
responsable; de avanzar sin mirar hacia atrás, aunque sí hacia los lados; de
acompañar, respetando que cada cual siga su camino; de acoger, sin pretender
“catequizar”; de compartir, sin tener en cuenta cálculos ni porcentajes.
Es
tiempo, pues, de felicitar y felicitarnos la Pascua, ya que ella viene cargada
de las razones más profundas y serias, que jamás puedan llegar a existir, para
poder entender que la esperanza ha dejado de ser el asidero de los cobardes,
para pasar a convertirse en el trampolín seguro de los intrépidos. A la vez que
nos recuerda, también, que el “creer” y el “esperar” han dejado ya de ser, de
manera definitiva, la excusa para justificar el “no amar”, sino, al contrario,
para pasar a convertirse en la exigencia más punzante de cara a vivir ese amor
hasta las últimas consecuencias.
¡FELIZ
PASCUA!
Publicado por Feadulta.com
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