Desde los
tejados | Manuel Maza, S.J. mmaza@pucmm.edu.do
¿Quiere parecerse a Dios? ¡Perdone!
Predicar
sobre el perdón aquí, donde todos estamos hartos de tantos abusos, puede
parecer una ingenuidad infantil. Aclaro, que el perdón no es ajeno a exigir la
justicia y el esfuerzo por establecer las responsabilidades de los males que
nos aquejan.
Deseémosles el
bien a los choferes de voladoras y “enyipetados”, pero exijamos que las
autoridades sancionen su festiva violación de la ley.
Las lecturas
de hoy nos motivan a perdonar. Eclesiástico 27,33-28,9 nos
recuerda, que si algún día llegamos a ser salvos, lo seremos por un perdón. Nuestra
muerte, ¿no es acaso ella misma una invitación a relativizar nuestro enojo?
El salmo 102 nos enseña que el Señor es compasivo y
misericordioso lento a la ira y rico en clemencia. Quien recuerda los
beneficios recibidos por parte de Dios, se mueve al perdón, pues el Señor, “perdona todas tus culpas y cura
todas tus enfermedades; él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de
ternura”.
Vivimos tan
presionados, que fácilmente desconsideramos a los demás. El salmo nos invita a
no estar “siempre acusando” a “no guardar rencor perpetuo”, ni tratar a los
demás de acuerdo a sus faltas. Para construir relaciones humanas exitosas,
hemos de vivir con una generosidad que vaya de la tierra al cielo.
En todo perdón hay un regalo, un don. Al perdonar le regalamos al perdonado el empezar de nuevo. En el evangelio (Mateo 18, 21 a 35), Jesús lo deja claro: quien perdona actúa igual que Dios. Quien no perdona de corazón a su hermano, se excluye a sí mismo del perdón. Después del perdón, perdurarán los sentimientos negativos, pero la actitud de desearle el bien a quien nos ha herido, nos sana y nos salva, de seguro, a nosotros y puede que hasta salve al agresor.
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