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    viernes, 18 de junio de 2010

    Sexualidad: entre anatomía y psicologia


    Una peculiar concepción de la sexualidad en la persona se va imponiendo en muchas capas de la sociedad. Toman como punto de partida que no existen fronteras para delimitar la actuación sexual. Matizan en todo caso: las únicas verjas barreras, que no deben ser traspasadas, son las conductas patológicas que causan un daño físico o psíquico al prójimo.
    Salvado este punto, cada uno puede optar por lo que mejor le apetezca, aunque evitando la presencia de un hijo no deseado. De ahí que la preocupación educativa central -se diría que única- se centre en informar y poner al alcance de la mayoría los métodos anticonceptivos.
    Éxito seguro
    El éxito de tal antropología está asegurado, dado que anda emparentada con impulsos e instintos profundos del ser humano. Capitaliza, además, sus propuestas con la etiqueta de científicas y goza de una plausibilidad extendida. No es ilusorio el peligro de que algunos proyectos éticos sean rechazados simplemente porque resultan menos agradables.
    Sin embargo, y a pesar de todo, no cabe ceder. No hay que dejarse intimidar por las adjetivaciones que muchos colocan a otras visiones menos complacientes. Que han pasado de moda, que obedecen a comportamientos atávicos, que no aguantan el rigor de la ciencia, etc. etc. No habría que mantenerse cruzados de brazos cuando la visión del sexo no trasciende su carácter lúdico y placentero. Lo sexual no merece la consideración -drástica reducción- de mero elemento para evitar el aburrimiento. O, como ya decían los antiguos, de constituirse en una actividad de descanso para el guerrero.
    Por supuesto, lejos de cualquier persona sensata exteriorizar una mueca de disgusto o de menosprecio ante el sexo. Ello demostraría que algún delicado mecanismo interior no funciona correctamente. La cuestión deviene problemática porque no habría que conformarse con que el sexo se limite a ser una acción utilitaria de cara al placer, perdiendo así su dimensión expresiva y simbólica. Es decir, que se la despoje de todo contenido humano como si se tratara de un simple fenómeno zoológico.
    Toda la antropología personalista insiste en la importancia de este simbolismo. El cuerpo humano no es objeto de mero estudio para el zoólogo o el biólogo, sino que encierra una riqueza extraordinaria. Se constituye en camino que conduce hasta la más personal intercomunión.
    La mirada de unos ojos o la caricia de unas manos se ve extraordinariamente enaltecida cuando acompaña a un mensaje afectivo y personal. Al margen del mismo nos encontramos con meras técnicas, con carne desnuda que difícilmente resiste el aburrimiento a medida que el tiempo transcurre.
    La pulsión sexual, en sus múltiples manifestaciones -superficiales o profundas- debería vehicular una palabra y un contenido amoroso. O se pone el sexo al servicio del amor, que dignifica a la persona, o se convierte en experiencia placentera y divertida al margen de toda vinculación amorosa. Una mercancía de consumo.

    Aliviar la soledad y la indigencia
    Un sano erotismo va más allá del planteamiento biológico. Anhela el encuentro con el otro, mendiga un poco de comunión para aliviar la propia soledad e indigencia. Pero desde el momento en que el erotismo se desgaja de lo personal y se estanca en lo biológico, el cuerpo hace las veces de un estímulo pornográfico. Deja de ser lugar de cita y de comunión. Solo un pedazo de carne que gratifica temporalmente, hasta que cualquier contratiempo rompe la frágil convivencia o sucumbe bajo el peso del aburrimiento.
    Desde ahí se explica el hastío de quienes, tras gozar de ilimitadas libertades, permanecen con un grave sentimiento de frustración. El placer, por sí solo, no responde al ansia de felicidad del ser humano. Jamás garantiza su promesa. Lo que parecía suficiente para tocar la felicidad con la mano acaba provocando el desengaño.
    El tema de la sexualidad, del placer y de la felicidad no es cuestión de polémicas entre gente de ideas estrechas y sus contrarios de más amplias perspectivas. Aquí no se juegan grados de progresismo o conservadurismo, sino de satisfacción o frustración del ser humano.
    El corazón es el núcleo íntimo que impulsa y orienta el ejercicio de la sexualidad. Pero puede acontecer que, en lugar de lo que esta víscera significa, funcionen otros mecanismos que nada tienen que ver con el amor, la comunión y la simpatía. En tal caso el intercambio sexual tendrá horizontes muy mezquinos y sus protagonistas, a la postre, alardearán más de su anatomía que de su psicología.

    Manuel Soler Palá, msscc

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