Actualidad | José María Lorenzo Amelibia
El “mobbing”; se
puede meter hasta en los conventos
El “mobbing”
es una palabra moderna pero su significado es tan antiguo como el hombre.
Consiste en hacerle a una persona, dentro de su comunidad de trabajo, el vacío
de tal manera que se vea obligado a marcharse. Hacerle a uno la vida imposible.
La víctima pude llegar a una depresión profunda, a desesperarse, a perder el
control de sí mismo, a enloquecer. Son pocos tan fuertes que puedan resistir
una situación de este tipo. Hace pocos años se ha tipificado este proceder como
delictivo; y con razón.
Se hace el
“mobbing” de muchas maneras. En ocasiones es solo el jefe quien lo ejerce para
liberarse de un empleado desagradable; para ello se niega a comunicarse con él,
lo rehuye, no le habla, le hace el vacío o finge no verle. Otras veces son
algunos compañeros que gritan al sujeto paciente para intimidarle, le
interrumpen cuando habla, difunden rumores y mentiras que puedan perjudicarle.
En ocasiones se burlan de su forma de hablar, andar y vestirse, le ponen motes;
le infravaloran en su trabajo o le acusan de hacerlo todo mal.
La causa suele
ser la envidia, o simplemente verlo distinto de los demás. Cuando los
compañeros comprueban que triunfa ante el público por realizar su labor a la
perfección, y se sienten ellos heridos en su orgullo o en su comodidad, pueden
reaccionan de esta manera abyecta y vil, contra quien moralmente está muy por
encima de ellos. No toleran esa especie de acusación indirecta.
He conocido a
lo largo de mi vida casos de verdad dramáticos. Recuerdo ahora el de un
profesor a quien sus alumnos le apodaban “conejo”, se reían de él, nunca le
hacían caso. Los compañeros y la dirección lo sabían y no ponían remedio.
Terminó muy mal, con el suicidio. Un fraile era objeto de mofa de algunos compañeros;
le hacían gestos de burla dentro de un gran silencio que habían de observar por
regla. Se salió del convento y tuvo la suerte de ser acogido por el obispo de
una diócesis donde ejerció su sacerdote con dignidad. Ninguna profesión,
asociación o fundación se ve libre de esta plaga. Incluso conozco algunos casos
entre monjas; parece mentira que no se den cuenta de la enorme falta de caridad
que supone marginar y zaherir así a un hermano en la fe.
Pero no
siempre hay “mobbing”; alguna vez puede parecerle a uno, pero no existe tal
infamia por parte del aparente ofensor. Porque puede ser simplemente una mala
interpretación de ciertas acciones. Por eso lo mejor es, cuando se ve que
proviene tan solo de una persona, hablar con ella para aclarar situaciones y no
caer en la angustia.
El “mobbing”,
sí, es un delito; y probado puede llevar consigo pena de prisión contra los
presuntos delincuentes. No siempre es fácil probarlo, pero tampoco es tan
difícil como a primera vista pueda parecer. En ocasiones denunciar puede enojar
a la víctima por encima del propio sufrimiento. Entonces resultará útil cambiar
de puesto de trabajo; acudir al psicólogo para pedir ayuda y consejo; hacerse fuerte
y aumentar la propia autoestima. Una vida de piedad bien llevada suele
ayudar. Pero siempre conviene deshacer esta situación; comunicarse con quien
pueda escucharnos y orientar, y no dejarse apabullar por cuatro personas sin
conciencia.
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