Semana Santa | Alejandro Fernández Barrajón
Domingo de
Palmas (No de armas)
Que la paz nos permita
celebrar la semana grande de la vida
El dramatismo
sobrecogedor de la pasión bien merece contemplación y meditación personal en
cada uno de nosotros, ahora que vamos a comenzar la semana grande de la fe
cristiana. Como lluvia que empapa la tierra, como orvallo sobre el
césped, la fuerza germinadora de la Palabra, de la Pasión, no merece caer en
tierra baldÃa, ni en las zarzas de la indiferencia, ni en la tierra ingrata del
corazón endurecido, sino en tierra fértil para germinar a la vida nueva de la
Pascua, paso de la esclavitud a la libertad.
Vamos subiendo
en estos dÃas a Jerusalén para entrar por la puerta grande, acompañando a
Jesús, para contemplarlo y vivirlo crucificado y resucitado. La procesión de
Ramos no puede ser el adorno folklórico o el cartel de presentación de la
Semana Santa. Tiene que ser en nosotros el deseo y el empeño vivo de ponernos
en camino, de entrar a vivir en solidaridad existencial con Jesucristo,
crucificado y ensalzado. Esta semana es un tiempo de Palmas, no puede
serlo de armas. ¡Basta ya de guerra en Ucrania! Que la paz nos permita celebrar
la semana grande de la vida.
1.-PodÃamos
habernos quedado fuera (Y aún estamos a tiempo)
Lo hacemos
cada vez que vivimos nuestro compromiso cristiano sin radicalidad, sin ilusión,
sin hondura. Cada vez que nos dejamos fascinar por el mundo que se extiende más
allá de Jerusalén, en las afueras, lejos del escenario de la Pasión. Cada vez
que añoramos Emaús o Jerusalén o, lo que es lo mismo, el deseo de vivir para
nosotros, para nuestras cosas, al margen de la Iglesia, de la comunidad o de la
humanidad.
Podemos
quedarnos fuera de Jerusalén, cuando predomina en nosotros la resistencia a la
aceptación gozosa, el no al sÃ, la desconfianza a la utopÃa, el realismo al
abandono en la providencia divina, la indiferencia al compromiso, el yo al
nosotros.
La Pasión es
una invitación solemne de Dios a entrar, a decir sà de nuevo, a confiar
plenamente aunque de lejos y de cerca escuchemos el eco de las gentes que
gritan ¡crucifÃcale!
2.- Hemos
decidido entrar. ¡Ojalá todos!
Entrar por la
puerta grande de Jerusalén hacia la Pascua, acompañando a Jesús, para ser
espectadores o protagonistas.
Espectadores: en esta inmensa representación que es la
Pasión, como si estuviéramos ante un bellÃsimo paso más que recorre nuestras
calles, las de fuera, las de piedra, y nos deja impresionado el corazón con
tanta belleza hasta el lunes de resurrección o de empezar a trabajar en la
rutina de la vida.
Protagonistas: dispuestos a vivir en primera persona y en
propia carne cada acontecimiento pascual hasta hacerlo nuestro, es decir,
resucitado en nosotros. Vivir la pasión crudelÃsima de esta humanidad cautiva
hasta resucitarla a fuerza de entrega liberadora en la cruz del Maestro.
Es verdad que
esta historia de la Pasión es la de siempre y ya nos la sabemos de memoria de
tanto oÃrla. Pero también puede ser verdad la realidad de que un año más la
sangre no llegue al rÃo y la historia de esta pasión no termine por seducirnos.
Como Santa Teresa necesitó más de cuarenta años para “tomar una determinada
determinación” o Lope de Vega decÃa: “mañana le abriremos,
respondÃa, para lo mismo responder mañana”. Ésta es una vez la
cuestión: ser o no ser.
3.- Yo
quisiera, con el temor y el temblor de no ser digno, en nombre de Jesucristo,
invitaros vivamente a no dejar pasar una vez la oportunidad cargada de vida que
atraviesa nuestras calles, las del alma, las de dentro: Cristo, el Señor,
camino de la cruz.
Se trata, en
fin, de asumir, de vivir más que de interpretar, el papel que queremos escoger
en este drama, cargado de futuro, que es la pasión de Cristo y de la humanidad.
Aristóteles
decÃa que la dignidad de los hombres consistÃa en vivir bien y representar
correctamente el papel que para nosotros habÃan escrito los dioses.
Calderón de la
Barca quiso, por analogÃa, transformar la vida en el “Gran Teatro del Mundo”
para que cada uno interpretara bien su papel y obtuviera el aplauso o el
abucheo al final de la representación, que es la vida.
Parece
evidente que Dios nos ha asignado el papel de la vida y no solamente de vivir
la vida sino de recrearla, dignificarla y liberarla de tantas ataduras que van
limitando sus posibilidades casi ilimitadas.
Ahora que
entramos por la puerta grande de Jerusalén es buen momento para escoger nuestro
papel. Hay muchos y variados sobre le mesa de nuestra libertad.
Podemos entrar
en la Pasión como:
Barrabás: Desconfiando de la capacidad de
diálogo y de la paz y apostando por la imposición, la intolerancia y el
fanatismo de las decisiones cotidianas. ¡Y seremos indultados por el mundo!
Caifás: Manteniendo nuestra burbuja de
poder y de influencias, nuestro proyecto personal y cerrado, y defendiendo de
vez en cuando que “conviene que muera un hombre” para que no se tambalee mi
proyecto personal. ¡Cuántas decisiones en la vida pasan por encima de los
otros, por marginar, descalificar, orillar, o se construyen a costa de los
demás, aunque sean legales!
Pedro: Negando que le hemos conocido, que Él
nos llamó, que un dÃa consiguió entusiasmarnos y le seguimos para siempre; pero
ahora, decepcionados por las dificultades del camino, señalados por la criada
del bienestar, lo negamos y tiramos la toalla de la fidelidad, dispuestos a
recuperar el terreno perdido antes de que sea demasiado tarde: “No conozco a
ese hombre”
Cirineo: Dispuestos a llevar la cruz pero, no
sólo un instante, como voluntarios, como una ONG llamada Iglesia, y hasta el
Calvario y mucho menos dispuestos a morir con Él. Dispuestos a acoger a
los refugiados de Ucrania que huyen del horror de la guerra.
Judas: Decepcionados porque nuestro
proyecto personal no coincide con el de Dios, con el de la Iglesia, dispuestos
a dejarlo todo por cuarenta monedas de plata, de ocio, de bienestar. Capaces de
traicionar a los amigos, de olvidar sus historias, de morder la mano que nos
dio de comer.
Pilatos: Lavándonos las manos ante el
sufrimiento de hoy, ante las utopÃas de mi Iglesia o ante sus limitaciones
humanas tan comunes. “Yo soy inocente de la sangre de esos inmigrantes sin
papeles, de los enfermos o ancianos, de los compromisos asumidos en mi bautismo.
“Soy inocente y me lavo las manos”
Cristo:
“Nadie me
quita la vida, yo la entrego libremente”
“He venido
para que tengáis vida y vida abundante”
“Tú y yo somos
uno, Padre, para que el mundo crea”
“Hoy se cumple
esta escritura en mÃ: He venido a anunciar la libertad”
“A tu manos,
Padre, encomiendo mi espÃritu”
“Id y anunciad
a mis hermanos que os precederé en Galilea”
“Mete tus
dedos en mi costado y no seas incrédulo sino creyente”
Poema de
Domingo Ferrari:
LA ENTRADA A
JERUSALÉN
Cuando la
ciudad bullÃa,
mil visitas
¡qué trajÃn!
por la calle
que da al templo
un hombre se
acerca al fin.
Cabalga en
asno prestado,
que es
sinónimo de paz,
por los suyos
aclamado,
por el pueblo
saludado
con palmas al
agitar.
Los muchachos
que lo miran
cantan al
verlo marchar un ¡hosanna,
hosanna! Se
enoja a la autoridad.
Como quien
llega a su casa
se baja al
templo al llegar
y al ver sus
patios hollados
como cueva de
ladrones.
se ofende en
su santidad.
Hace un azote
de cuerdas,
trastorna mesa
de cambios
y desordena el
mercado,
descubriendo
la maldad
de quienes
hacen riquezas
de aquel lugar
para orar.
La corrupción
se agazapa,
sabiendo que
ha de llegar
la hora de la
venganza
sobre el joven
galileo
que se ha
atrevido a gritar.
Vuelve el
jinete al camino
mas ya no se
oye cantar,
ganó las
calles el miedo,
y Él que
conoce su hora
se marcha a
ignoto lugar.
Alguien
prepara una mesa
de pascua al
agasajar
al que vino a
limpiar templos.
Sin saber que
el agasajo
será la cena
final.
Y en otro
lugar preparan
los dos palos
al cruzar,
la venganza
del mercado,
en vidriera
amedrentante
que el Gólgota
mostrará.
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