Reflexión | Martin
Gelabert Ballester, OP
Adviento o qué
ocurre después de la tormenta
Los refranes tienen su
punto de sabiduría, pero no siempre aciertan. Porque las cosas son según el
cristal con el que las miramos. Ese refrán que dice que después de la tormenta
viene la calma puede servir para animarnos un poco con las noticias que dicen
que pronto comenzará a distribuirse la vacuna contra el coronavirus, aunque la
verdad es que no podemos descuidarnos ni pensar que con eso estará vencida la
epidemia. Esperemos que las vacunas sean eficaces y esperemos que haya para
todos.
Un buen eslogan del
adviento podría ser: “después de cada noche viene un amanecer”. Lo malo es que
hay noches que son muy largas. La noche de los que se han quedado sin trabajo,
la noche de los enfermos o de los infectados, la noche de los tristes e
incomprendidos. Para un cristiano es verdad, en términos absolutos, que después
de la noche de esta vida viene el amanecer de la luz de Dios. Pero mientras
tanto hay que vivir esta vida. La voluntad de Dios es que la vivamos con
serenidad y alegría. Un cristiano sabe que la felicidad sólo es verdadera
cuando es compartida. Pues según el libro de los Hechos (20,35) el Señor Jesús
afirmó: hay más dicha en dar que en recibir. Dar, darnos, acoger, escuchar,
comprender, decir una palabra de aliento, ayudar con algo más que palabras,
compartir, repartir, en fin, ahí está la dicha. Porque sólo el que busca la
felicidad de los demás, sólo ese trabaja para su propia felicidad.
Lo primero que hace el
adviento es recordar que un día Cristo vendrá glorioso para juzgar a vivos y a
muertos. Por eso digo que para un cristiano es verdad que después de la noche
viene el amanecer. Porque el Señor que vendrá glorioso será un auténtico
amanecer de alegría para todos los que han sabido acogerle cada día en su
venida en la humildad de nuestra carne. Pues en la carne del necesitado y del enfermo,
allí nos está esperando el Señor glorioso, que vendrá y que un día vino en la
persona de Jesús de Nazaret.
Si el adviento comienza
por recordar qué ocurre después de las tormentas de esta vida, también recuerda
como navegar en medio de ellas conservando la barca a flote. El motor que
conserva la barca a flote es el amor. Hay que estar muy atentos para descubrir
donde falta amor y dónde sobra egoísmo. Conservar la barca a flote, en las
tormentas de la vida, es un modo seguro de que llegue a buen puerto. El buen
puerto, la tierra nueva, la tierra prometida a la que nos conduce Cristo es el
seno del Padre. Es importante que el adviento afirme que de nuevo vendrá
glorioso y su reino no tendrá fin.
Publicado en www.dominicos.org
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