Espiritualidad | José Cristo Rey García Paredes/EDE
“Todo lo hizo bien”
En nuestras grandes y esplendorosas celebraciones
litúrgicas, el sordomudo de la Decápolis habría resultado anti-estético y un
personaje incómodo: no solo por su limitación física, sino sobre todo por el
tipo de ser humano que esas limitaciones hacen surgir; una persona incapaz de
comunicarse tiende a vivir cerrada, a convertirse en un poco salvaje y muy
suspicaz.
El “anillo de oro”
Santiago en su carta -de la cual hoy hemos
proclamado un fragmento- nos dice que nosotros, los miembros de la comunidad
litúrgica, tendemos espontáneamente a prestar nuestra mejor acogida a quienes
llevan “anillo de oro”, mientras que al pobre lo dejamos apartado y no le
prestamos nuestras atenciones. ¡Ya sabemos lo bien asignados que están los
puestos de honor en nuestras celebraciones y también… los puestos de deshonor!
Jesús prestaba una especial atención a los
excluidos, a los incomunicados. Un ejemplo lo tenemos en el Evangelio de este
día. Jesús recupera para la comunidad y para la intercomunicación a un
sordomudo de la región, casi pagana, de la Decápolis.
La curación
Hay una película estremecedora, realizada por el
director indio Sanjay Leela Bhansali, titulada “Black”. Relata la historia de
una niña sordomuda y ciega que logra la independencia y la confianza en sí
misma tras un arduo proceso educativo. El relato está inspirado en la vida de
la activista, escritora y oradora estadounidense Helen Keller Adams
(1880-1968), que fue capaz de superar sus limitaciones gracias a su maestra
Anne Sulivan. Quien en la película rescata a la niña ciega y sordomuda Michelle
McNally, es un excéntrico profesor alcohólico, Debraj Sahai, que además de
creer en lo mágico, dedica dos décadas de su vida a cuidar a niña, reducida en
su casa a una vida de fiera salvaje. La niña va creciendo en autonomía y
confianza, en presencia de ese hombre que al principio es domador, después
entrenador y finalmente ejerce como maestro de sabiduría. La película “Black”
es la historia de “dos personas, a quienes Dios dejó incompletas, que lucharon
contra su destino e hicieron posible lo imposible”.
Estamos acostumbrados a contemplar los milagros de
Jesús como hechos repentinos, transformaciones espectaculares, pero totalmente
privadas de los procesos de fe, perseverancia, lucha, que llevan a tales
resultados. Jesús es Maestro. Y, en cuanto maestro, bien sabe la importancia
que tienen los recorridos vitales. Los milagros son posibles porque se crea un
ambiente de “Reino de Dios”, donde todo es posible. Y se crea ese ambiente
porque lo genera la presencia del Mediador, de Jesús. Su presencia, su mensaje,
sus acciones, los contextos que crea, son terapéuticos, salvadores. Pero, el
evento transformador sólo acontece cuando alguien “cree”, se entrega. No hay
automatismo, sino alianza, pacto lleno de lucidez. Jesús se encuentra “a solas”
con el sordomudo. Se aleja de un mundo que ya no tiene recursos para salvarlo.
No necesita medicinas que nada curan. El único remedio es el contacto con su
cuerpo, con su saliva, con sus manos. Jesús es espacio vital, biotopo, del
Reino. Junto a él florece el habla, el oído, la vista.
El Reino de Dios
Nos cuesta creer en la capacidad terapéutica del
Reino de Dios presente entre nosotros. Los milagros no son confettis bajados
del cielo que embellecen la vida, son procesos transformadores, que nos llevan
muy lejos, que hacen posible lo imposible, o mejor, ¡posible lo
imprevisible!Hay veces en las cuales la misión se reduce a una sola persona.
¡Pero es suficiente! Hay momentos en los cuales la atención misionera no aísla
de todos. Pero ¡la misión tiene sentido! En la partícula se encuentra el todo.
Quien en un fragmento hace retroceder el reino del mal, colabora en la
instauración del reino de Dios.
Publicado por Ecología del Espíritu
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