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    domingo, 24 de octubre de 2010

    Por las obligaciones de la Casa

    Fe y Vida | Juan Manuel Pérez























    Por las obligaciones de la casa

    El otro día un señor me pidió que aplicara la misa “por las obligaciones de la casa”. Esta intención, tan poco frecuente, me llamó la atención. Lo comenté con él y me di cuenta que esta petición hace referencia a un profundo concepto de la familia que se está perdiendo progresivamente. Me sirvió de tema para la homilía.

    La palabra obligación literalmente significa estar fuertemente atado (ob-ligado) a hacer lo que le corresponde a uno en relación con su ocupación y estado de vida. Evidentemente las obligaciones no son de la “casa”, entendida como edificio, sino de los miembros de la familia que moran en ella. Ahí, en la casa, se aman, sufren y comparten la alegría de convivir juntos.
    De alguna manera se puede decir que la casa hace visible la permanencia de la familia generación tras generación. La casa solariega, heredada de padres a hijos, es como un tronco lleno de vida del cual brotan nuevos miembros que van sucediendo a los que se fueron.

    Las obligaciones de la casa
    En esta concepción de la familia “obliga” a todos sus miembros a un comportamiento bien preciso aunque a distinto nivel. Mencionamos algunas de estas obligaciones:

    • Las obligaciones para con los antepasados se resumen en mantener un recuerdo agradecido porque ellos nos han transmitido la vida. Y, al mismo tiempo, para los que creemos que “la muerte no es el final del camino”, junto al agradecimiento surge el deseo de su salvación. Deseo que manifestamos públicamente en las misas y en privado en nuestras oraciones por los difuntos.

    • Obligaciones en el día a día de la familia. Sin embargo, las obligaciones fundamentales de la casa se concentran en el compromiso de todos sus miembros por crear una convivencia afectuosa, en un ambiente de comunión, que sea la expresión de una vida compartida. En una palabra, un compromiso por lograr que las relaciones intrafamiliares estén basadas en el amor y en el interés manifiesto de unos para con los otros. Debido a los profundos cambios sociales, que han afectado directamente a estructura de la vida familiar, hoy día las mayores preocupaciones son la obligación de asegurar los bienes necesarios: comida, salud, vivienda,… y la educación de los hijos.

    • Obligaciones con los vecinos. La familia no vive sola y aislada, sino que forma, junto con otras familias, una vecindad, llámese poblado, aldea o barrio. Se dice que la familia es la célula de la sociedad, pero en el fondo el núcleo fundamental de la sociedad es la vecindad. El ser humano es social por naturaleza, pero hay que aprender a vivir con otros que no son de la familia. Y la sociabilidad no se aprende buscando apoyo y ayuda en los mandos del poder, ni inscribiéndose en un partido político, ni por el simple acto de ejercer el derecho al voto; se aprende y se ejercita día a día en la convivencia vecinal o barrial. Porque en la vecindad surgen problemas que afectan a todos los vecinos por igual y a todos atañe que los servicios públicos, como el agua, la iluminación, los caminos o calles, centros educación y de salud, etc. funcionen correctamente. Podríamos resumir las responsabilidades con los vecinos en el compromiso por lograr una convivencia pacífica, que supone, por una parte, evitar las molestias innecesarias y los escándalos y, por otra parte, mantener un interés efectivo y una actitud de servicio y de solidaridad en todo lo que es común. El ideal sería lograr relaciones de amistad con todos, pero hay que reconocer que esto no es fácil.

    ¿Se podría hablar hoy de obligaciones de la casa? No es fácil, porque se ha perdido el sentido de pertenencia a una familia. Muchos ya ni conocen los nombres de sus abuelos. Se abandonó la casa solariega (la casa que se heredaba, generación tras generación, de padres a hijos por el piso o el departamento recién adquiridos en un barrio nuevo de la ciudad, cuando no por una chabola a la orilla del camino o de la cañada. La movilidad social (abandono del campo para ir a la ciudad, las emigraciones a otras regiones o a otros países buscando un mejor nivel de vida, los viajes, el turismo, etc.) ha modificado en poco tiempo la distribución geografía de la población. Un proceso que no tiene marcha atrás. Seguirá adelante. Con esto se ha perdido la tradición familiar. Se vive sin conocer el pasado y, cuando no se conoce de dónde venimos, el futuro es incierto.

    San Mateo y san Lucas comienzan el relato del evangelio con la genealogía de Jesús. Mateo llega hasta Abraham, padre del pueblo elegido; Lucas prolonga la genealogía hasta Adán, el comienzo de la vida humana. De esta manera quieren indicar que Jesús entra de lleno en la historia humana en sus avances y retrocesos.

    La transmisión de la fe cristiana se realiza a través de una tradición que nos lleva a Jesús de Nazaret (cf 1 Cor 11,23). Parece que tanto la familia, la sociedad y también la Iglesia han perdido el contacto con la nueva generación y no encuentran fácil transmitir el sentido de la tradición. Los jóvenes rechazan las tradiciones y costumbres como algo viejo, cosas de otros tiempos, y quieren comenzar desde cero la experiencia de la vida y de fe. Este rechazo en bloque de la tradición es un fenómeno que se repite a lo largo de la historia cuando comienza una nueva época. Debido al ritualismo y a la rutina de hacer siempre lo mismo y de la misma manera, se ve la tradición como un freno al avance de la humanidad. siendo así que la tradición es parte esencial de la historia y la base de todo desarrollo. Después, cuando se acaba la polémica, se recupera la tradición, pero despojada de mucho folklore, de muchos ritos sin sentido y de rutinas. Las nuevas generaciones, habiendo roto con la tradición familiar y religiosa, viven como ramas desgajadas del tronco o como arbolitos arrancados de raíz y transplantados a otro suelo.

    ¿Como recuperar el sentido de pertenencia a una familia y, a través de la familia tomar conciencia de que somos un eslabón dentro de la historia humana? La tarea es urgente, antes de que sea tarde, pero se presenta muy difícil, pues exige nueva formulación de los valores esenciales de la familia, de la sociedad y de la fe cristiana así como cambios significativos en la manera de su transmisión.

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