Fe y Vida | Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
15 de diciembre: san Úrbez, el pastor
que fue enterrado con los cuerpos de dos santos
Defendió las reliquias de los niños mártires Justo y
Pastor de los ultrajes de los musulmanes, pero eso no evitó que el cuerpo de
san Úrbez fuera profanado siglos después por las milicias republicanas
Hay santos cuya biografía se hunde en la historia y en
ocasiones puede parecer que los datos sobre su vida pertenecen más a la leyenda
que a la realidad. En estos casos, un argumento a favor de su historicidad es
una devoción arraigada entre los pueblos en los que vivió.
Esto es lo que sucede con san Úrbez, un ermitaño francés cuya huella todavía
se puede percibir desde el Alto Pirineo hasta la ciudad de Huesca. «En la Edad
Media su memoria era fiesta de guardar, con procesión y todo, y hasta hace un
par de siglos se le tenía mucha devoción. Incluso todavía queda gente por ahí
que lleva su nombre», afirma Óscar Ballarín, uno de los autores del libro A pies descalzos, que cuenta la historia de san
Úrbez.
Entre los habitantes de la zona este santo ha sido
siempre muy popular, y se acudía a él para pedir agua para los cultivos en los
meses secos del verano. «Hasta hace pocas décadas, los romeros salían descalzos
a pedir su intercesión —asegura Ballarín—. Y se colocaba bajo su protección a
montañeros y montañeses».
Úrbez nació en el año 702 en Burdeos, y en su infancia
fue testigo del avance musulmán procedente del sur de la península ibérica. Su
padre se enroló en el ejército que pretendió hacer frente a los invasores, pero
murió en combate dejando a Úrbez y a su madre solos y sin sustento. Cuando las
tropas musulmanas invadieron la provincia, ambos fueron tomados como esclavos y
trasladados a Galicia en lo que eran los primeros años de la era de Al-Ándalus.
Úrbez se encontró así en un país en cuyas raíces había
por entonces una profunda devoción a los santos niños Justo y Pastor.
Martirizados el 6 de agosto del año 304 en Alcalá de Henares, en la conocida
como la gran persecución contra el cristianismo ordenada por el emperador
Diocleciano, ambos hermanos habían sido llevados al martirio, con apenas 7 y 9
años, por negarse a abjurar de su fe. Su modelo de santidad había sido
recuperado con ocasión de la invasión musulmana en toda la península, por lo
que Úrbez decidió colocar bajo su intercesión la posibilidad de ser liberado
algún día.
Una noche, estando en oración, sintió en su interior
una voz que le decía: «Vete, mira que Dios ya te ha librado». A la mañana
siguiente se atrevió a pedir a sus dueños la libertad para volver con su madre
a Burdeos, lo que para su sorpresa obtuvo de inmediato. En agradecimiento,
Úrbez decidió ir a Alcalá de Henares y visitar la tumba de los santos niños a
los que atribuía su liberación.
Cuenta Francisco Villacampa en su Compendio de la vida y milagros de san Úrbez que,
en aquellos años, «viendo los cristianos los desprecios y ultrajes con que los
moros trataban las cosas sagradas, procuraban librar de sus perversas manos las
imágenes, reliquias y cuerpos de los santos. Unos los llevaban consigo y otros
los enterraban y ocultaban en lugares remotos».
Eso fue lo que debió de pensar el santo cuando llegó a
Alcalá. Tras contactar con la comunidad local, resolvió llevarse consigo las
reliquias de los santos niños para ponerlas a salvo. «No se sabe a ciencia
cierta si se las llevó para que no fueran profanadas o si fueron los propios
cristianos de la ciudad los que se las confiaron para evitar el peligro»,
explica Óscar Ballarín. En cualquier caso, caminando de noche y ocultándose
durante el día, Úrbez logró subirse a un barco en el Cantábrico y llegar finalmente
a Burdeos, su ciudad natal.
Un pastor como cualquier otro
Luego, a través de los Pirineos, entró de nuevo en
España y se instaló como pastor en las montañas, siempre llevando un zurrón
donde guardaba las reliquias de Justo y Pastor. En Huesca «comenzó a trabajar
llevando los rebaños de la gente de la montaña pirenaica. Iba desde los altos
puertos hasta el sur de la provincia, y poco a poco fue transformándose en un
hombre de mucha fe, un anacoreta que simplemente tenía algo de ganado para
subsistir, hasta que acabó siendo ordenado sacerdote en la ermita de San Martín
de la Bal de Onsera».
En la zona levantó varias ermitas y los habitantes de
valles y montañas cercanos acudían a Él para ver a aquel cuya fama de santidad
se había extendido por toda la provincia. Gracias a su intercesión su
produjeron incluso algunos milagros llamativos, y con esa aureola de cercanía a
Dios murió a los 100 años de edad en la ermita dedicada a la Virgen que él
mismo construyó en Nocito. Se hizo enterrar con las reliquias de los niños que
había custodiado durante décadas, hasta que siglos más tarde fueron trasladadas
parte a una iglesia de Huesca, y parte a Alcalá de Henares. El mismo Úrbez no
tuvo tanta suerte: en 1936, durante la Guerra Civil, su cuerpo fue sacado de su
tumba y prendido fuego por unos milicianos.
«A finales de la era visigoda, la presión musulmana
había creado una sociedad en descomposición», señala Óscar Ballarín. «Eso llamó
a muchos como Úrbez a buscar a Dios en el silencio, en el desierto, en la
contemplación de la creación. En este sentido, san Úrbez fue un santo propio de
una época marcada por un deseo de volver a los orígenes más puros del
cristianismo».
Bio
·
702: Nace en Burdeos
·
731: Su padre muere luchando
contra los invasores musulmanes
·
802: Fallece en la ermita que
había levantado en Nocito
·
1936: Sus
reliquias son profanadas y quemadas por milicianos de izquierdas durante la
Guerra Civil


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