Vida Religiosa | Provincia Vedruna Europa
“Te dicen: ‘Mujer, tú no
puedes representar a Jesús’, y eso teológicamente es una salvajada”
Mesa redonda de
las Jornadas de Formación dedicas a “La mujer en la Iglesia y en la sociedad”
“Las mujeres en la Iglesia tenemos que
empezar a pensar. Tenemos que atrevernos a pensar”, dice con rotundidad la
jesuitina y teóloga Belén Brezmes, que ha participado en el Centro
Vedruna de Valladolid en una mesa redonda durante unas Jornadas de Formación
dedicas a “La mujer en la Iglesia y en la sociedad”.
A fuerza de costumbre, las personas
terminan a veces comulgando con ruedas de molino. Es claramente el caso de la
subordinación de la mujer en la Iglesia, cree Belén Brezmes: “Se ha vivido en
una dimensión de tanta desigualdad que a nosotras mismas se nos ha metido en el
ADN, y al final nos la hemos creído”. Toca ahora pico y pala para deconstruir,
para liberarse de toda esa ideología patriarcal que forma una gruesa capa que
dificulta la transmisión del mensaje de Jesús de Narazet.
Para la jesuitina, vocal de la Asociación
de Mujeres Españolas, este movimiento emancipador de las mujeres católicas
“es imparable”. Lo cual no significa que no haya poderosas resistencias desde
“ese clericalismo tan fuerte que tenemos, desde ese patriarcado que tiende
siempre a autojustificarse”. Reacciones a veces agresivas, tras las que, ante
todo, ella percibe mucho miedo y nerviosismo. “Si hay ese miedo –advierte–, es
porque están defendiendo cosas que no son del Espíritu”.
Belén Breznes fue una de las tres
participantes en una mesa redonda durante las jornadas de formación Vedruna,
este fin de semana, en el Centro Vedruna de Valladolid, que se
celebran del 8 al 10 de julio con el lema: “Mujer, ‘¿qué buscas?’. La mujer en
la Iglesia y en la sociedad”, con ponentes como la exalcaldesa de Madrid,
Manuela Carmena, o la teóloga Cristina Inogés, invitada por el Papa a
intervenir en la inauguración del Sínodo sobre la sinodalidad.
Junto a Brezmes, intervinieron la
religiosa Vedruna Carmen Quintero, y la secretaria de la comunidad
Islámica de Ávila y delegada de la Comisión Islámica de España en Castilla y
León, Mariam Cuenca. La dirigente musulmana, última en intervenir,
resaltó la amplia coincidencia en los discursos. “Me habéis dejado con la boca
abierta”, dijo. “Estoy muy, muy de acuerdo con lo que habéis dicho”.
La abulense trazó una nítida diferencia
entre, por un lado, el Corán y las enseñanzas islámicas, y por otro, una praxis
en la que la discriminación está muy extendida, e incluso la asumen muchas
mujeres. No pocas
mujeres musulmanas, contó, se han escandalizado al escucharle citar fragmentos
de los textos sagrados islámicos alineados con lo que llamamos hoy igualdad de
género.
La dimensión política de la fe
Si Mariam Cuenca es conocida por ser la
artífice de la primera mezquita en Ávila, la Vedruna Carmen Quintero es
toda una institución en Valladolid, donde coloquialmente muchas la conocen como
“la alcaldesa”. En los años del postconcilio, conoció en la Congregación la
experiencia, entonces incipiente, de las comunidades de inserción en barrios.
Y, junto a un grupo de hermanas, se decidió a poner en marcha una de esas
comunidades en el barrio pucelano de La Rondilla, construido a toda prisa en
los años 60, durante la expansión industrial de la actual capital de Castilla y
León, para alojar a las masas de trabajadores migrantes que llegaban
procedentes de pueblos y otras regiones de España. Todo era precario; a los dos
años empezaron a aparecer grietas en los edificios. “Y no existían servicios
comunitarios, parques, colegios, centros sanitarios…”.
La comunidad se dio un año de margen
para simplemente ver y oír, antes de decidir en qué comprometerse. No lo
cumplió. Tantas eran las necesidades que a las pocas semanas las religiosas
estaban ya involucradas en todo tipo de proyectos, que con el tiempo se
articularían en torno a la asociación vecinal La Rondilla y a
la Asociación de Mujeres del mismo nombre, dos instituciones que han sido clave
para el desarrollo del barrio.
Desde sus orígenes, en los estertores
del franquismo, “nuestra asociación ha sido siempre muy reivindicativa. Siempre
ha habido que enfrentarse para conseguir el bienestar de los que no cuentan”.
Con unos alcaldes hubo más diálogo y con otros, menos, pero el activismo
comunitario nunca ha faltado. Era una exigencia ética. “Nosotras, realmente, no
teníamos nada que perder”, dice Carmen Quintero. “Otros compañeros y compañeras
tenían sus familias, sus hijos, sus trabajos... Y lo arriesgaban por defender
lo que era de todos y por conseguir el bienestar para el vecindario”.
Hoy la religiosa mira hacia atrás y da
gracias “por haber podido vivir mi consagración desde esta dimensión”, que
ella, sin ambages, denomina “política”. “Ya no podría concebir la vida religiosa de otra
manera”, dice.
Un movimiento imparable
El caso de Belén Brezmes es, en cierto
modo, el inverso. Su lucha es interna, y tiene más que ver con desideologizar
toda una serie de estructuras que, con mentalidad patriarcal, se han ido
asentando en la Iglesia desde hace siglos.
La jesuitina habló de su propia
experiencia vital, de cómo empezó a esa inquietud sin poder ponerle nombre,
hasta que una charla de María José Arana, religiosa del Sagrado
Corazón, y la participación en los encuentros de Mujeres y Teología le abrieron
“nuevas perspectivas” en las que ha podido seguir profundizando “en red,
conectada con otras personas que están en la misma perspectiva, con una
perspectiva incluso ecuménica e interreligiosa. Eso a mí me ha ayudado mucho”,
dijo.
Hace falta, cree, la unión de mujeres
“para hacer frente a los efectos debilitantes del sexismo, un sexismo y un
pecado de sexismo que están muy presente en nuestra Iglesia”.
Hoy, es cierto, “vamos a una Iglesia
diferente”. “El Papa Francisco nos quiere insertar, pero no
esto no es un tema de inserción. Si nos insertan, se quedan tranquilos. Pero
no, tenemos que buscar algo totalmente diferente, Tenemos que replantearnos los
carismas, el servicio, todo aquello que salió en aquel documento del Sínodo de
la Amazonia”, aunque quedara después algo aguado en la exhortación pontificia.
El mensaje final, en definitiva, es que “la mujer se queda para unas cosas y
los hombres para otras, porque la mujer representa más a María y los hombres
representan más a Jesús. ¡Otra vez el fisicalismo este, que es una lacra que
tenemos que eliminar”.
Primero, porque “esa imagen que
identifica a Dios y a Jesús con los masculino no es verdad. Tanto el varón como
la mujer somos imagen de Jesús, y esto es muy importante”. “Cuando a ti te
dicen: ‘Tú no puedes representar a Cristo’. ¿Cómo que no? Teológicamente, eso
es una salvajada”. “Entonces, como soy mujer, ¿significa esto que no he sido
salvada por Jesús?”.
Pero hay también un poderoso argumento
de credibilidad.
“¿Cómo podemos continuar, honestamente,
compartiendo el Evangelio con la próxima generación o con personas que forman
parte te la sociedad en general, si las estructuras institucionales y las
actitudes oficiales de la Iglesia aparecen impregnadas de sexismo, y por tanto
dañinas para el bienestar tanto de mujeres como de varones? Esto es algo muy
gordo: ¿Qué Dios transmitimos en la evangelización para que no pierda su
capacidad de interpretar y de dar luz de manera convincente a todo el abanico
de experiencias actuales”. Tenemos que recuperar a este Jeus inclusivo, a este
Jesus de comunidad de iguales.. Quizá estamos en un momento en que el Concilio
Vaticano II deba ser desarrollado, y hay muchas resistencias, pero esto es
imparable”. El sexismo dejará de ser aceptable, de modo análogo a como, desde
hace unas décadas, la Iglesia no habla ya de “odiar a los pérfidos judíos”.
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