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    lunes, 6 de junio de 2016

    En las manos de Dios

    Apuntes Misioneros | Pedro Ruquoy, cicm  



    En las manos de Dios  
    En el inicio del mes de abril pasado, dejé Zambia para hacer un chequeo médico en Bélgica. Quería sobre todo saber si la enfermedad de Parkinson estaba más o menos bajo control y tenía que comprar la medicina necesaria para un año. Después de la visita al neurólogo y al cardiólogo, yo estaba listo para regresar al centro de las Flores de Sol donde los 92 huérfanos me esperaban. Me quedaban unos tres días más antes de la fecha de mi vuelo de regreso; aproveché ese tiempo libre para visitar al Doctor Gregorio, un médico amigo quien apadrina a uno de nuestros niños. El objetivo de esa visita era agradecerle por su apoyo solidario. Al verme, el médico me propuso realizar un escáner de mi cuerpo para estar seguro que todo estaba bien. Así, al día siguiente, me encontraba en el hospital pensando que ese examen era inútil. Mientras se hacía el escáner, yo conversaba con la enfermera acerca de mi gran familia que yo había dejado en Zambia y que yo iba a volver a ver dentro de unos días. Una vez el escáner terminado, la enfermera me pidió esperar al radiólogo para asegurar que todo estaba bien. Cinco minutos más tarde, el radiólogo llegó y me dijo: “Oí que Usted está pensando viajar este próximo sábado. Tengo que decirle que Usted tiene un problema muy serio. Llamé al Doctor Gregorio; él estará aquí dentro de 15 minutos para explicarle su situación de salud.” ¡Y así fue! Al oír al doctor, todos mis planes se derrumbaron de un golpe. Yo tenía un aneurisma en la barriga y un tumor sobre el riñón derecho. Con mucho tacto, el médico me explicó que el aneurisma era una dilatación de una arteria que podía romperse en cualquier momento y provocar la muerte. La misma tarde, tuvimos una reunión con el cirujano: “Usted tiene una bomba en su vientre. Hay muchos riesgos Lo bueno es que si la arteria se rompe la muerte será instantánea y Usted no sentirá nada. Para operar, tenemos que estar seguro de que Usted podrá aguantar la operación; para esto, tendremos que realizar varios exámenes…”.  Unos días más tarde, yo me encontraba de nuevo en el hospital para los exámenes pre-operación. Estos fueron terminados en tres días: yo podía ser operado y, puesto que había que fabricar un tipo de manguerita para introducir dentro de la arteria dañada, que esto tenía que hacerse en un laboratorio especializado y requería tiempo, la fecha de la operación fue fijada para el 27 de mayo.

    Confianza y solidaridad
    Mientras escribo esta página, estoy esperando el día de la operación; inútil decirles que no es nada fácil y que lo peor puede ocurrir. En Zambia, yo me había acostumbrado a la muerte, la compañera fiel de este pueblo marcado por el SIDA. En ese país africano, me había tocado acompañar a mucha gente en su caminata hacia la muerte y yo había celebrado los funerales de decenas de niños y jóvenes. Pero era la primera vez que la muerte se presentaba a mi puerta de una forma tan clara. Trato de poner mi vida en las manos de Dios y de creer con todas mis fuerzas de que El es el Señor de la Vida. Para esto, cada mañana, me junto con las hermanas contemplativas que viven a uno 10 kilómetros de la casa de mi madre y celebro la misa con ellas. Varias veces al día, rezo el rosario, pidiendo a nuestra madre la fuerza de enfrentar la situación con paz. Y por supuesto, me mantengo en comunión con los niños y jóvenes de Las Flores de Sol. Me doy cuenta que todos ellos me consideran como su padre y me envían mensajes de apoyo. “Dios está con nosotros. Todo va a salir bien!” me escribió Kasonde, el primer huérfano que acogí. Cada día, todos y todas se reúnen frente a la estatua de María para pedirle por mi salud. Han decidido ayunar durante dos días: el 26 y 27 de mayo próximo. Para que su oración tenga aun más fuerza, han invitado a las iglesias protestantes de los alrededores a juntarse con ellos. Nunca como ahora, he sentido tanta solidaridad: desde Zambia, Francia, Haití, República Dominicana, Estados Unidos y Bélgica, los mensajes de apoyo abundan y me ayudan a vivir en paz y a aceptar la voluntad del que guía nuestra Historia.
    Últimamente, escribí un mensaje a nuestra gran familia de las Flores de Sol para animarles y recordarles lo esencial: “Nuestra vida es un regalo de Dios. El debe siempre ocupar el primer puesto en todo lo que hacemos. Para ser felices, tenemos que hacer su voluntad en cada momento. Y ¿cuál es la voluntad de Dios? Que vivamos realmente como hermanos y hermanas que comparten todo. Compartir todo es la llave de la felicidad. Si nos amamos de verdad, sentiremos la presencia tierna de Dios en medio de nosotros. Todos somos débiles y pecadores pero a pesar de nuestras debilidades, Dios siempre nos perdona porque nos ama. Su misericordia no tiene límite.”
    Quizás esta pequeña reflexión será la última. Pero sea lo que sea, nos volveremos a ver algún día en la casa del Padre donde nada ni nadie podrá quitarnos la alegría.
    ADH 802.

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