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    lunes, 10 de octubre de 2016

    Acoger al Forastero: Tercera obra de Misericordia

    Rincón de la Palabra | Hna. Ángela Cabrera, MDR. 

    Las Obras de Misericordia corporales  


    3. Acoger al forastero
    Tercera obra de misericordia (Mt 25,35)

    Las palabras de Mt 25,35: “fui forastero y me hospedaron” rescata la toda la historia de Israel, pues la migración es un asunto antiguo. La Biblia nos menciona pasajes como este: “El Señor dijo a Abram: Vete de tu tierra, y de tu patria, y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré” (Gn 12,1). Esto era común en el semi-nomadismo. Las personas procuraban nuevas tierras apropiadas para el pasto y el cultivo. “Disponerse a partir”, “levantar las estacas”, “preparar a la familia”, “alistar a los animales”, por el suelo estéril, no fue cosa fácil y nunca lo será. Felizmente, y a pesar de los pesares, nuestros patriarcas/matriarcas no fueron engañados con falsas promesas. ¡Otros tantos no tuvieron ni tienen la misma suerte!

    El pueblo de la Biblia fue caminante. De Palestina, algunos partieron para Egipto. La seca y el hambre fueron las principales causas. En el extranjero fueron sometidos a un sistema esclavo liderado por un faraón (Ex 3,7-12). Dios se hizo solidario mediante hombres como Moisés, y mujeres como Sefra, Fuá y Miriam (Ex 1,15_2). El pueblo de la Biblia recuerda que una de las principales razones migratorias está relacionada con la economía y los degradantes contrastes sociales que corroen la dignidad humana. Por tal motivo, los especialistas en la materia consideran que: “migrar no es una opción, sino una necesidad que se asume de manera forzada”.[1] De ahí que, “acoger al “forastero” es una obra misericordiosa.

    Una vez liberados y con tierra, algunas personas del pueblo de la Biblia se olvidaron de su pasado triste y esclavo. El Deuteronomio refresca la memoria de aquellos que la perdieron: “Recuerda que fuiste esclavo en Egipto” (Dt 24,18.22). Esto, para promover la misericordia con los emigrantes desprotegidos del sistema cívico/judicial. La ley de la hospitalidad es seria en la literatura bíblica. Así como Dios tuvo compasión de Israel, ellos deben ser bondadosos con los demás que ahora pasan aprieto.

    En fin, “partir” significa dejar la seguridad para experimentar lo nunca imaginado. No es capricho. Cuando se acoge al “forastero” como huésped digno, es como si la acogida brindada actualizara la voz del salmista: “Preparas ante mí una mesa, en la presencia de mis enemigos” (Sal 23,5). El trabajo esclavo, el prejuicio, las humillaciones vividas por los emigrantes internos y externos desenmascara maquinaciones políticas y sociales que sorben los desprotegidos y marginados. Estas son las aguas amargas del desierto. En ella se resiste con la esperanza de celebrar la Pascua.

    En el Nuevo Testamento, es una bella escuela del sentido de hospitalidad. El propio Jesús, lo mismo que Israel, tuvo que huir a Egipto, viviendo como extranjero. Permaneció allí, unos tres años, hasta la muerte de Herodes (Mt 2,15). Por otro lado, María y Marta acogen a Jesús y sus discípulos. De aquí que, acoger al forastero es acoger al mismo Jesús. El Papa Francisco siempre nos recuerda la regla de oro: “tratar a los demás como nos gustaría ser tratados”. 

    El “forastero” tiene necesidad de ser acogido y tratado con amor, en nombre del Dios que lo ama. Dios ama al emigrante. Deberá ser defendido ante grandes dificultades, y no se dudará en molestar a los amigos si no se tienen los medios para ayudarlo (Lc 11,5). El mismo Cristo es acogido por los discípulos de Emaús, los cuales lo reconocen en la fracción del pan (Lc 24,13-33).

    §      ¿Cómo tratamos a los emigrantes en República Dominicana?
          Digamos tres cosas, en nuestra relación con ellos, que agradan a Dios.
    §       Enumeremos otras tres que podrían ser mejoradas.
    §       Hablemos de otros casos de acogida vinculados a amigos o familiares.
    §       Comente la bella historia localizada en (1Reyes 17,8-16).

    Animando al compromiso

    1.       Acoger a las personas que llegan a nuestras casas.
    2.       Dedicar tiempo a las personas que buscan comunicarse y ser escuchadas.
    3.             Pedir la gracia de que, quien entre en nuestra casa, salga mejor de que cuando entró.
    4.       Favorecer un clima de paz y armonía en la familia.
    5.        Promover el orden y la limpieza en nuestros hogares.
    6.            Cultivar el jardín y/o cuidar las plantas.
    7.            Mantener limpio el frente de la casa, así como sus rincones.
    8.            Donde hay orden y limpieza es fácil encontrar a Dios: que nuestras casas sean un espacio de encuentro con Dios y con los demás.

                                                                                                     




    [1] Declaração de Rivas II, em Luiz Bassegio e Luciane Udovic: defesa dos direitos dos migrantes, Direitos Humanos no Brasil 2009, 271.

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