Mundo | Rafael Luciani
La sinodalidad, una forma
más completa de ser y proceder en la Iglesia
"No se puede reducir la sinodalidad a una mera
práctica afectiva y ambiental"
Al conmemorarse los 50 años de la
institución del Sínodo de los obispos, el papa expresó en su discurso que
"el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera
de la Iglesia del tercer milenio". A la luz de esta afirmación se sitúa la
relevancia que tiene la sinodalidad en relación con la transformación de
nuestra institución y se invita a toda la Iglesia a emprender procesos
de escucha y discernimiento que contribuyan a construir un nuevo modelo
eclesial para los nuevos tiempos. A este llamado responde la convocatoria a
un Sínodo, cuyo lema es: "Por una Iglesia sinodal: comunión, participación
y misión" y con el objetivo de contribuir a la renovación de la vida
eclesial al estilo del viejo principio de la canonística medieval: "lo que
afecta a todos, debe ser tratado y aprobado por todos".
En la tradición de la Iglesia
encontramos numerosos ejemplos de buenas prácticas que han acompañado procesos
de renovación. Recordemos la regla de oro de san Cipriano, que puede ser vista
como la forma sinodal del primer milenio y que ofrece el marco interpretativo
más adecuado para pensar los retos actuales: "nada sin el consejo de los
presbíteros y el consenso del pueblo". Para este obispo de Cartago, tomar
consejo del presbiterio y construir consenso con él,
fueron experiencias fundamentales en su ejercicio episcopal para mantener la
comunión en la Iglesia.
A tal fin, pudo idear métodos
basados en el diálogo y el discernimiento en común que posibilitaron la
participación de todos, y no solo de los presbíteros, en la deliberación y
toma de decisiones. El primer milenio ofrece ejemplos de una forma de la
Iglesia, en la que el ejercicio del poder se entendió como responsabilidad
compartida. Hoy se nos pide imaginar un nuevo modelo institucional para la
Iglesia del tercer milenio profundizando la senda abierta por el Vaticano II.
Procesos de renovación y reforma
Este Concilio comprendió que, siendo la
Iglesia un sujeto histórico, ella siempre estará necesitada, según postula uno
de sus documentos, Unitatis redintegratio(UR), de procesos de
"renovación y reformas", de modo orgánico, como un todo, porque
"Cristo llama a la Iglesia peregrinante hacia una perenne reforma, de la
que la Iglesia misma, en cuanto institución humana y terrena, tiene siempre
necesidad" (UR, 6). En continuidad con el texto y el espíritu del
Concilio, Francisco ha señalado que "la Iglesia siempre tiene
necesidad de renovarse porque sus miembros son pecadores y necesitan de conversión",
pero no se ha referido a la reforma de la Iglesia como un acto puntual, sino a
un proceso constante y permanente de conversión de "toda
la Iglesia entera". Dicha visión se expresará en su Exhortación Evangelii
Gaudium (EG). Ahí dice:
"Pablo VI invitó a ampliar el
llamado a la renovación, para expresar con fuerza que no se dirige
sólo a los individuos aislados, sino a la Iglesia entera […]
El Concilio Vaticano II presentó la conversión eclesial como
la apertura a una permanente reforma de sí por fidelidad a
Jesucristo […] Cristo llama a la Iglesia peregrinante hacia una perenne
reforma (EG, 26)".
Esta referencia que hace Francisco a
Pablo VI es muy importante. Por una parte, resuenan las palabras que Pablo VI
dirigió a la Curia Romana en 1963, con las que invitaba a recibir el Concilio
con un espíritu de perennis reformatio (reforma perpetua) en
el marco de una renovatio ecclesiae (renovación de la
Iglesia), pero también trae a la memoria el discurso de apertura de la segunda
sesión del Vaticano II. Ahí Pablo VI explicó que "la reforma que
pretende el Concilio no es, pues, un cambio radical de la vida presente de la
Iglesia, o bien una ruptura con la tradición en lo que ésta tiene de
esencial y digno de veneración, sino que más bien en esa reforma rinde homenaje
a esta tradición al querer despojarla de toda caduca y defectuosa manifestación
para hacerla genuina y fecunda". Agregó después que esta tarea supone el
"deseo, necesidad y deber de la Iglesia, que se dé finalmente una
más completa definición de sí misma".
Superar el modelo institucional clerical
En el actual contexto epocal y eclesial
que vivimos, la sociedad pide nuevamente a la Iglesia su conversión, pero,
¿qué debemos cambiar? En su libro Nueva conciencia de la Iglesia
en América Latina, Ronaldo Muñoz decía que el modelo eclesial "institucional
clerical [es] uno de los grandes obstáculos estructurales del
descubrimiento del evangelio". Hoy Francisco coincide con este diagnóstico
y se refiere al clericalismo como la "raíz de los males" sostenido
sobre una mala concepción de la vocación —"el complejo del elegido"—
y un ejercicio deshumanizador del poder —"la patología del poder
eclesial"—.
Para comprender lo que significa el
modelo institucional clerical, nos podemos referir a estudios recientes.
En Australia, el Final Report de la Royal Commission into
Institutional Responses to Child Sexual Abuse sostiene que:
[…] entre sus principales
manifestaciones se encuentran un estilo autoritario de liderazgo
ministerial, una cosmovisión rígidamente jerárquica y una
identificación virtual de la santidad y la gracia de la Iglesia con el estado
clerical […] Un modelo institucional monárquico en la práctica y
socialmente estratificada. La naturaleza propia de tal estructura ha creado una
aristocracia clerical que se expresa tanto en los estilos de vida como en las
relaciones de poder y obediencia.
Un problema sistémico
No estamos ante un problema puntual o
coyuntural. El problema es sistémico y está relacionado con la
concepción y el ejercicio del poder y la autoridad en la Iglesia. El Documento
preparatorio del Sínodo sobre la sinodalidad (DP) va
en esta línea al recordarnos que:
[…] la Iglesia entera está llamada a
confrontarse con el peso de una cultura impregnada de clericalismo, heredada de
su historia, y de formas de ejercicio de la autoridad en las que se insertan
los diversos tipos de abuso (de poder, económicos, de conciencia,
sexuales). Es impensable una conversión del accionar eclesial sin la
participación activa de todos los integrantes del Pueblo de Dios (DP,
6).
Habremos de preguntarnos si será
suficiente un aggiornamento o si no será necesaria alguna otra cosa.
La pregunta se impone en la medida en que las instituciones de la Iglesia
arrancan de un mundo cultural que ya no podría tener cabida en el nuevo mundo
cultural
Ante esta realidad, cabe recordar la
advertencia del dominico y perito de Vaticano II, Yves Congar, en un
texto de 1972, "Renovación del espíritu y reforma de la institución":
[…] habremos de preguntarnos si
será suficiente un aggiornamento o si no será necesaria
alguna otra cosa. La pregunta se impone en la medida en que las
instituciones de la Iglesia arrancan de un mundo cultural que ya no podría
tener cabida en el nuevo mundo cultural.
Visto así, la superación de una cultura
eclesial clerical pasará por la construcción de un nuevo modelo
institucional.
Caminar juntos, la forma de un nuevo modelo
institucional
El papa Francisco describe el nuevo
modelo con las siguientes palabras: "lo que el Señor nos pide, en
cierto sentido, ya está todo contenido en la palabra 'sínodo': caminar
juntos, laicos, pastores, obispo de Roma", pero, ¿qué
significa esta expresión? El DP nos explica que "caminar juntos"
puede ser entendido según dos perspectivas fuertemente interconectadas. La
primera mira a la vida interna de las Iglesias particulares, "a las
relaciones entre los sujetos que las constituyen (la relación entre los fieles
y sus pastores, también a través de los organismos de participación previstos
por la disciplina canónica, incluido el sínodo diocesano) y a las
comunidades en las cuales se articulan (en particular las
parroquias)" (DP, 28). Mientras que "la segunda perspectiva considera
cómo el Pueblo de Dios camina junto a la familia humana completa" (DP,
29).
El documento de la Comisión
Teológica Internacional sobre la Sinodalidad en la vida y en
la misión de la Iglesia (CTI Sin) nos explica el alcance de la
"sinodalidad" al definirla como una "dimensión constitutiva de
toda la Iglesia" (CTI Sin, 1,5,42,57,70,76,94,116) que se refiere a
"la específica forma de vivir y obrar/operar de la Iglesia/Pueblo de Dios
que manifiesta y realiza en concreto su ser comunión en el caminar
juntos, en el reunirse en asamblea y en el participar activamente de todos
sus miembros en su misión evangelizadora" (CTI Sin, 6). Tal noción
supone revisar las "relaciones y mentalidades" (ser) y las
"dinámicas comunicativas y estructuras" (operar), a la
vez. Nos invita a un reaprendizaje o conversión.
Pero "caminar juntos" también
tiene otra implicación: el hecho de que cualquier proceso de reformas debe
buscar los modos de involucrar a todo el Pueblo de Dios, en su totalidad, en
los procesos de discernimiento, elaboración y toma
de decisiones en la Iglesia (Aparecida, 371). De ahí que una
Iglesia sinodal supone reunirnos y discernirjuntos para
accionar modalidades y procesos decisionales que surjan de la participación de
todos(as) como lo expresa Lumen gentium (LG), una de las
cuatro constituciones de Vaticano II, o como sostiene la Comisión Teológica
Internacional: "la dimensión sinodal de la Iglesia se debe expresar
mediante la realización y el gobierno de procesos de participación y de
discernimiento capaces de manifestar el dinamismo de comunión que
inspira todas las decisiones eclesiales" (CTI Sin,
53,67,76).
De todo esto deriva una cuestión
fundamental que ha de guiar el discernimiento de la actual renovación eclesial:
"¿cómo se realiza hoy este caminar juntos en la propia
Iglesia particular? ¿Qué pasos nos invita a dar el Espíritu para
crecer en nuestro caminar juntos?" (DP, 26), es decir, en sinodalidad.
Especialmente si se ha afirmado que "una Iglesia sinodal es una Iglesia
participativa y corresponsable, llamada a articular la participación de
todos, según la vocación de cada uno" (CTI Sin, 67).
Nuevas dinámicas comunicativas para una
Iglesia sinodal
Como sostiene la Comisión Teológica
Internacional, en su documento sobre el Sínodo, (CTI Sin) «el concepto de
sinodalidad se refiere a la corresponsabilidady a la participación de
todo el Pueblo de Dios en la vida y la misión de la Iglesia» CTI Sin, 7). Si
bien es cierto que la corresponsabilidad expresa el carácter de sujeto activo
de todos(as) los bautizados, la participación supone la
complementariedad necesaria a partir de lo que cada uno/a puede aportar,
laicado, vida religiosa, presbiterado, episcopado y considerando los
propios dones, carismas, servicios y ministerios (CTI Sin, 67).
Cada sujeto en la Iglesia goza por el
bautismo de igualdad de derechos y deberes en relación con todo lo que
involucre a la misión de la Iglesia
A la vez, cada sujeto en la
Iglesia goza por el bautismo de igualdad de derechos y deberes en
relación con todo lo que involucre a la misión de la Iglesia. Desde este
horizonte se puede construir el nosotros eclesial, como lo denomina
la teóloga Serena Noceti, mediante la puesta en práctica de una serie de
dinámicas comunicativas.
Es oportuno recordar la Carta a
todo el Pueblo de Dios en Chile, en donde Francisco dice: "invito a
todos los organismos [diocesanos], sean del área que sea, a buscar
consciente y lucidamente espacios de comunión y participación para que
la Unción del Pueblo de Dios encuentre sus mediaciones concretas para
manifestarse".
Podemos referirnos a tres
características propias de un modo de proceder sinodal. Primero, "toda la
comunidad, en la libre y rica diversidad de sus miembros, ha de ser
convocada". No unos pocos; segundo, dicha convocatoria es para participar
en un proceso de discernimiento comunal que se concretiza al "orar,
escuchar, analizar, dialogar y aconsejar" en conjunto, y tercero, la
finalidad de la convocatoria no es sólo para conocernos mejor y compartir
experiencias, sino "para que se tomen las decisiones pastorales más
conformes con la voluntad de Dios" (CTI Sin, 68). En este modelo la
última palabra nunca puede ser tomada, aisladamente, por algunos o
por uno, sino que debe surgir del consenso de
todos los fieles (LG, 12,25).
La novedad de la escucha
En el discurso pronunciado por los 50
años del Sínodo y que ya mencionamos anteriormente, el papa señala que:
[…] una Iglesia sinodal es una
Iglesia de la escucha […]. Es una escucha recíproca en la cual cada
uno tiene algo que aprender […]. Es escucha de Dios, hasta escuchar con Él el
clamor del pueblo; y es escucha del pueblo, hasta respirar en él la voluntad a
la que Dios nos llama.
El ejercicio de la escucha es
indispensable en una eclesiología sinodal pues parte del reconocimiento de la identidad
propia de cada sujeto eclesial: laicos(as), presbíteros, religiosos(as),
obispos, papa, a partir de relaciones horizontales fundadas en la radicalidad
de la dignidad bautismal y en la participación en el sacerdocio común de todos
los fieles (LG, 10).
Podemos decir que la Iglesia en su
conjunto es cualificada por medio de los procesos de escucha en los que cada
sujeto eclesial aporta algo que completa la identidad y la
misión del otro, como lo expresa el decreto del Vaticano II sobre el apostolado
de los laicos, Apostolicam actuositatem (AA), y lo hace desde
lo que cada uno tiene que aportar (AA, 29). Tal modelo supone superar
relaciones desiguales, de superioridad y subordinación, y pasar a la lógica de
la "recíproca necesidad" (LG, 32) propia de una
"participación corresponsable" de todos(as). Ser escuchados es
un derecho de cada persona en la Iglesia, pero la escucha tiene una finalidad
específica: tomar consejos a partir de lo escuchado y esto es un deber propio
de quienes ejercen la autoridad.
Dice Francisco que «"escuchar no es
lo mismo que oír". Podemos añadir que tampoco es equivalente a consultar.
La razón es que, en una Iglesia sinodal, la escucha se hace al discernir
en conjunto, en un proceso de discernimiento comunal y no individual,
porque se trata de «conocer lo que el Espíritu "dice a las Iglesias"
(Ap, 2,7) y encontrar modos de proceder acordes a cada época, es decir,
"una acomodación más profunda en todo el ámbito de la
vida cristiana", según Ad Gentes (AG) otro de los
documentos de Vaticano II. Por ello, la escucha no es un fin en sí
mismo. Ella se realiza en el marco de un proceso mayor. Es importante tener
en cuenta todas las acciones antes mencionadas a la hora de emprender un
proceso de escucha: "orar, escuchar, analizar, dialogar y aconsejar"
(CTI Sin, 68), porque la finalidad de un camino sinodal no es simplemente
encontrarnos, oírnos y conocernos mejor, sino discernir en conjunto «"para
que se tomen las decisiones pastorales". Éste es uno de los aspectos que
definen la naturaleza de una Iglesia sinodal.
Consecuentemente, podemos preguntarnos:
¿cuáles son las mediaciones por medio de las cuales escuchamos al Espíritu para
hacer un discernimiento en conjunto y una toma de decisiones compartida? Para
comprender lo que esto implica, podemos recordar las palabras de Mons.
Emiel-Joseph De Smedt, una de las voces más autorizadas del Concilio. En su
libro sobre el Sacerdocio de los fieles, publicado en 1962, decía
que "el cuerpo docente [obispos] no descansa exclusivamente en la acción
del Espíritu Santo sobre los obispos; sino que también [debe] escuchar la
acción del mismo Espíritu enel pueblo de Dios. Por lo tanto, el
cuerpo docente no solo habla al Pueblo de Dios, sino que también escucha
a este Pueblo en quien Cristo continúa su enseñanza". Así,
los obispos, como el resto de los fieles, deben escuchar al Pueblo de
Dios, como parte integrante de él y, junto a él, discernir y elaborar
decisiones pastorales, porque "desde los obispos hasta los últimos fieles
laicos, prestan su consentimiento universal en las cosas de fe y
costumbres" (LG, 12).
En una Iglesia sinodal, lo que está en
juego no es el sentir de cada obispo o de la jerarquía en sí misma, sino el
sentir de toda la Iglesia en todo el pueblo y que tiene su punto de
partida y también su punto de llegada en el Pueblo de Dios.
Podemos concluir diciendo que el momento
eclesial actual nos convoca a la tarea de repensar la totalidad de la vida
eclesial en clave sinodal. Si "la sinodalidad es una dimensión
constitutiva de la Iglesia que, a través de ella, se manifiesta y
configura como Pueblo de Dios" (CTI Sin, 42), entonces hay que
hacer lo posible para que caminemos hacia una auténtica sinodalización de
toda la Iglesia. El gran reto será, pues, el de crear un modelo
institucional que dé cauce a un nuevo modo eclesial de proceder para la Iglesia
del tercer milenio. A saber, el de una Iglesia sinodal porque,
como sostuvo Francisco en su "Discurso a la Diócesis de Roma" en
septiembre de 2021:
La sinodalidad no es el capítulo de un
tratado de eclesiología, y menos aún una moda, un eslogan o el nuevo término a
utilizar o manipular en nuestras reuniones. ¡No! La sinodalidad expresa la
naturaleza de la Iglesia, su forma, su estilo, su misión
[…] la sinodalidad no es el capítulo de
un tratado de eclesiología, y menos aún una moda, un eslogan o el nuevo término
a utilizar o manipular en nuestras reuniones. ¡No! La sinodalidad expresa la
naturaleza de la Iglesia, su forma, su estilo, su misión. Hablamos de
Iglesia sinodal, evitando considerarla un título entre otros.
Sin este horizonte en mente, se
puede correr el riesgo de limitar la comprensión y el ejercicio de la
sinodalidad a una mera práctica afectiva y ambiental, sin que se
traduzca efectivamente en cambios concretos que ayuden a
superar el actual modelo institucional clerical.
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