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    miércoles, 6 de noviembre de 2019

    «Imagocracia»: ¿Democracia por encuestas?

    No es lo mismo ni es igual | Pablo Mella|Instituto Superior Bonó 


    «Imagocracia»: ¿Democracia por encuestas?

    La nueva ley dominicana que rige los partidos, agrupaciones y movimientos políticos, la número 33-18, fue publicada en agosto del año 2018. Como toda ley, pretende traducir al terreno de la práctica los grandes principios constitucionales. Entre estos principios se encuentra la definición del gobierno de la nación dominicana como «esencialmente civil, republicano, democrático y representativo». (art. 4).
    Uno de los asuntos que norma la ley 33-18 es el modo en que los partidos pueden elegir sus candidatos a los diferentes cargos nacionales, provinciales y municipales. El artículo 45 de la ley reafirma explícitamente que ese proceso debe de hacerse de acuerdo con la Constitución. A seguidas, en el párrafo 1, señala que: «Las primarias, convenciones de delegados, de militantes, de dirigentes y encuestas son las modalidades mediante las cuales los partidos, agrupaciones y movimientos políticos escogen sus candidatos y candidatas». Sorpresivamente, aparece la encuesta como modo legal de elegir candidatos electorales. Podemos sumar a otros cuestionamientos que se han hecho a esta ley el siguiente: ¿hasta qué punto la elección de candidatos por encuestas respeta los valores de la democracia?
    El punto focal a superar: la «imagocracia»
    La mayoría de los creadores de opinión están de acuerdo en afirmar hoy día que las encuestas de opinión son un instrumento precioso para la vida democrática. Al mismo tiempo, estos defensores no dejan de reconocer algunas objeciones. Sin embargo, se mantienen firmes en el momento de opinar que la prohibición de la encuestas implicaría un retorno a formas autoritarias del ejercicio de la política.
    Ahora bien, dada la manera estratégica y coyuntural en que se ha manejado el asunto de las primarias en suelo dominicano, parece necesario esclarecer cuáles son las condiciones bajo las cuales las encuestas políticas pueden ayudar a la vida democrática.
    Ya otros han llamado «imagocracia» al peligro principal que amenaza la vida democrática en nuestros días. Esta palabra se compone de dos términos: del latín imago (imagen) y del griego krátos (poder, gobierno). Imagocracia sería un ordenamiento político regido por el grupo o persona que consiga tener la imagen más atractiva ante el electorado gracias a los seductores recursos de la propaganda mediática. Lo importante no es ser, sino parecer ante el gran auditorio que compone la opinión pública a través de los medios de comunicación y las redes sociales. La elección de los gobernantes dependería entonces del tratamiento cosmético que se dé a las personas candidatas o a los grupos políticos de acuerdo a las preferencias del momento de un público convertido en consumidor voraz, prescindiendo de lo que en realidad esas personas candidatas y grupos políticos puedan llevar realmente a cabo y de lo que realmente necesitaría el país.
    La encuesta política vendría a ser el instrumento de información para ajustar la imagen de un candidato a las preferencias del público electoral. De esta forma, este instrumento de recolección de información queda condicionado por las meras preferencias, ignorando las cuestiones de principio y descartando las complejas discusiones técnicas propias de la administración pública contemporánea.
    El método de elegir a los candidatos por encuesta puede resultar cuestionable por dos razones fundamentales. En primer lugar, por la falsedad: se puede llegar a vender la idoneidad política de una persona a través de recursos mercadotécnicos sin que esa persona goce realmente de las cualidades anunciadas. Por ejemplo, puede ocultar su elitismo y ansias de poder recurriendo a melosas historias familiares de «superación personal» tan apreciadas por el gran público televisivo. En segundo lugar, por la cortedad de miras en el diseño de las políticas públicas. Así, en países clientelistas, la mayoría de la población puede inclinarse a votar por una figura mediática que «me dé lo mío» o que empate con sus sentimientos religiosos poco reflexionados o responda a su nacionalismo xenofóbico. En esa tesitura, los candidatos en contienda tendrán que ajustar su imagen a las expectativas del público convertido en masa. El resultado final es el empobrecimiento de la actividad política, pues no se tenderá a ofrecer planes de acción con propuestas de políticas públicas bien estudiadas. Centrados en interpretar las preferencias del electorado, los candidatos electorales se lanzarán a buscar eslóganes o músicas pegajosas para hacer su imagen más atractiva a los gustos faranduleros del momento.
    Más allá de las encuestas electorales
    Dado que no se puede prescindir de las encuestas, lo importante es no quedarse atrapados por ellas; hay que usarlas para lo que son útiles y esforzarse por ir más allá de ellas.
    Las encuestas políticas son similares a las encuestas que se utiliza en la mercadotecnia de productos. Pueden identificar con bastante precisión las necesidades y expectativas de las personas. En este sentido, un buen político podrá valerse de ellas para enriquecer su propuesta de gobierno. Eso no exonerará la necesidad de formar un buen equipo técnico que ofrezca un programa político completo; todo lo contrario. Tanto la formulación como la interpretación de la encuesta será más rica en la medida en que el programa de gobierno y la ideología del candidato sean más completos y sistemáticos. En este sentido, la encuesta política no debe reducirse a identificar preferencias, sino a jerarquizar auténticas necesidades.
    Otro punto importante es no confundir o igualar encuestas electorales con encuestas políticas. Existen excelentes encuestas políticas que pueden servir de base para diseñar cursos pertinentes de formación ciudadana. A su vez, conviene subrayar que las encuestas electorales son tan solo una forma de encuesta política usadas para medir las intenciones de voto en un momento determinado. En la medida en que se aprenda a distinguir unas de otras, las encuestas electorales podrán tener menor influencia en el momento mismo de la votación, como muchos hoy temen. Basados en este temor, hay quienes sostienen que la publicación de encuestas electorales debería prohibirse cuando falte poco tiempo para el día de las elecciones. Está comprobado que muchos indecisos han direccionado su voto por estas encuestas. Otros piensan que tal prohibición no debe de existir. Sin embargo, de haberse cumplido con el paso anterior, es de esperar que menos personas cambien su parecer por el mero hecho de que un candidato aparezca a la cabeza en las intenciones de voto registradas por una encuesta electoral. En lo que este cambio cultural llega, dos medidas pueden ayudar a la salud de la democracia 1) prohibir la publicación de encuestas reconocidas en la semana misma de las elecciones, como lo establece el artículo 201 de la ley orgánica de régimen electoral núm. 15-19; 2) supervisar y castigar las encuestas políticas que se han hecho con explícito propósito de engañar, algo que está aún por estatuirse en suelo dominicano.
    De todos modos, queda claro que el terreno importante sigue siendo la acción educativa, la organización ciudadana y la formación de sólidos partidos políticos. Solo podrá prosperar la «imagocracia» en sociedades donde la gente no tenga otra fuente de discernimiento que las encuestas políticas copiadas a imagen y semejanza de la mercadotecnia capitalista. ADH 838

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