Reflexión | Miguel Ángel Munárriz/FA
La Puerta
Jn
10, 1-10
«Os
aseguro que yo soy la puerta de las ovejas»
Jesús
es la puerta de acceso al Padre: «Quien me ha visto a mí ha visto a mi Padre».
En un mundo inaccesible a la divinidad, se abrió una puerta, y a través de ella
hemos visto que Dios nos quiere como las Madres quieren a sus hijos; que se
siembra como Semilla; que es Palabra constantemente derramada; que es Viento
poderoso que nos empuja y nos alienta en nuestro caminar por la vida… Hemos
visto que Dios no es el que nos juzga por nuestros pecados, sino nuestro aliado
contra el mal; el que nos presta su luz para que no tropecemos y su fuerza para
que nos liberemos de las cadenas doradas con que nos atan las pasiones.
Es
también la puerta que nos conduce al conocimiento de nosotros mismos. A través
de ella hemos visto que somos Hijos de ese Padre y que hemos sido invitados a
ser dignos hijos suyos; a no conformarnos con menos. Y si todos somos hijos,
también somos hermanos que se quieren, se ayudan y se perdonan; porque Dios no
necesita nada de nosotros, pero tiene hijos que sí nos necesitan. Y así, a
través de esa puerta hemos podido conocer el proyecto que Dios tiene para la
humanidad y el sentido de nuestra vida.
Jesús
es la puerta de acceso al Reino, pero saberlo no sirve de nada si no entramos.
Porque las puertas son para entrar. Es muy característico de nuestra
religiosidad quedarnos contentos y satisfechos con “saber”; creer que somos
algo por estar bien informados. Pero no basta; Jesús nos invita a entrar en el
Reino, y eso supone cambiar de criterios y de valores, responder a esa
invitación y ponerse el mono de trabajo para afrontar la misión que como
cristianos tenemos encomendada.
En
definitiva, Jesús es la puerta, pero desde muy antiguo los cristianos hemos
estado tratando de abrir otras puertas de acceso a Dios. Entre ellas cabe
destacar la reflexión metafísica, que trata de conocer la esencia de Dios y del
ser humano por medio de la razón. Tampoco se pueden olvidar aquellas otras que
ofrecen la experiencia directa de Dios, y el conocimiento de nuestro verdadero
ser, a través de una espiritualidad volcada hacia el interior que no precisa de
ningún intercesor o intermediario externo.
En
el primer caso corremos el riesgo de perdernos en intelectualismos estériles
que ni nos ayudan a vivir ni a conocer el sentido de nuestra vida; corremos el
riesgo de olvidar a Abbá y perdernos la buena Noticia. En el segundo, el riesgo
está en sustituir el mensaje y la praxis de Jesús (claros e interpelantes) por
un producto surgido del laberinto de nuestra psique cuya naturaleza
desconocemos por completo.
En
cualquier caso, el criterio para discernir si una puerta me abre a un camino
que merece la pena recorrer, es siempre el fruto: «Por sus frutos les
conoceréis»… «Ya hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no
lo encuentro; córtala»… Si elijo una puerta y veo que voy creciendo en perdón,
en compasión y servicio, pues voy por buen camino… Si no, pues estoy «cansando
la tierra».
Publicado por Feadulta.com
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