Reflexión | Lic. Audy Sánchez/ADH
¡Tienes la edad que vives!
Por lo
regular escuchamos decir, por ejemplo, tengo 25 años edad o nací en 1990, incluso
a nosotros mismos, pero no necesariamente tenemos esos años de vida, ¡contradictorio
no!, aquí te lo explico…
Para hablar
de este maravilloso tema me voy a referir a una pequeña historia que escuché
hace varios años sobre un señor que visita el cementerio de un pequeño y humilde
pueblo. La referida persona nota algo muy extraño: que la edad que llevan los
epitafios de las personas que fallecían eran muy jóvenes.
Sorprendido
aquel señor le pregunta al sepulturero, - ¿Por qué la gente en este lugar muere
tal joven? -, a lo que el empleado del cementerio le responde:
- Lo que sucede, señor, es que a las personas que mueren en este lugar les colocamos la edad que viven…
- Cómo así?,
le pregunta intrigado el señor al sepulturero.
- Le
explico -contesta con voz pausada el sepulturero-, a las personas que
mueren aquí, en este pueblo, no se les contabiliza el tiempo que pasa durmiendo
de más, tampoco el tiempo perdido en algunas cosas, el tiempo de distracción , menos
los momentos de discusiones, así como los constantes ratos de juergas, menos los
períodos en vicios, etcétera, etcétera…
- En
cambio -prosigue-, sí es contabilizado el tiempo bien
invertido, como pasar tiempo de calidad con la familia, leer, asistir a la
iglesia, al hospital a ver o ayudar a alguien, practicar algún deporte, enseñar, construir buenas relaciones, etcétera, etcétera…
- Por eso el tiempo de muerte es muy joven, porque pierden mucho tiempo en cosas vanas y sin importancia, así que aproveche el tiempo mi amigo, -le advierte el sepulturero, mientras se retira, al señor-.
Moraleja…
Lo importante
en esta breve historia es poner en práctica las buenas acciones, dejar de
perder el tiempo en cosas inútiles que sólo nos hacen daños a nosotros y a los
que nos rodean, además debemos buscar los medios para realizar actos que nos hagan felices, incluso en medio de la tristeza, y por consiguiente contribuyamos a un mundo mejor “aprovechando bien el
tiempo, porque los días son malos”, como bien señala Ef. 5: 16.
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