La apasionante tarea de educar para transformar
El gran humanista dominicano, Pedro HenrÃquez Ureña (1884-1946) fue escritor, crÃtico literario, filólogo, conferencista y sobretodo fue un maestro. Sembró con entusiasmo el amor al conocimiento en todos los lugares donde vivió: Cuba, México, Estados Unidos, Argentina. Uno de sus más reconocidos alumnos fue el ilustre argentino Ernesto Sábato. Este comenta en su libro “ApologÃas y Rechazos”, con evidente nostalgia, que conoció a HenrÃquez Ureña cuando este comenzó a dictar clases de Lenguaje en el colegio secundario de la Universidad de la Plata. Afirma que lo reencontró años después. Sábato ya habÃa dejado atrás el estudio de las Ciencias Exactas y empezaba a destacarse como escritor. Cuenta que en varias oportunidades acompañó al gran humanista dominicano a tomar el tren que le llevarÃa desde La Plata a Buenos Aires. Dice que en una ocasión cuestionó a su otrora maestro el por qué dedicaba tanto tiempo a la enseñanza de los que llamó “chiquilines inconscientes”, a lo que este contestó sonriendo: "Porque entre ellos puede haber un futuro escritor”. Pedro HenrÃquez Ureña dictaba, entonces, una lección más a Sábato, le revela de una manera sencilla, llana y rica, cómo el castellano que enseñaba, que la construcción de la América soñada serÃa posible gracias al sacrificio de sus grandes hombres y que el magisterio, era pira y ofrenda.
SÃ, porque ser maestro es sembrar un árbol del cual jamás sus frutos comeremos, es convertirse en un cirio que se consume felizmente mientras ilumina, es, ante todo, ejercitar la esperanza. Y esto en la República Dominicana de hoy dÃa puede ser catalogado por algunos como un signo irrefutable de enajenación mental, ya que el altruismo se ha convertido en espectáculo y la espera paciente en sinónimo de ingenuidad. La desesperanza parece reinar, y las razones para seguir tomando el tren escasean, sin embargo, al asumir la tarea de ser maestros es necesario, imprescindible, seguir creyendo en la utopÃa; de lo contrario enseñar serÃa un acto hipócrita y banal. El apostar a un mejor futuro debe estar precedido de un examen del pasado, para rescatar lo provechoso, y de una revisión presente, que de seguro nos llevará a reconocer que aún los miles de profesionales que hemos formado no han logrado la transformación que ansiamos. Las torres se alzan en medio de la basura, la impunidad se escuda en nuestras modernas leyes y la salud sigue siendo un lujo de pocos. El trabajo apenas comienza.
La educación es eje central del desarrollo integral de los pueblos, y los docentes debemos reconocernos como guardianes del conocimiento y asumir que el transmitirlo con pasión es nuestra tarea. Es necesario subrayar esta palabra ‘pasión’, porque sin entusiasmo, sin emoción no es posible el aprendizaje. Nuestra sublime poetisa Salomé Ureña lo sabÃa, y por eso pudo transmitir a su Pedro querido el amor por las letras y por la gente, que lo condenó irremediablemente a la contemplación de la belleza y a la lucha por la justicia. Una batalla que debe continuar en las escuelas, en las casas, en las calles, porque cualquier lugar es bueno para ensayar nuevas maneras de comunicación y de relación, bajo el régimen de la igualdad entre los seres humanos y del respeto a la naturaleza.
Es desde el “vamos” y no desde el “vayan” que se construirá una sociedad donde la educación sea una forma de ser, de existir, y no un trozo de papel en la pared. Educar es tarea de todos. Pedro HenrÃquez Ureña estarÃa complacido, sabrÃa que le escuchamos cuando dijo: “demos el alfabeto a todos los hombres; demos a cada uno de los instrumentos mejores para trabajar en bien de todos; esforcémonos por acercarnos a la justicia social y a la libertad verdadera; avancemos, en fin, hacia nuestra UtopÃa” (p. 9).
Referencias:
HenrÃquez, U. (1978) La utopÃa de América. Latinoamericana. Cuadernos de Cultura Latinoamericana, (25). Recuperado de:
Sábato, E. (1964). El significado de Pedro HenrÃquez Ureña. Recuperado de:
http://www.cielonaranja.com/phu-sabato.htm
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