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    viernes, 17 de abril de 2020

    ¡Amanecer en el Lago de Tiberíades!

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    José Cristo Rey García Paredes, cmf. Publicado en su blog ECOLOGÍA DEL ESPÍRITU.
    ¡Amanecer en el Lago de Tiberíades! La vuelta de los que intentaban abandonar
    Jesús se aparece a sus discípulos en el momento mismo en que deciden “volver a sus redes”. Simón Pedro, el líder, les dice: “Me voy a pescar” y los demás le siguen. Es verdad que este texto que -hoy viernes, 17 de abril de 2020- proclama el Evangelio trae de cabeza a los intérpretes; suscita la impresión de que las anteriores apariciones de Jesús en Jerusalén -y esta es la tercera- no han servido de nada. Además esta aparición sucede a orillas del mar de Tiberíades, escenario de bellísimas e interpeladoras vivencias con Jesús. Quizá este relato sea para nosotros una advertencia para que nunca demos por definitiva una vocación… porque en cualquier momento podemos “abandonar”.
    La noche de la infidelidad
    Si las apariciones del Resucitado habían tenido lugar en Jerusalén y su entorno, ahora cambia el escenario. Nos encontramos en el lago de Tiberíades (o de Generesaret o de Galilea). Es aquel lugar donde todo comenzó. Pero, la intención de Simón Pedro nos era la de continuar la obra de Jesús, sino “volver a las redes”, a su profesión de antes.
    Y decidieron ir a pescar “en la noche”: decidieron volver a su profesión. Para el cuarto evangelio la noche es símbolo de la lejanía de Dios.:
    §  en la noche visitó Nicodemo a Jesús (Jn 3,2);
    §  las obras de Dios hay que realizarlas mientras es de día, porque en la noche no se puede trabajar (Jn 9,4);
    §  cuando Judas abandona el cenáculo para culminar la traición a Jesús es de noche ((Jn 13,30);
    §  según los otros evangelistas fue en la noche cuando la barca de los discípulos, que, tras la multiplicación de los panes, habían dejado solo a Jesús en el Monte, se vio sorprendida por una terrible tempestad;
    §  cuando era de noche, vinieron a prender a Jesús.
    Pero el afán de toda la noche resultó totalmente infructuoso.
    La mañana de la “manifestación”
    Al amanecer, emerge una luz. El evangelista no habla de una aparición, sino de una auto-manifestación de Jesús. Y lo hace desde la orilla. Jesús había prometido: “el que me ama será amado por mi Padre, y yo le amaré y yo mismo me manifestaré a él” (Jn 14,21). Pero lo extraño es que, siendo ésta la tercera aparición de Jesús, ninguno de los discípulos (Pedro, Tomás, Natanael, los dos hijos de Zebedeo y otros dos más) lo reconozca, ni siquiera el discípulo amado que era uno de ellos.
    Cuando obedecen sin réplica a la voz que venía de la orilla, acontece lo inexplicable: la pesca milagrosa de ciento cincuenta y tres peces. Es entonces cuando el discípulo amado percibe que es el Señor. Pero ésta vez, él no llega el primero a la orilla, sino ¡sólo Simón Pedro, se viste y se echa al agua!
    Los 153 peces pueden simbolizar todas las naciones -reconocidas en aquel tiempo-; y la red que no se rompe, puede simbolizar la comunidad de Jesús. Así Jesús les recuerda que fueron llamados para ser pescadores de hombres -enviados a todo el mundo- y no de peces. Se simboliza la re-unión de los hijos e hijas de Dios dispersos.
    Y a los “dimisionarios” -como en otro momento a los discípulos de Emaús- Jesús les prepara una comida y restablece así la comunión de todos con Él. ¡Este es el poder de la Eucaristía: el retorno a la vocación primera y la purificación de los sentimientos de abandono! Es así como Jesús se auto-manifiesta. Es la Luz que todo lo transforma.

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