Paz | Mons. Konrad Krajewski
Que el mundo vuelva a inclinarse ante Dios y
florecerá la paz
De regreso de su misión en Tierra Santa por mandato
del Papa Francisco, el limosnero se detiene en su experiencia en las fronteras
de la guerra de Gaza: en el Padrenuestro, Jesús dice "hágase tu
voluntad" y "venga a nosotros tu reino", cuando el hombre sigue
sólo su voluntad y sus objetivos, a menudo surgen el sufrimiento y el conflicto
Fui a Tierra Santa con fe y oración, a estos lugares
donde la guerra hace estragos, donde hay odio, donde hay venganza, donde unos
matan a otros, donde falta agua, donde faltan alimentos, donde no hay
electricidad. Incluso en Navidad, los días más sagrados para nosotros, no han
dejado de luchar, de matar, tanto en Ucrania como en la Franja de Gaza.
Llegué a esta tierra con las armas más sofisticadas
del mundo, es decir, la fe y la oración, que siempre pueden mover montañas y
así poner fin a los conflictos... Pero, ¿por qué no es así? He estado en todos
los lugares donde vivió Jesús. He estado en Nazaret, he estado en Belén, he
estado en el lugar donde fue crucificado, asesinado y donde resucitó, así que
me pregunto: "Señor, ¿por qué no hay paz? Tú quieres la paz". Siempre
he pensado en esta oración: "Líbranos, Señor, de todo mal, concédenos la
paz en nuestros días"... Entonces, ¿por qué no nos concedes la paz en
nuestros días?
He estado pensando mucho en el hecho de que cuando
entramos en el Santo Sepulcro, tenemos que agacharnos, casi rompernos la
espalda, para poder entrar. En tantas iglesias, incluso en Belén, hay que
inclinarse, hay que inclinarse ante el misterio. Entonces pienso que quizá el
mundo ha dejado de inclinarse ante Dios, que ha dejado de vivir según la lógica
del Evangelio porque se ha acostumbrado a la lógica del mundo. Quizá los
hombres nos hemos puesto en el lugar de Dios y queremos mandar, condenar, pero
lo hacemos sin misericordia, sin amor. Quizá por eso no hay paz, porque ya no
nos inclinamos ante Dios, ante el misterio.
Ayer fue la fiesta de San Juan Apóstol, él llegó a la
tumba de Jesús y se inclinó para poder entrar, para poder ver que su cuerpo no
estaba, que había resucitado. Pero hoy ya no nos inclinamos, aunque las puertas
aquí en Tierra Santa nos digan que debemos hacerlo para comprender el misterio
de Dios, para comprender su amor, su misericordia, para vivir según la lógica
de las enseñanzas de Jesús, según la lógica del Evangelio.
Doy gracias al Señor por vivir estos días en Tierra
Santa y por comenzar a comprender el misterio de Dios. La oración del Padre
Nuestro, la oración que Jesús nos enseñó, dice "Hágase tu voluntad,
Señor", no la mía, porque cuando se hace mi voluntad hay guerras, hay
muchas muertes. "Venga a nosotros tu reino", no el nuestro, el
nuestro es el reino de la destrucción. "Santificado sea tu nombre",
no el mío, cuando mi nombre es santificado soy peligroso para los demás.
Después del Padre Nuestro, el sacerdote dice: "Líbranos, Señor, de todos
los males, concédenos la paz en nuestros días". Mi esperanza es que la paz
florezca realmente en el corazón de los hombres.
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