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    jueves, 13 de octubre de 2022

    Los renglones torcidos de Dios. Un brillante ejercicio de adaptación


    Jueves de Cine | Juan Orellana

     


    Los renglones torcidos de Dios. Un brillante ejercicio de adaptación

     

    Alicia (Bárbara Lennie) es una detective que ingresa en un centro psiquiátrico haciéndose pasar por una paciente, con el fin de esclarecer una muerte sospechosa acaecida unos años antes. La versión oficial es que un joven interno se suicidó, pero el padre del muchacho está seguro de que no fue así, y contrata los servicios de Alicia para que averigüe desde dentro lo que realmente sucedió. Una vez dentro del centro las cosas no van a suceder como Alicia había pensado.

     

    Toda una generación leyó y se entusiasmó con Los renglones torcidos de Dios, la novela que en 1979 publicó Torcuato Luca de Tena, cuando los españoles dábamos los primeros pasos de la recién restaurada democracia. Un libro fascinante e inquietante a partes iguales que exploraba los abismos de la identidad: ¿quién soy yo?, ¿lo que yo afirmo ser o lo que los demás dicen que soy? La apariencia de verdad a menudo es máscara de mentira, y lo aparentemente inverosímil es, en ocasiones, el rostro de la verdad. Con estos mimbres ha tenido que tejer su película Oriol Paulo, que ha afrontado la segunda adaptación de la novela, después de la que dirigiera Tulio Demicheli en 1983. Un tema complejo para un guion más complejo aún, que ha desembocado en una película brillantemente resuelta. 

     

    El director ha hecho un uso inteligente del montaje, de la manipulación de los tiempos cinematográficos, para llevar la imaginación del espectador por los vericuetos que a él, como narrador, le convienen. Aplica a la propia narración cinematográfica el principio de que las cosas no son como parecen. En eso hereda la capacidad que tenía Hitchcock de jugar a sus anchas con la psicología y las emociones del espectador.


    El oficio narrativo que demuestra Oriol Paulo quedaría cojo si no contara con una actriz capaz de encarnar esa ambigüedad equívoca que atraviesa el relato fílmico. Y por ello Bárbara Lennie es uno de los grandes aciertos de filme. Ella es capaz de envolver a su personaje en un halo de misterio, sin recurrir a artificiosas impostaciones. Consigue que el público la acompañe en todo su periplo con un acto de fe. Enfrente tiene a su antagonista, el director del centro, al que da vida un magnífico Eduard Fernández. 

     

    Este duelo interpretativo está envuelto en una producción nada desdeñable, que ha puesto a disposición de la película todos los recursos necesarios para hacerla creíble. Unas excelentes localizaciones y unos interiores que en determinados momentos evocan las cintas de terror de Jaume Balagueró, el ambiente claustrofóbico de Alguien voló sobre el nido del cuco (M. Forman, 1975) o el desconcierto escénico de Shutter Island (M. Scorsese, 2010). Tampoco pasa desapercibida la magnífica banda sonora de Fernando Velázquez. 

     

    El final de la película cambia un poco el del libro, aunque no de una forma sustancial. Se puede decir que es una brillante adaptación, que actualiza el relato de hace casi medio siglo, y lo hace llegar a un público joven que ni siquiera había oído hablar de la gran novela.

     

    Alfa&Omega.es



     

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