Fe y vida | Antonio R. Rubio Plo
El beato Ghika, apóstol de la fe y de
la cultura
Perteneciente a una
familia de príncipes rumanos, Vladimir Ghika se convirtió al catolicismo y
trabajó por la unidad entre ortodoxos y católicos. Este 25 de diciembre se
cumplió el 150 aniversario de su nacimiento
Vladimir Ghika,
nacido el 25 de diciembre de 1873, fue un gran hombre del siglo XX.
Perteneciente a una familia de príncipes rumanos, residió gran parte de su vida
en Francia y, tras convertirse al catolicismo, trabajó por la unidad entre
ortodoxos y católicos. Fue un apóstol de la caridad, influenciado por san
Vicente de Paúl, en su diócesis de París y en la Rumanía de la Segunda Guerra
Mundial y de la posguerra.
Dos amigos
míos, un sacerdote español residente en Bucarest y un filósofo mexicano, buen
conocedor de París, me descubrieron a Vladimir Ghika, beatificado en 2013. Me resultó atractiva su personalidad de hombre de
densa cultura y ardiente religiosidad. Su biografía daría para una película en
la que se podrían reflejar los sufrimientos y las alegrías de la Europa de la
primera mitad del siglo XX, una edad de oro cultural empañada por la barbarie
del totalitarismo. Selecciono a continuación tres secuencias de esa película para invitar a los lectores a profundizar
en una vida extraordinaria.
Con una madre
viuda y tres hermanos, Vladimir llega a los 6 años a Toulouse, donde cursa el
bachillerato y los estudios de Derecho. Uno de mis amigos me envió una imagen
de su cuaderno de historia, de su época del liceo. Se aprecia una caligrafía
impecable y un cuidado por el detalle y la precisión que demuestran que era un
niño que retenía lo que aprendía y estaba dotado de una gran sensibilidad. En
cambio, su formación religiosa era poco profunda. Su madre, Alexandrine, de
confesión ortodoxa, estaba llena de prejuicios hacia el catolicismo y encargó
esa tarea a una institutriz protestante. Vladimir acudía los domingos a
escuchar los sermones de un pastor, aunque no se sentía a gusto en un ambiente
de rigorismo puritano e interminables discusiones sobre pasajes bíblicos.
Precoz lector de Bossuet y Pascal, el muchacho se sintió atraído por la
búsqueda de un Dios oculto en su interior, no accesible a quienes se dejan
arrastrar por formalismos y polémicas, como algunos monjes ortodoxos que
conoció en su país durante las vacaciones de verano. Poco a poco, el joven
Ghika se acercó a la fe católica, y a ello contribuyó su afán de saber,
completado con estudios de Ciencias Políticas en París. A diferencia de los
intelectuales de moda, la cultura no le alejó de Dios, sino que abrió
posibilidades ilimitadas en su mente y en su vida. Por fin, el 13 de abril de
1902, en una ceremonia presidida en Roma por el cardenal Mathieu, arzobispo de
Toulouse, Vladimir Ghika fue admitido en la Iglesia católica. En Rumanía
algunos le acusaron de traidor, pero Ghika aseguró que se había hecho católico
«para ser un mejor ortodoxo».
A punto de
cumplir los 50 años, Ghika fue ordenado sacerdote en París el 7 de octubre de
1923, en la capilla de san Vicente de Paúl. Poco después solicitó destino en
Villejuif, una localidad del cinturón rojo parisino donde reinaba la miseria
material y moral. No residió en una iglesia, sino en un barracón de madera, que
era a la vez vivienda y lugar donde celebrar Misa. Carecía de agua y tenía que
ir a buscarla a diario a una fuente, donde aprovechaba para hablar con los
vecinos. Su curioso aspecto, con una barba blanca que recuerda a san Nicolás,
llamaba la atención de los niños, que iban a verlo con frecuencia. Tras los
pequeños llegaban los padres, aunque también encontró fuerte hostilidad y le
robaron dos veces. Pese a todo, Ghika hizo realidad en Villejuif lo expresado en
uno de sus escritos, La liturgia del prójimo,
donde define el amor como «una tarea de caridad sin hora fija». Es otra
liturgia añadida a las de la Palabra y la Eucaristía. Con todo, Ghika advertía
sobre los peligros de ver en el pobre a un miserable y no a Cristo, y en el de
solo verse a sí mismo y no a Cristo cuando se está delante del pobre. Por eso,
exhortaba continuamente a la plegaria en la que estuviesen presentes no solo
los amados, sino también los alejados, los hostiles o los que caen mal. Ghika
practicaba una «teología de la necesidad», por la que el conocimiento de Dios
en profundidad nos abre los ojos a las necesidades de los demás.
Era muy
mariano. Su primera Misa tuvo lugar en la capilla de la Medalla Milagrosa en
París y creía con firmeza que María, la Madre común, haría posible la unión
entre ortodoxos y católicos. El beato rumano recorrió su existencia de la mano
de María, la que «despierta en nosotros la alegría de creer en medio de la
noche».
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