Reflexión | Miguel Ángel Munárriz/FA
Caminantes
Juan
14, 1-12
«Yo
soy el camino, la verdad y la vida»
Si
hay un adjetivo que le cuadra bien al evangelio, es “interpelante”. Si el
evangelio no nos interpela; si no afecta a nuestras vidas, no sirve para nada.
Podemos sentirnos muy ufanos del conocimiento profundo que tenemos de él,
podemos presumir de lo bien que lo interpretamos a la luz de la exégesis más
moderna e independiente, podemos teorizar y elucubrar sobre él hasta la saciedad,
pero si no respondemos, «de nada nos sirve».
El
evangelio es una constante invitación a caminar, y Jesús es el camino. Pero un
camino no es para conocerlo, sino para recorrerlo. Y es cierto que podemos
decidir no caminar, optar por instalarnos en este mundo y olvidar nuestro
destino, pero es evidente que a la larga esta actitud nos va a producir vacío y
angustia, porque, como decía Kierkegaard, «no podemos ignorar lo eterno que hay
en nosotros».
Una
excelente metáfora de la vida podría ser la ascensión a una montaña. El
montañero que sacude la pereza, abandona la comodidad del refugio y se echa al
monte en busca de la cima, se siente vivo, motivado, estimulado por cada
obstáculo que logra superar, y en muchos momentos exultante de optimismo y
felicidad. El que decide permanecer al abrigo del refugio, se aburre, se hastía
y acaba frustrado y asqueado. La cima que Jesús nos propuso a los cristianos es
una sociedad fraterna, humana y solidaria, y el camino que nos lleva a la cima
es Jesús mismo; sus criterios, su ejemplo, su compromiso con la misión hasta
dar la vida por ella, su convencimiento de que merecía la pena hacerlo…
En
momentos de máxima tribulación es cuando encontrar un buen camino adquiere toda
su importancia. Imaginémonos perdidos en el monte, hace frío, se acerca la
noche, no vemos salida… y de pronto encontramos un camino prometedor. ¡Estamos
salvados!, pensamos, y nos apresuramos a tomarlo con la esperanza de que nos
devuelva a la vida.
Hoy
vivimos momentos de gran tribulación. Hoy estamos en una encrucijada histórica
en la que está en juego nuestra civilización e incluso nuestra supervivencia.
Hemos seguido el camino que nos proponía el mundo y es evidente que nos hemos
equivocado. El resultado es un planeta herido de muerte donde las sequías se
han generalizado y los océanos agonizan. Donde la ostentación y el derroche
conviven con la miseria, donde la vida se banaliza, la sociedad se
mercantiliza, las relaciones humanas han dejado de ser humanas y el hombre es
todavía más lobo para el hombre…
Los
cristianos conocemos otro camino, pero de momento preferimos seguir en el
refugio discutiendo si los que vienen son galgos o podencos. Es preciso salir
del refugio y enfilar la cima con decisión y con la esperanza de que otros nos
sigan… o estamos perdidos. Jon Sobrino, jesuita compañero de Ignacio Ellacuría
en el Salvador, nos invita a reanudar la marcha y nos marca una meta ajustada a
la situación que vive el mundo: «Debemos caminar hacia la civilización de la
austeridad compartida»… ¿Empezamos?
Publicado
por Feadulta.com
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