Evangelización | Carlos Pérez Laporta
Concebirás en tu vientre y darás a luz
un hijo
Miércoles de la 3a
semana de Adviento / Lucas 1, 26-38
Evangelio: Lucas 1, 26-38
En el mes
sexto, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada
Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de
David; el nombre de la virgen era María.
El ángel,
entrando en su presencia, dijo:
«Alégrate, llena
de gracia, el Señor está contigo».
Ella se turbó
grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél. El ángel
le dijo:
«No temas,
María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás
a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del
Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la
casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin». Y María dijo al ángel:
«¿Cómo será
eso, pues no conozco a varón?» El ángel le contestó:
«El Espíritu
Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por
eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. También tu pariente Isabel
ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban
estéril, “porque para Dios nada hay imposible”». María contestó:
«He aquí la
esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel se retiró.
Comentario
Desde que «el
ángel se retiró» aquel día María no volvió a verle o a escucharle. Pero desde
aquel instante le parecía escuchar la voz de Dios, no directamente, pero como
en un susurro, como un «mensaje incesante que se forma del silencio» (Rilke).
Desde que vino a ella aquella criatura la voz de Dios estaba en el tiempo, en
las personas que encontraba, en su vientre que lentamente crecía. La voz de
Dios sonaba atronadora en aquellos piececitos que dentro de ella empujaban
hacia fuera. Desde que vino aquel ángel la voz de Dios era lo que sonaba dentro
de cada cosa, y especialmente dentro de ella. «El Señor está contigo», le había
dicho aquel ángel. Todo estaba lleno de ángeles desde que aquel ángel se
retiró. El Señor estaba por todas partes, porque estaba dentro de ella, con
ella, en ella. «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te
cubrirá con su sombra».
Por eso, María
podía alegrarse porque se sentía «llena de gracia». «Alégrate», le había dicho
el ángel. Claro que había cosas que distorsionaban, y preguntas que le
asediaban. Pero estar «llena de gracia» significa ver todas las cosas colgadas
en vertical desde el cielo. Todo era prometedor. Todo parecía posible, porque
«para Dios nada hay imposible». Su alegría era una esperanza incesante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Promueve el diálogo y la comunicación usando un lenguaje sencillo, preciso y respetuoso...