Fe y Vida | Infomadrid
30 de agosto: san Pamaquio, senador
Es uno de los hombres de la órbita de san Jerónimo. Perteneció
a la familia de los Camilos cuyas posesiones en el norte de África les hacían
inmensamente ricos. Probablemente, Pamaquio fue cristiano de toda la vida.
Recibió una esmerada educación en retórica, elocuencia y literatura sagrada.
Fue en la juventud compañero de Jerónimo y mantuvieron la amistad incluso más
allá de la interrupción que supuso la marcha al desierto de Jerónimo en el año
370, fecha en torno a la cual pasa Pamaquio a formar parte del Senado.
Quizá no entendió del todo aquel brote de generosidad
en la oración y, posiblemente, juzgó como extremoso el rigor de la penitencia
que el grupo jeronimiano propiciaba con tanto énfasis. De hecho, bastantes
cristianos de Roma lo juzgaron excesivo y criticaron abundantemente al santo,
bien por error, bien porque la incondicional actitud evangélica de un pequeño
círculo cristiano era una crítica muda para su cómoda mediocridad.
El caso es que contrajo matrimonio con Paulina, hija
de santa Paula, aquella mujer asceta que siguió junto con Eustoquia al santo
penitente al desierto.
Con su olfato cristiano, Pamaquio detectó y puso de
manifiesto los errores doctrinales de Joviniano y tuvo la valentía de
exponerlos con claridad al papa Siricio, que se vio obligado a condenar la
herejía unos años más tarde, en el 390. Para poder hacerse con seguridad cargo
de los peligros que encerraba la enseñanza joviniana, se vio necesitado de
recurrir frecuentemente con consultas específicas a Jerónimo.
A la muerte de Paulina por un mal parto, en el año
393, cuando llevaban solamente cinco años de matrimonio, comenzó Pamaquio a
desarrollar una caridad con obras altamente llamativas. Organizó un banquete
para los pobres; no lloró, sino que se dedicó a hacer; no se lamentó, pero
llenó sus días con obras de misericordia. Tomando lección de la Sagrada
Escritura, meditada a diario, se convenció de que la caridad cubre la multitud
de los pecados. Los cojos, ciegos, paralíticos y tullidos son los herederos de
Paulina. Y como las voces vuelan, continuamente se le ve por Roma acompañado de
una nube de pobres a su alrededor.
Este hombre de la caridad levantó en el puerto romano
un hospital para atender a los extranjeros, donde él mismo, con sus propias
manos, curaba y atendía a los enfermos y moribundos. Quizá influyó en Pamaquio
la clara y animosa ayuda de su amigo Jerónimo quien le dice por carta que no se
contente con «ofrecer a Cristo tu dinero, sino a ti mismo. Fácilmente se
desecha lo que solo se nos pega por fuera, pero la guerra intestina es más
peligrosa; si ofrecemos a Cristo nuestros bienes con nuestra alma, los recibe
de buena gana, pero, si damos lo de fuera a Dios y lo de dentro al Diablo, el
reparto no es justo».
Preocupado no solo por los cuerpos, sino
principalmente de las almas, ejerció un ordenado apostolado epistolar,
escribiendo frecuentes y sólidas cartas dirigidas a los que administran sus
posesiones en Numidia y atienden sus tierras para sacarlos de la herejía de
Donato, que había hecho estragos entre los cristianos poco cultos o débiles en
la fe; fue una labor altamente encomiada por Agustín de Hipona que le agradece
su intervención en una carta escrita en el año 401.
Murió en el año 410, poco antes del dramático saco de
Roma.
Pamaquio permaneció seglar –laico– toda su vida, dando
un testimonio claro de amor a Dios y de coherencia de fe cristiana. Prestó
servicio a la sociedad desde los más altos cargos profesionales y administró
rectamente los bienes patrimoniales no mirando solo el provecho propio, sino
teniendo en cuenta las necesidades de sus contemporáneos. Un ejemplo para la
mayor parte de los fieles cristianos de todos los tiempos.
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