Reflexión | Trinidad Ried/VN
Productividad vs fecundidad
Ciertamente,
la palabra fecundidad ha quedado recluida al ámbito de la reproducción y al
ámbito espiritual y, por lo mismo, ha perdido su riqueza, su uso y sobre
todo su encarnación en la cotidianeidad. En el tipo de vida que llevamos, dominado
por la tecnologÃa, la rapidez, la eficiencia y el rendimiento, queda
prácticamente exiliada al inconsciente o al exterminio como realidad.
Y
como el lenguaje es el que crea realidad, su desaparición también da cuenta de
la disminución de las personas en su capacidad de generar y regalar vida.
Lamentablemente, cada vez son más los que sienten que su vida no vale la
pena, que no aportan nada, que da lo mismo si están o no están y que su
existencia pasa a ser un rotativo de rutinas aburridas, planas y sin sentido.
Vivir
sin dar frutos
Es
un vivir sin dar frutos. Son pocos los que son capaces de percibir la vida
como un regalo y saborearla en toda su hondura y compleja belleza, gozándola y
compartiendo esta alegrÃa con los demás.
Cuando
el miedo domina nuestras vidas, no podemos proveer ni el espacio ni el tiempo
para generar algo sagrado, pequeño y necesitado de amor. Estamos pendientes de
sobrevivir, de estar alerta, y nuestras energÃas se dispersan hacia un lado
diferente a “empollar o acunar” una semilla. Cuando vivimos en la casa del
miedo, interno y externo, solemos caer en dos conceptos que nos dañan:
esterilidad y productividad exagerada.
Esterilidad: cuando
nos sentimos rodeados de amenazas, inevitablemente nos encerramos en nosotros
mismos, ya que los demás se nos aparecen como potenciales enemigos. Asà nos es
imposible encontrarnos con otros y con esta autoprotección y defensa excesiva
no es posible el encuentro y la fecundidad con otros. En el mundo actual el
sentirse estéril, no vivo, es una pandemia muy fuerte y extendida. Son muchos
los que sienten una voz de muerte dentro de ellos y no pueden hacer nada por
evitarlo.
Productividad
excesiva: sin embargo, el miedo, también puede llevar a una productividad
desenfrenada. Un producto es algo que hacemos y que es el resultante predecible
de acciones concretas que podemos replicar y que nos hacen percibir lo hecho
como propiedad. Si realizamos estas acciones repetidas veces, somos
productivos.
Todo
puede convertirse en producto
El
tema complejo es que hoy todo es susceptible de convertirse en producto, incluyendo
los amigos, los familiares, las relaciones o las decisiones importantes. Nos
convencemos de que son nuestra propiedad y de que además son nuestra identidad.
Por ejemplo, mira Fulano, que es gerente de; o que es amigo de; o que es hijo
de o que tiene el auto… El gran engaño del paradigma actual es que nos ha
convencido (y lo ha hecho muy eficazmente) de que al ser muy productivos
seremos muy felices.
La
productividad puede que nos dé notoriedad y que alimente nuestro ego, pero los
productos jamás nos darán la pertenencia y el hogar que todos buscamos. En
definitiva, no se trata de despreciar la productividad ni el éxito, que son
buenas en sÃ, siempre que estén alineadas con un porqué que nos llene de
sentido, que la abundancia que generen sea para compartirla y que de ella no
dependa el valor de nuestras vidas. Que sean medios para generar vida y
vÃnculos, pero no el fin de nuestra vida porque jamás nos darán el hogar
ni la felicidad que todos buscamos.
No
es un término medio
La
fecundidad no es el término medio entre esterilidad y productividad
desenfrenada, ya que ambas están en el ámbito del miedo y quieren controlar
nuestras vidas. La fecundidad pertenece al orden del amor y se hace visible
cuando abandonamos nuestros intentos de “ser dioses” y nos rendimos con
humildad. Los frutos no se “hacen” y no son el resultado de acciones
especÃficas que puedan repetirse mecánicamente. No son predecibles ni
definibles; son dones que solo pueden ser recibidos. Es la cualidad de
“regalos” lo que los distingue de los productos; por lo tanto, no me puedo
adueñar de ellos como propiedad. Los tres aspectos de una vida fructÃfera son
por lo mismo:
La
vulnerabilidad: solo si bajamos las defensas, si abrimos el corazón y
confesamos nuestra debilidad compartida, nuestras necesidades y miserias,
podemos vivir con los demás y encontrarnos para dar frutos.
La
gratitud: por el hecho de ser regalo, no cabe otra actitud que la de
recibir alegre y agradecidamente el don y eso produce un gozo, paz y un deseo
de compartirlo con los demás que no se puede expresar.
Cuidar
la vida: los frutos exigen de nuestra parte un tratamiento delicado y
cuidadoso que los proteja del miedo, del control y de la manipulación de los
demás. Para eso debemos transformarnos en úteros de vida a través de la
educación, la formación y la sanación que permitan que cualquier semilla pueda
germinar.
Misión
amorista
Lo
mismo que la solidaridad surge de la intimidad porque llegamos a un hogar que
compartimos con todos los demás, la fecundidad nos llama a una misión amorista
que va mucho más allá de fecundar vida solo en nuestro pequeño cÃrculo. Debemos
luchar por cambiar nuestro entorno, ciudad y cultura, impulsando modos de
relación que generen vida y vida en abundancia para todos. La misión
entonces no estará dada tanto por “hacer” cosas, sino por generar vÃnculos que
den frutos de amistad, confianza, reconciliación, paz y justicia.
AhÃ
no hay distinciones de quiénes tienen más bienes o capacidades, ya que todos
tenemos dones diferentes para compartir. Es más, en los más desposeÃdos los
dones son más evidentes y traslúcidos, muchas veces, que en los que tanto
tienen.
El
verdadero gozo
Debemos,
por tanto, recuperar en nuestro lenguaje y en nuestra realidad la fecundidad;
el verdadero gozo del encuentro, al ver que vamos recuperando el sentido de
nuestra vida y poniéndonos al servicio de los demás. La fecundidad trae consigo
la vida y Dios es un Dios de vivos y no de muertos, y ahà justamente es donde
podemos percibir su presencia amorosa palpitando. La esterilidad y la
productividad exagerada arrastran consigo semillas de muerte.
Jesús
es el gran modelo de fecundidad. Si analizamos frÃamente al Señor desde la
productividad, podrÃamos decir, sin equivocarnos, que deja mucho que desear. No
sabemos ciertamente cómo le fue con su papá carpintero, pero sà sabemos que,
como pescador, escritor y profeta no tuvo mucha suerte desde el punto de vista
humano. Sin embargo, su fecundidad ha trascendido más de 2000 años y ha
sobrevivido a toda fragilidad humana de su traspaso.
Publicado
por Vida Nueva
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