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    miércoles, 3 de enero de 2024

    El beato Ghika, apóstol de la fe y de la cultura


    Fe y vida | Antonio R. Rubio Plo 

     


    El beato Ghika, apóstol de la fe y de la cultura

     

    Perteneciente a una familia de príncipes rumanos, Vladimir Ghika se convirtió al catolicismo y trabajó por la unidad entre ortodoxos y católicos. Este 25 de diciembre se cumplió el 150 aniversario de su nacimiento

     

    Vladimir Ghika, nacido el 25 de diciembre de 1873, fue un gran hombre del siglo XX. Perteneciente a una familia de príncipes rumanos, residió gran parte de su vida en Francia y, tras convertirse al catolicismo, trabajó por la unidad entre ortodoxos y católicos. Fue un apóstol de la caridad, influenciado por san Vicente de Paúl, en su diócesis de París y en la Rumanía de la Segunda Guerra Mundial y de la posguerra.

     

    Dos amigos míos, un sacerdote español residente en Bucarest y un filósofo mexicano, buen conocedor de París, me descubrieron a Vladimir Ghika, beatificado en 2013. Me resultó atractiva su personalidad de hombre de densa cultura y ardiente religiosidad. Su biografía daría para una película en la que se podrían reflejar los sufrimientos y las alegrías de la Europa de la primera mitad del siglo XX, una edad de oro cultural empañada por la barbarie del totalitarismo. Selecciono a continuación tres secuencias de esa película para invitar a los lectores a profundizar en una vida extraordinaria.

     

    Con una madre viuda y tres hermanos, Vladimir llega a los 6 años a Toulouse, donde cursa el bachillerato y los estudios de Derecho. Uno de mis amigos me envió una imagen de su cuaderno de historia, de su época del liceo. Se aprecia una caligrafía impecable y un cuidado por el detalle y la precisión que demuestran que era un niño que retenía lo que aprendía y estaba dotado de una gran sensibilidad. En cambio, su formación religiosa era poco profunda. Su madre, Alexandrine, de confesión ortodoxa, estaba llena de prejuicios hacia el catolicismo y encargó esa tarea a una institutriz protestante. Vladimir acudía los domingos a escuchar los sermones de un pastor, aunque no se sentía a gusto en un ambiente de rigorismo puritano e interminables discusiones sobre pasajes bíblicos. Precoz lector de Bossuet y Pascal, el muchacho se sintió atraído por la búsqueda de un Dios oculto en su interior, no accesible a quienes se dejan arrastrar por formalismos y polémicas, como algunos monjes ortodoxos que conoció en su país durante las vacaciones de verano. Poco a poco, el joven Ghika se acercó a la fe católica, y a ello contribuyó su afán de saber, completado con estudios de Ciencias Políticas en París. A diferencia de los intelectuales de moda, la cultura no le alejó de Dios, sino que abrió posibilidades ilimitadas en su mente y en su vida. Por fin, el 13 de abril de 1902, en una ceremonia presidida en Roma por el cardenal Mathieu, arzobispo de Toulouse, Vladimir Ghika fue admitido en la Iglesia católica. En Rumanía algunos le acusaron de traidor, pero Ghika aseguró que se había hecho católico «para ser un mejor ortodoxo». 

     

    A punto de cumplir los 50 años, Ghika fue ordenado sacerdote en París el 7 de octubre de 1923, en la capilla de san Vicente de Paúl. Poco después solicitó destino en Villejuif, una localidad del cinturón rojo parisino donde reinaba la miseria material y moral. No residió en una iglesia, sino en un barracón de madera, que era a la vez vivienda y lugar donde celebrar Misa. Carecía de agua y tenía que ir a buscarla a diario a una fuente, donde aprovechaba para hablar con los vecinos. Su curioso aspecto, con una barba blanca que recuerda a san Nicolás, llamaba la atención de los niños, que iban a verlo con frecuencia. Tras los pequeños llegaban los padres, aunque también encontró fuerte hostilidad y le robaron dos veces. Pese a todo, Ghika hizo realidad en Villejuif lo expresado en uno de sus escritos, La liturgia del prójimo, donde define el amor como «una tarea de caridad sin hora fija». Es otra liturgia añadida a las de la Palabra y la Eucaristía. Con todo, Ghika advertía sobre los peligros de ver en el pobre a un miserable y no a Cristo, y en el de solo verse a sí mismo y no a Cristo cuando se está delante del pobre. Por eso, exhortaba continuamente a la plegaria en la que estuviesen presentes no solo los amados, sino también los alejados, los hostiles o los que caen mal. Ghika practicaba una «teología de la necesidad», por la que el conocimiento de Dios en profundidad nos abre los ojos a las necesidades de los demás. 

     

    Era muy mariano. Su primera Misa tuvo lugar en la capilla de la Medalla Milagrosa en París y creía con firmeza que María, la Madre común, haría posible la unión entre ortodoxos y católicos. El beato rumano recorrió su existencia de la mano de María, la que «despierta en nosotros la alegría de creer en medio de la noche».

     

    Alfa&Omega.es





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