Reflexión | José Luis Narvaja/LCC
Libertad, Igualdad, Fraternidad
Recientemente,
en Francia, el Alto Consejo para la Igualdad entre Mujeres y Hombres (HCE, por
sus siglas en francés), a propósito de la anunciada revisión de la
Constitución, propuso sustituir en el lema nacional de la República la
palabra fraternité con adelphité, palabra que
proviene del griego y que significa «fraternidad», pero privada de la
connotación masculina propia del término precedente. Otros, para evitar el
neologismo, proponen simplemente solidarité. La polémica entre
quienes están a favor y los que están en contra de una u otra propuesta no si
hizo esperar.
Interpelados
también por el debate que está suscitando esta palabra, queremos reflexionar
sobre su significado a partir de la referencia realizada por el papa Francisco
en un reciente mensaje dirigido a la profesora Margaret Archer, presidenta de
la Academia Pontificia de las Ciencias Sociales, sobre los tres principios guÃa
de la Revolución Francesa: libertad, igualdad, fraternidad. Se trata de tres
ideales, que los seres humanos han anhelado por mucho tiempo, propuestos
juntos, aunque no se hayan realizado simultáneamente. Es posible afirmar que a
finales del siglo XVIII se inició un proceso de gran importancia en la historia
de Occidente. En este proceso de manifestación y concreción de los tres
ideales, la fraternidad ha sido sin duda el menos desarrollado, y – destaca
Francisco – ha terminado por ser eliminada del léxico polÃtico-económico. Sin
embargo, es precisamente este el principio que deberÃa regular el conjunto de
la propuesta de la Revolución.
Se puede
decir, retomando la simpática expresión de Henri Bergson, que la libertad y la
igualdad «son dos hermanas que se pelean» y que, al final, necesitan de alguien
que las ponga de acuerdo. Esta es la función de la fraternidad. Estos ideales,
deseados por mucho tiempo y alcanzados después de mucho sufrimiento, han
producido en realidad nuevas formas de desigualdad y de esclavitud, debido a la
falta de la función reguladora de la fraternidad, por tanto tiempo descuidada.
El problema crucial es que las auténticas formas de fraternidad brotan «desde
abajo», de quienes se sienten hermanos y expresan tal relación en una igualdad
y una libertad respetuosa de las diferencias y de las necesidades de los demás.
La humanidad
es una familia
En la base de
esta conciencia de fraternidad hay una única certeza: la de tener un padre,
pues solo podemos reconocer que somos hermanos si reconocemos un padre que nos
hace tales. Los intentos por hacerse del lugar del padre para obligar a los
hombres a vivir la fraternidad surgen, en cambio, «desde arriba». Y el
resultado de estos intentos han sido, entre otras cosas, las diversas formas
ilegÃtimas de fraternidad en un amplio espectro que va desde el comunismo al
liberalismo.
El papa
Francisco destaca que en este proceso, que necesitó de más de dos siglos para
desarrollarse, ha llegado el momento de dar espacio al ideal de la fraternidad,
no en cuanto simple ideal de la Revolución Francesa, sino como anhelo natural
del hombre, que se manifiesta en el deseo profundo de una vida pacÃfica y en
sociedad: «la fraternidad es una dimensión esencial del hombre, que es un ser
relacional. La viva conciencia de este carácter relacional nos lleva a ver y a
tratar a cada persona como una verdadera hermana y un verdadero hermano; sin
ella, es imposible la construcción de una sociedad justa, de una paz estable y
duradera. Y es necesario recordar que normalmente la fraternidad se empieza a
aprender en el seno de la familia, sobre todo gracias a las responsabilidades
complementarias de cada uno de sus miembros, en particular del padre y de la
madre. La familia es la fuente de toda fraternidad, y por eso es también el
fundamento y el camino primordial para la paz, pues, por vocación, deberÃa
contagiar al mundo con su amor».
La fraternidad
no es teórica, no puede serlo: necesita encarnarse, porque el amor es un arte,
y, como todo arte, está hecho de detalles. Es importante traducir esta
convicción en gestos concretos. En el documento de Aparecida, en
cuya redacción Bergoglio tuvo un papel central, encontramos modos concretos de
encarnar la fraternidad y maneras de aprender a hacerlo a partir de pequeños
gestos: «Es necesario educar y favorecer en nuestros pueblos todos los gestos,
obras y caminos de reconciliación y amistad social, de cooperación e
integración. La comunión alcanzada en la sangre reconciliadora de Cristo nos da
la fuerza para ser constructores de puentes, anunciadores de verdad, bálsamo
para las heridas. La reconciliación está en el corazón de la vida cristiana. Es
iniciativa propia de Dios en busca de nuestra amistad, que comporta consigo la
necesaria reconciliación con el hermano».
¿Una sociedad
de hijos únicos?
Estos gestos
son importantes, porque crean en nosotros una actitud de hombres pertenecientes
a la cultura de la fraternidad: mirar a los ojos, recordar un rostro, acariciar
un enfermo, escuchar a los que sufren, todos gestos que implican un encuentro,
el olvido de sà mismo, y que expresan el sustrato existencial de esta cultural.
Aunque es un
elemento esencial de la vida humana, la propuesta de crear una sociedad
fraterna se funda en la relación que Dios estableció con los hombres. Es el
amor de Dios que nos invita a ver a los hombres con sus ojos, los ojos del
Padre, y a reconocer en ellos hermanos y no enemigos: «El fundamento de la
dignidad de la persona no está en los criterios de eficiencia, de
productividad, de clase social, de pertenencia a una etnia o grupo religioso,
sino en el ser creados a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26-27)
y, más aún, en el ser hijos de Dios; cada ser humano es hijo de Dios».
«En el hermano
está la permanente prolongación de la Encarnación para cada uno de nosotros» (Evangelii
gaudium [EG], n. 179). En esta lÃnea, la propuesta de Francisco va más
allá del plano de las virtudes sociales: llegar a la raÃz, la esencia del
hombre, y desde ahà nos invita a construir la vida social. Esto aparece
claramente cuando el Papa pone en relación la solidaridad con la fraternidad:
«Mientras que la solidaridad es el principio de la planificación social que
permite a los desiguales llegar a ser iguales, la fraternidad permite a los
iguales ser personas diversas. La fraternidad permite a las personas que son
iguales en su esencia, dignidad, libertad y en sus derechos fundamentales,
participar de formas diferentes en el bien común de acuerdo con su capacidad,
su plan de vida, su vocación, su trabajo o su carisma de servicio».
La fraternidad
que crece en el corazón no se realiza bajo la amenaza del castigo, sino en la
conciencia de que la propia felicidad depende de la de mi hermano y que la
preocupación por el otro y por sus necesidades surge espontáneamente: «No es
capaz de futuro una sociedad en la que se disuelve la verdadera fraternidad; es
decir, no es capaz de progresar la sociedad en la que sólo existe el “dar para
recibir” o el “tener que dar”. Por eso, ni la visión del mundo
liberal-individualista, en la que todo (o casi) es trueque, ni la visión
centrada en el Estado en la que todo (o casi) es obligación, son guÃas seguras para
llevarnos a superar la desigualdad, la inequidad y la exclusión en que nuestras
sociedades están sumidas».
AsÃ, la
propuesta de construir una sociedad fraterna se convierte en: «una alternativa
a las propuestas neoliberales y neoestatalistas, ambas guiadas por el egoÃsmo,
la codicia, el materialismo y la competencia desleal». De este modo, «se
formará una nueva mentalidad polÃtica y económica que ayudará a transformar la
dicotomÃa absoluta entre la esfera económica y social en una sana convivencia».
El llamado del
Papa a caminar en esta dirección tiene sus raÃces en la esencia del hombre, en
la historia, en la cultura, pero es, en el fondo, la propuesta del Evangelio,
que Francisco nos recuerda haciendo propias las palabras de su predecesor:
«“Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por
añadidura” (Mt 6:33) ha sido y sigue siendo una nueva energÃa en la
historia que tiende a suscitar fraternidad, libertad, justicia, paz y dignidad
para todos. En la medida en que el Señor reine en nosotros y entre nosotros,
podremos participar en la vida divina y seremos unos para otros “instrumentos
de la gracia para difundir la caridad de Dios y para tejer redes de caridad”».
Fraternidad
«desde arriba» o «desde abajo»
En el MartÃn
Fierro, poema épico argentino y expresión mÃtica de esa nación, encontramos
una enseñanza que está en la base de esta propuesta del Papa. Al final de la
segunda parte del poema, poco antes de despedirse de sus hijos, el gaucho MartÃn
Fierro canta: «Mas Dios ha de permitir / que esto llegue á mejorar / pero se ha
de recordar / para hacer bien el trabajo, / que el fuego pa calentar / debe ir
siempre por abajo». El fuego para calentar debe venir siempre desde abajo. Las
formas de fraternidad impuestas intentan partir desde arriba, y, como demuestra
la historia, fracasan. Solo las que nacen desde abajo logran formar un pueblo.
Solo cuando se reconoce una auténtica igualdad y una auténtica libertad, se
puede formar un pueblo. Y esto se consigue si nos reconocemos como hermanos.
Queremos
terminar esta reflexión con la descripción que Leopoldo Marechal, un gran
escritor argentino muy apreciado por el papa Francisco, hace de «la ciudad de
los hermanos, Philadelphia»: «Philadelphia levantará sus cúpulas y
torres bajo un cielo resplandeciente como la cara de un niño. Como la rosa
entre las flores, como el jilguero entre las avecillas, como el oro entre los
metales, asà reinará Philadelphia, la ciudad de los hermanos, entre las urbes
de este mundo. Una muchedumbre pacÃfica y regocijada frecuentará sus calles: el
ciego abrirá sus ojos a la luz, el que negó afirmará lo que negaba, el
desterrado pisará la tierra de su nacimiento y el maldecido se verá libre al
fin. En Philadelphia los guardas de ómnibus tenderán su mano a las mujeres,
ayudarán a los viejos y acariciarán las mejillas de los niños. Los hombres no
se llevarán por delante, ni dejarán abierta la puerta de los ascensores, ni se
robarán entre sà las botellas de leche, ni pondrán la radio a toda voz. Dirán
los agentes policiales: “¡Buen dÃa, señor! ¿Cómo está, señor?” Y no habrá
detectives, ni prestamistas, ni rufianes, ni prostitutas, ni banqueros, ni
descuartizadores. Porque Philadelphia será la ciudad de los hermanos, y
conocerá los caminos del cielo y de la tierra, como las palomas de buche rosado
que anidarán un dÃa en sus torres enarboladas, en sus graciosos minaretes».
No se trata de
hacer cosas imposibles: se trata más bien de hacer las cosas de todos los dÃas
con un corazón abierto, para que este corazón se convierta en el puente entre
el cielo y la tierra.
Finalmente,
puede ser de ayuda evocar lo que predicaba San AgustÃn: «Ama y haz lo que
quieras: si callas, calla por amor; si gritas, grita por amor; si corriges,
corrige por amor; si perdonas, perdona por amor. Exista dentro de ti la raÃz de
la caridad; de dicha raÃz no puede brotar sino el bien». Cierto, si amas,
puedes hacer lo que quieras; lo único que no puedes hacer es no amar.
Publicado por La Civiltá Cattolica
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Promueve el diálogo y la comunicación usando un lenguaje sencillo, preciso y respetuoso...