Doctrina Social de la Iglesia | José MarÃa Castillo, teólogo
"Cuando se comparte, hay para todos"
"Apremia y clama tomar en serio y manos a la obra"
El miedo a la escasez y la inseguridad ante
tantas cosas, nos tienen agobiados. Esto es algo tan patente, que no es necesario ni conveniente ponerse a
ponderar lo que estamos viendo y soportando. Por eso, vamos a reflexionar
brevemente desde nuestras convicciones más profundas.
Yo no soy polÃtico. Ni economista. Quienes me conocen, saben que he dedicado mi larga vida a la TeologÃa y a las creencias, que pueden ayudarnos a superar situaciones como la que estamos
viviendo. Por eso, ni más ni menos, me vienen con frecuencia a la memoria
relatos del Evangelio que son, para mà al menos, horizontes de esperanza.
Me explico. Es un hecho que la experiencia religiosa de muchos de
nosotros ya no es de fiar (cf. Thomas Ruster, El Dios falsificado, pg. 228).
Por eso pienso que puede ser pertinente indicar que lo más importante, que hay en los evangelios, no es su “historicidad”,
sino su “significatividad”. Yo no dudo que sean
libros que relatan lo más importante de la vida de Jesús de Nazaret. Pero lo
decisivo no es saber lo que pasó en aquella vida, sino lo que significa para
nosotros lo que vivió Jesús.
Pues bien, dicho esto, a mà – por lo menos – me llama la atención el
episodio de la multiplicación de los panes. Y me he fijado en este episodio porque es el relato que más veces se repite en los evangelios. Hasta seis veces se repite lo mismo: un gentÃo enorme y necesitado,
carente de lo indispensable para seguir tirando de la vida (Mt 14, 18-23; Mc 6,
38-46; Lc 9, 14-17; Jn 6, 1-15; Mc 8, 1-8; Mt 15, 31-39). Y Jesús dando una
solución, que, además de la interpretación eucarÃstica, que sin duda tiene este
episodio, es obvio lo más patente del relato:
cuando lo que se tiene, se comparte, hay para todos y sobra. Y repito lo que ya he dicho antes: lo más importante, que tienen los
relatos evangélicos, es “lo que significan” para nuestras vidas y nuestro
comportamiento en la sociedad.
Ahora bien, quienes decimos que el Evangelio debe ser el modelo ejemplar
de nuestras vidas, tenemos que pensar muy en
serio que “a la mitad de la población le
sigue correspondiendo una parte insignificante del patrimonio total de la
humanidad, mientras que el fuerte aumento de la riqueza privada está en manos del 10 por ciento más rico de la
población…, lo cual implica que la parte
correspondiente al resto de los habitantes del mundo se ha desmoronado”. Y se
seguirá desmoronando de forma más inquietante de año en año (cf. Th. Piketty,
Capital e ideologÃa, Barcelona, Planeta, 2019, pg. 822).
Por supuesto, lo que he copiado del profesor Piketty, necesita
abundantes explicaciones y no menos aplicaciones a la tremenda situación que
estamos viviendo. En todo caso, me parece que hay dos hechos evidentes: 1º) La distancia de los más ricos a los más pobres aumenta de dÃa en dÃa. ¿Hasta
dónde va a llegar? 2º) Se trata de una distancia que representa un grito incesante que clama humanidad,
justicia y lo más elemental de la bondad.
Desde luego, es evidente que este
clamor, que brota de toda la tierra, no se resuelve con limosnas. Y menos aún (indeciblemente
menos), con violencias y guerras. Nos estamos jugando el ser o no ser del mundo entero. Por eso insisto
que ahora, más que nunca, urge, apremia
y clama tomar en serio y manos a la obra,
con la seguridad de que será el paso decisivo para un mundo sencillamente
humano.
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