Las razones del corazón | Manuel Soler PALÁ, msscc
Sin esperanza se evapora la vida
Pues resulta que no. La renuncia a grandes visiones globales, el desistir en la tarea de transformar el mundo, la emigración hacia el interior y la intimidad (el fragmento) renunciando a toda esperanza de cambio... no es una forma cultural como cualquier otra. Si lo fuera, habría que considerarla un signo de los tiempos y en consecuencia, respetarla e incluso inculturar el cristianismo en ella.
Sin embargo estas actitudes no proceden de raíces humanizantes y menos de raíces cristianas. La inculturación del cristianismo en la postmodernidad no es posible. Hay que saber cómo acercarse al hombre posmoderno, pero no asimilar su forma de ser.
Renunciar a pretensión de transformar el entorno, preferir el placer fácil al esfuerzo y al compromiso, disfrutar el presente desentendiéndose del futuro... no es compatible con los fundamentos del evangelio.
Jesús luchó por una causa y se obstinó en alcanzarla no obstante los escollos que halló en el camino. Su causa fue el Reino de Dios. Si alguna palabra sabemos con total certeza que salió de sus labios, ésta es Reino de Dios. Una palabra que fue a la vez su pasión, su eje y su norte. Por ella tomó todos los riesgos y acabó en la cruz.
Jesús fue hombre de esperanza, con una opción fundamental -por decirlo con palabras más actuales- centrada en la construcción del Reino. La opción fundamental no es algo periférico o accidental, sino que se instala en el centro más genuino de la persona.
Hacia el Reino de Dios se avanza transformando la sociedad que nos ha tocado en suerte. La tierra es el único camino que tenemos para ir al cielo. Sólo podemos construir el Reino en el interior de la historia. De ahí que el cristiano deba ser contemplativo y activo a la vez. Contemplativo para engendrar esperanza. Activo para fermentar la masa de nuestra sociedad.
Un cristianismo sin esperanza y sin utopía resulta impensable. Y cuando más se necesita de la esperanza es justamente en las horas bajas de la humanidad, como la que estamos transitando.
Esperanza a toda prueba
Muchas esperanzas han muerto porque no eran sino expectativas disfrazadas del color de la esperanza. Se sostenían en la evidencia o la ciencia o la certeza humana. La auténtica esperanza se sostiene en la pura fe, en la roca que es Dios: eso afirmamos al decir amén. Jesús es el sí que no falla, según el Apóstol. El Señor es el Buen Pastor que no abandona a sus ovejas aunque caminen por valles de tinieblas.
Esta esperanza, elaborada a base de fe y amor se constituye en hilo conductor de la espiritualidad en la noche oscura que atravesamos. Dadas las circunstancias que nos toca vivir al cristiano le corresponde dar testimonio de inconformidad y mantener el propósito de no claudicar.
Si tuvieran razón quienes argumentan que las utopías han fracasado y que ya no es posible una convivencia más humana, entonces Dios mismo habría fracasado, juntamente con el proyecto de Jesús. Y, por supuesto, la humanidad entera.
No sabemos cómo ni cuándo. Quizás nos toque en suerte caminar como Moisés sabiendo que no entraremos en la tierra prometida. O también puede suceder que de pronto surja una luz inesperada. En todo caso no nos resignamos a dar por acabada la historia, como algunos se empeñan en predicar.
Sin la esperanza todo se torna rutinario y anodino. Y es que la Buena Noticia sólo se contagia si antes es experimentada a fondo. Cuando falta la esperanza todo se echa a perder.
• Sin esperanza Jesucristo permanece al nivel de los personajes del pasado. Velamos a un muerto, diría Nietzsche con su cáustica literatura.
• Sin esperanza el evangelio se queda en letra muerta, equiparable a otros extraordinarios libros del pasado.
• Sin esperanza la Iglesia no va más allá de una mera organización con mucha burocracia sobre sus espaldas. Registros, contabilidad, reuniones…
• Sin esperanza el trabajo pastoral se convierte en una actividad profesional paralela a la del funcionario.
• Sin esperanza la evangelización equivale a propaganda religiosa.
• Sin esperanza la acción caritativa se queda en eficiente servicio social, lo cual es de agradecer, claro está.
• Sin esperanza la liturgia se congela y desemboca en un ridículo exhibicionismo.
• Sin esperanza los carismas se reducen a loables cualidades humanas.
• Sin esperanza las actividades pastorales están sujetas a las probabilidades del cálculo, como acontece con las actividades comerciales.
• Sin esperanza la catequesis no es más que adoctrinamiento y acumulación de informaciones.
Una frase que sirve como colofón a lo dicho: cuando alguien sueña en solitario lo soñado se queda en sueños. Cuando todos soñamos al unísono, entones el sueño se hace realidad (Helder Camara).
Las razones del corazón / Manuel Soler Palá, msscc
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