Meditaciones | Sandy Yanilda Fermín
¿Con
qué se paga la bondad?
Una mañana del
mes de octubre, mientras las hojas bailaban con el viento en una parte del mundo,
los grillos cantaban, y en silencio una mujer buena, estaba siendo humillada, despreciada
por un esposo que la abandonaba junto a sus niños, ella llevaba en sus manos un
rosario y a la Virgen aclamaba.
Esa noche la
ciudad dormía, y aunque ella no lo creía, era un paso hacia el cambio de su
destino. Pasan horas y el cielo comienza a clarear, la mañana despierta al
amanecer, la fortaleza la animaba al ver detrás de ella, esos niños inocentes
que la esperan.
En ese hogar, más
que hambre física, había hambre de amor. Decide caminar kilómetros bajo el sol,
con sed, con hambre, con frío y con dolor. No imaginaba que cuando Dios cierra
una puerta de yagua, 100 de madera se abren.
Algo poderoso
estaba pasando. La bondad y la esperanza a ellos se acercaba. Una
ancianita los ve a los lejos y los invita a pasar sin desmedro. Ella de alegría
llora, pues alguien sin conocerla le brinda comida, sonrisas. Es un lugar donde
Dios la esperaba por horas.
Los niños
duermen por primera vez fuera de su casa y la madre sale al patio, mira hacia
el cielo y ve las estrellas brillar, no creía respirar libertad y paz, pero
sobre todo estaba en una casa que olía a bondad.
La gracia de
Dios la envuelve, y en unos días ella confirmará que la bondad no se paga
con dinero, se paga con bondad. Se paga con gratitud, se paga con reciprocidad.
Pasan los días
y la madre hace unas empanadas, le da a probar a la dueña de la casa y a los
vecinos, y en seguida le dijeron, que debería venderlas porque sabían muy
buenas. No pasaron tres semanas, cuando ya se veía a una empresaria exitosa, a
pesar de que unas semanas atrás era humillada.
Un día la madre
le dice a la señora, que pronto le pagará, y en seguida, la ancianita le dijo que
ya le ha pagado, con risas de niños que corren por el patio, que le devolvió
vida a ella, a su casa, al pueblo donde había llegado.
Pasan unos
meses y el sabor casero de unas empanadas, sale a las afueras del pueblo, su
rostro se llenaba de felicidad. Se veía en el espejo y ya era una mujer
diferente. Su sueño se había cumplido. Los niños llevaban los pedidos en una
bicicleta. Algunos de los niños pequeños decoraban. Las niñas más pequeñas
atendían a los clientes con su sonrisa.
Un día su padre
aparece, y cuando lo vieron sentían que el tiempo se detenía. Porque gracias a
los años que habían trabajado y a la bondad de una señora que les dio su casa,
pudieron sobrevivir y el solo ha llegado a exigir, a exigir por unos niños que
tuvieron que trabajar y sufrir.
De repente de una
fuente inesperada, varias personas juntas, se acercaban para decirle que no estaban
solos. Sus niños son nuestros niños, los hemos visto crecer y nadie se los va a
llevar. Usted como madre, es una expresión llena de bondad y por eso se ha
ganado nuestra confianza.
Mucha gente tomó
el día porque habían llegado al pueblo caminando, abandonados no solo a nivel espiritual,
sino a nivel corporal.
Según algunas
personas comentaban, el padre había vuelto porque veía una madre prosperar. Sin
embargo, tuvo que retroceder e irse porque todo un pueblo la apoyó a ella y a
sus hijos, quienes solos construyeron lo que tenían. Las lágrimas de una madre corrían
por sus mejillas, pero era de alegría, era una mujer luchadora y con alegría.
En el fondo los
niños se decían entre ellos, porque hay padres que hacen llorar a las madres.
Los pajaritos dejaron de cantar, porque tuvieron miedo de fracasar. Sin
embargo, una madre muy cerca los abraza y les dice: La bondad se paga con
gratitud. La bondad es una bendición genuina, que viene del cielo, que viene de
Dios.
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