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    domingo, 2 de abril de 2017

    Valor del Mes: Alegría

    Valor del Mes | P. Juan Tomás García, msc


    Valor del mes de abril: La alegría  
    “Estén siempre alegres en el Señor (Fil 4, 4)

    LA ALEGRÍA Y LAS ALEGRÍAS. Siguiendo el itinerario del Plan Nacional de Pastoral, somos invitados, en abril, a vivir el valor de la Alegría: estén siempre alegres. No hay que confundirse, no estamos proponiendo ruidos, escándalos, canes de esos que se viven sin sentido y sin conciencia. Se trata de un valor. Las alegrías pasajeras, esas que se consiguen a fuerza de depresivos, energizantes y alcohol, no vale para nada y dejan rastros negativos, enferman y sacan de la realidad.
    La alegría es una característica que nos pertenece como seguidores de Jesús. Los evangelios nos presentan a nuestro Maestro como una persona siempre dispuesta a acoger con alegría a quienes encontraba en su camino. Sus gestos están dirigidos a producir alegría y paz. La alegría nos da la oportunidad de presentar un rostro atractivo frente a quienes nos observan y a quienes entran en contacto con nosotros. Quienes nos ven deberían decir mira lo alegres que son. Y querer formar parte de nuestras comunidades cristianas.
    Ciertamente éste ideal forma parte del proyecto de Jesús. Su búsqueda de realización no respondía a ningún tipo de felicidad convencional. Era feliz viviendo contraculturalmente, a contrapelo de lo establecido. No pensaba mucho en su felicidad. Su vida y su alegría giraban más bien en tomo a un proyecto que le entusiasmaba y le hacía vivir intensamente alegre. Lo que llamaba «reino de Dios». Al parecer, se alegraba cuando podía hacer felices a otros. Se sentía bien devolviendo a la gente la salud, la alegría y la dignidad que se les había arrebatado injustamente. No sabía ser feliz sin incluir a los otros. A todos proponía criterios nuevos, más libres y personales, para hacer un mundo más digno y alegre. Creía en un «Dios alegre», el Dios creador que mira a todas sus criaturas con amor entrañable, el Dios amigo de la vida y no de la muerte, más atento al sufrimiento de las gentes que a sus pecados. Y es esa alegría la que este mes y siempre estamos llamados a encarnar en nosotros y en nuestras comunidades.

    Celebrar la Alegría
    Las comunidades tenemos que recuperar el núcleo de nuestra fe cristiana y descubrir detrás de tanta superficialidad, formalismo y aturdimiento, el misterio que da origen a nuestra alegría. Tenemos que aprender a «celebrar» la vida. No todos saben lo que es celebrar. No todos saben lo que es abrir el corazón a la alegría. Si nuestras celebraciones litúrgicas no muestran alegría y júbilo es porque nos han enseñado una forma tediosa de expresar nuestra fe. Ya es tiempo de que vayamos creando nuevas maneras de escuchar la palabra, de cantarla, de alabar y glorificar a Dios poniendo en él la confianza para ir construyendo juntos la esperanza.
    En medio de nuestro diario vivir, a veces tan aburrido, rutinario, apagado y triste, se nos invita a la alegría. «No puedes tener tristeza cuando conoces la vida». No se trata de una alegría sosa y pasajera sino de la alegría que brota desde lo más profundo del ser humano y libera para siempre. La alegría de quienes están alegres sin saber por qué no dura ni construye. «Nosotros tenemos motivos para el júbilo radiante, para la alegría plena y para la fiesta solemne: Dios resucita a Jesús y en él nos eterniza para amarnos eternamente.  Hay una alegría que sólo la pueden disfrutar quienes se abren a la cercanía de Dios, y se dejan transformar por su amor sin límites. Se saben acompañados por Jesús todos los días de la vida Mt 28, 20).

    La pascua de Jesús es la fuente de nuestra alegría
    Si bien no es nada fácil afrontar la vida con las diferentes y cambiantes situaciones, no podemos olvidarnos del Misterio Pascual de Jesús. Él vive con pasión su misión comunicando, aliviando, alimentando la vida con alegría. No pierde el rumbo ni el sentido cuando le acusan, traicionan, le abandonan, lo condenan, crucifican y muere. Atraviesa toda su pasión y su cruz pendiente de su fe, confiado en el amor del Padre. Y así es, Dios lo resucita, no se pierde la vida, Dios tiene la última palabra y es una palabra de vida eterna. Por eso nos alegramos y seguimos construyendo nuestras comunidades día por día, compartiendo en las buenas y en las no tan buenas de nuestra cotidianidad.
    Si en Cuaresma hemos estado preparándonos para la Pascua, ya es la hora de vivirla con alegría compartida y celebrarla con creatividad gozosa. ADH 811.

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