Opinión | VÃctor Manuel Fernández/RD
"Siete ejes de fondo
en 'Fratelli tutti'"
Fratelli
tutti se une a la ya muy conocida encÃclica Laudato si’ y forma con ella una
dupla que permite entender el pensamiento social de Francisco. Si alguien decÃa
no saber cómo piensa Francisco, con esta nueva encÃclica ya no le quedarán
dudas. Está todo claro. Por eso es posible que este documento divida aguas.
Nadie podrá decir que no lo comprende y sólo le quedará decidir si lo acompaña
o no.
Mirando
el pie de página, se puede advertir la gran cantidad de citas de su propio
magisterio, que recogen muchos hitos de su pontificado en una especie de gran
sÃntesis y testamento magisterial de Francisco. Allà aparecen lugares como Abu
Dabi, Hiroshima, La Habana, Sarajevo, Maputo, Nueva York, Estrasburgo, RÃo de
Janeiro, Villavicencio, Jerusalén. Al mismo tiempo retoma su costumbre de citar
enseñanzas de distintas Conferencias Episcopales de los cinco Continentes,
asumiendo asà en su magisterio papal el magisterio de los Obispos de todo el
mundo.
Antes
de desarrollar los grandes temas, se deja iluminar una vez más por la figura de
san Francisco de AsÃs, pero también toma como motivación evangélica el relato
del buen Samaritano. Esta figura bÃblica, que invita a prestar atención al
hermano caÃdo, ya nos permite percibir de qué tipo de fraternidad está hablando
el Papa. Al mismo tiempo, debido a la conocida enemistad entre judÃos y
samaritanos, recoge de la parábola el llamado a un amor universal.
Los
dos Franciscos
Para
interpretar esta encÃclica, si uno tiene en cuenta el tipo de pensamiento que
desarrolla Francisco, no es tan importante buscar una lógica siguiendo el orden
de los capÃtulos, sino más bien tratar de reconocer los ejes de fondo que
atraviesan todo el documento, que aparecen y reaparecen aquà y allá. Son siete
claves que permiten valorar el sentido de todo lo que se va desarrollando a lo
largo de la encÃclica. Veamos cuáles son:
1. El
dinamismo universal del amor
Muchos
nos preguntábamos qué mensaje podÃa dar Francisco al mundo que intenta salir de
la tragedia causada por el coronavirus. El mensaje es refrescar el llamado al
amor fraterno. Ante todo nos recuerda una verdad fundamental: “Nadie puede
experimentar el valor de vivir sin rostros concretos a quienes amar. Aquà hay
un secreto de la verdadera existencia humana” (87). Sin embargo, no se trata
estrictamente de un documento sobre la caridad en general. El tema es el amor
fraterno en su dimensión universal, en su apertura a todos, a partir de una
primera apertura a la amistad social en la propia sociedad.
Francisco
explica que, por su propia naturaleza, el amor se va dilatando y nos pone
finalmente en tensión hacia la comunión universal. Nadie madura ni alcanza su
plenitud aislándose. Por su dinámica especÃfica, el amor reclama una creciente
apertura, una siempre mayor capacidad de acoger a otros, en una aventura nunca
acabada que integra todas las periferias hacia un pleno sentido de pertenencia
mutua con toda la humanidad. Ya en Amoris laetitia Francisco habÃa invitado a
abrir el amor de la pareja a una realidad más amplia: “Un matrimonio que
experimente la fuerza del amor, sabe que ese amor está llamado a sanar las
heridas de los abandonados, a instaurar la cultura del encuentro, a luchar por
la justicia” (AL 183).
El
Papa considera conveniente reproponer esto al mundo, porque en este momento “se
encienden conflictos anacrónicos que se consideraban superados, resurgen
nacionalismos cerrados, exasperados, resentidos y agresivos” (11). Si bien en
décadas anteriores hubo avances hacia una Europa unida o hacia una integración
latinoamericana, por ejemplo, hoy “la marcha dura y lenta hacia un mundo unido
y más justo sufre un nuevo y drástico retroceso” (16). Porque “impera una
indiferencia cómoda, frÃa y globalizada, hija de una profunda desilusión que se
esconde detrás del engaño de una ilusión: creer que podemos ser todopoderosos y
olvidar que estamos todos en la misma barca” (30). La salida de la pandemia, en
lugar de mejorar la humanidad, corre el riesgo de agravar este “cisma entre el
individuo y la comunidad humana” (31).
2. La
relación entre lo local y lo universal
En
este contexto, Francisco vuelve a profundizar la relación entre lo local y lo
universal. Quiere clarificar que no está proponiendo debilitar el amor a la
propia tierra y al propio pueblo. Al contrario, porque ese amor es un punto de
partida de toda apertura sana. Aquà “no se trata del falso universalismo de
quien necesita viajar constantemente porque no soporta ni ama a su propio
pueblo. Quien mira a su pueblo con desprecio, establece en su propia sociedad
categorÃas de primera o de segunda clase, de personas con más o menos dignidad
y derechos. De esta manera niega que haya lugar para todos” (99). Por esta
razón el subtÃtulo de la encÃclica incorpora la “amistad social”, expresión muy
querida por Francisco que hace referencia a las relaciones dentro de cada
sociedad.
Al
mismo tiempo, “un universalismo autoritario y abstracto, digitado o planificado
por algunos y presentado como un supuesto sueño en orden a homogeneizar,
dominar y expoliar” termina “quitando al mundo su variado colorido, su belleza
y en definitiva su humanidad” (100). En otra parte del documento lamenta que
algunos fomenten en sus paÃses “una autoestima nacional muy baja” (51), con lo
cual se terminan cortando las raÃces. Esto en definitiva daña a todo el mundo,
porque “un paÃs que progresa desde su original sustrato cultural es un tesoro
para toda la humanidad” (137).
Pero
el amor a lo local sólo es sano y fecundo si es abierto, si se deja enriquecer,
si no se cierra a nuevos “mestizajes”. De hecho, “los inmigrantes, si se los
ayuda a integrarse, son una bendición, una riqueza y un nuevo don que invita a
una sociedad a crecer” (135). Al mismo tiempo, hoy es ingenuo pretender que un
paÃs pueda salvarse solo, que no le afecten el hambre y las miserias de otros
lugares de la tierra. La pandemia deberÃa habernos enseñado eso: “Necesitamos
desarrollar esta consciencia de que hoy o nos salvamos todos o no se salva
nadie. La pobreza, la decadencia, los sufrimientos de un lugar de la tierra son
un silencioso caldo de cultivo de problemas que finalmente afectarán a todo el
planeta” (137).
3. La
arquitectura y la artesanÃa del encuentro
Una
vez más aparece aquÃ, de manera ineludible, la cuestión de la “cultura del
encuentro”, tan querida para Francisco, pero que en esta encÃclica adquiere un
nuevo y más rico desarrollo.
Francisco
advierte algunos riesgos de nuestra sociedad que pueden afectar este camino de
verdadero encuentro. Por ejemplo, una comunicación virtual que hace creer que
una pantalla basta para estar integrados, la necesidad de consumir sin lÃmites
junto con la acentuación de muchas formas de individualismo sin contenidos, las
grandes palabras (unidad, fraternidad, libertad, democracia) que se vacÃan de
sentido o se manipulan a partir de nuevas formas de colonización cultural, una
cultura mediática y virtual que tiende a exasperar, exacerbar y polarizar. Hoy
“por diversos caminos se niega a otros el derecho a existir y a opinar, y para ello
se acude a la estrategia de ridiculizarlos, sospechar de ellos, cercarlos”
(15), cuando no se cae en “los movimientos digitales de odio y destrucción”
(43), donde además todo “puede ser espiado, vigilado, y la vida se expone a un
control constante”. Asà “el respeto al otro se hace pedazos” (42) y la cultura
del encuentro se vuelve una mera utopÃa.
Al
mismo tiempo quiere advertir que no hay un camino de sano encuentro si la
sociedad avanza en una creciente “degradación moral, burlándonos de la ética,
de la bondad, de la fe, de la honestidad”. Porque en definitiva “esa
destrucción de todo fundamento de la vida social termina enfrentándonos unos
con otros para preservar los propios intereses” (113).
En
esta encÃclica Francisco dedica un capÃtulo a la conversación social, los
consensos, la gentileza, en orden a construir la “amistad social”, y otro
capÃtulo al “reencuentro”, el perdón, la arquitectura y la artesanÃa de un
camino de curación de heridas, la memoria social, y un firme rechazo de toda
forma de guerra. En el último capÃtulo propone que las religiones hagan también
su aporte en este proceso.
4. La
dignidad de cada ser humano más allá de las circunstancias
Un
amor verdaderamente universal, abierto a todos, supone como trasfondo una
convicción básica de todo humanismo: el valor inmenso, inalienable e inviolable
de toda persona humana, la dignidad de cada ser humano que nadie tiene derecho
a ignorar o a dañar.
Que
esta es una de las grandes claves del documento queda claro cuando Francisco
dice que el hecho de que alguien sea poco eficiente, o haya crecido con
limitaciones, “no menoscaba su inmensa dignidad como persona humana, que no se
fundamenta en las circunstancias sino en el valor de su ser. Cuando este
principio elemental no queda a salvo, no hay futuro ni para la fraternidad ni
para la sobrevivencia de la humanidad” (107).
Por
ello es “inaceptable que el lugar de nacimiento o de residencia ya de por sÃ
determine menores posibilidades de vida digna y de desarrollo” (121). El
problema es que la búsqueda del “rédito rápido” (17) no favorece el cuidado de
los débiles, no interesan ni la tierra ni los pobres y “partes de la humanidad
parecen sacrificables en beneficio de una selección que favorece a un sector
humano digno de vivir sin lÃmites” (18), de manera que “los derechos humanos no
son iguales para todos” (22). Aunque “el golpe duro e inesperado de esta
pandemia fuera de control obligó por la fuerza a volver a pensar en los seres
humanos, en todos, más que en el beneficio de algunos” (33), nada nos asegura
que en la “post pandemia” esto tenga consecuencias reales y duraderas.
Esta
convicción sobre la ineludible dignidad de cada ser humano, que se presenta
como un potente eje transversal de la encÃclica, tiene muchas consecuencias
concretas. Por ejemplo, “el firme rechazo de la pena de muerte muestra hasta
qué punto es posible reconocer la inalienable dignidad de todo ser humano y
aceptar que tenga un lugar en este universo. Ya que si no se lo niego al peor
de los criminales, no se lo negaré a nadie, daré a todos la posibilidad de
compartir conmigo este planeta a pesar de lo que pueda separarnos (269)”.
5. El
destino común de los bienes
Junto
con el anterior principio, y como otra cara de la misma verdad, aparece la
cuestión de una adecuada comprensión de la propiedad privada, subordinada y
sometida al principio superior del destino común de los bienes: “El mundo
existe para todos, porque todos los seres humanos nacemos en esta tierra con la
misma dignidad” (118).
Por
una parte, recuerda una enseñanza católica ya muy consolidada: “Junto al
derecho de propiedad privada, está el más importante y anterior principio de la
subordinación de toda propiedad privada al destino universal de los bienes de
la tierra y, por tanto, el derecho de todos a su uso” (123). Al hacerlo, retoma
una frase muy contundente de san Juan Pablo II que no ha sido suficientemente
recogida en el pensamiento social: “Dios ha dado la tierra a todo el género
humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni
privilegiar a ninguno” (CA 31). Y remarca que a este principio del uso común de
los bienes se someten “todos los demás derechos sobre los bienes necesarios
para la realización integral de las personas, incluidos el de la propiedad
privada y cualquier otro” (120).
Por
otra parte, da un paso más al aplicar esta convicción a la dimensión universal
del amor y a la dignidad de toda persona más allá del lugar de nacimiento. Esto
le lleva a afirmar que “cada paÃs es asimismo del extranjero” (124) porque las
diferencias de color, religión, capacidades, lugar de nacimiento, lugar de
residencia y tantas otras no pueden anteponerse a su dignidad inviolable que
exige que tenga las mÃnimas condiciones para vivir de acuerdo con esa dignidad
y para progresar como cualquier otro.
6. La
promoción humana a través del trabajo
Esta
reiterada convicción de Francisco acerca de la dignidad de cada persona nos
exige asegurar que todos tengan acceso a las condiciones mÃnimas no sólo de
supervivencia sino de dignidad. Pero es con mucha frecuencia malinterpretada,
especialmente en sectores marcados por un pensamiento neoliberal. Francisco
jamás propone que las personas vivan de subsidios. Al contrario, su gran tema
es el trabajo. Para él lo importante no es repartir, sino que “lo
verdaderamente popular –porque promueve el bien del pueblo– es asegurar a todos
la posibilidad de hacer brotar las semillas que Dios ha puesto en cada uno, sus
capacidades, su iniciativa, sus fuerzas. Esa es la mejor ayuda para un pobre,
el mejor camino hacia una existencia digna” (162). Por consiguiente, reclama
creatividad polÃtica y empresarial para “acrecentar los puestos de trabajo en
lugar de reducirlos” (168) y alienta “la creación de fuentes de trabajo
diversificadas” (123).
No se
cansa de insistir en que “ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una
solución provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo deberÃa ser
siempre permitirles una vida digna a través del trabajo” (162, LS 128). Un
propósito central de la sociedad y de la polÃtica es promover a cada persona, y
esto exige hacer posible que todos se vuelvan fecundos con su esfuerzo. Porque
“no existe peor pobreza que aquella que priva del trabajo y de la dignidad del
trabajo” (162). En una sociedad realmente desarrollada el trabajo es una
dimensión irrenunciable de la vida social, ya que no sólo es un modo de ganarse
el pan, sino también un cauce para el desarrollo personal, para establecer
relaciones sanas, para expresarse a sà mismo, para compartir dones, para
sentirse corresponsable en el desarrollo del mundo, y en definitiva para vivir
como pueblo.
Vemos
asà que la enorme valoración que tiene Francisco del trabajo sólo se entiende
dentro del contexto del humanismo y la espiritualidad. Por ello, al mismo
tiempo que alienta la creación de fuentes de trabajo para todos, propone
también el desarrollo de otro ritmo de vida, que incluya la sabidurÃa de
detenerse, la capacidad contemplativa, la vida en familia. Por lo tanto, las
estructuras sociales, al mismo tiempo que favorecen el acceso al trabajo,
también deben asegurar que ese trabajo deje espacio para una vida Ãntegra y
plena.
7. La
necesidad de la sana polÃtica
Finalmente,
quiere reivindicar la polÃtica, pero una sana polÃtica. Porque entiende que la
creación de un mundo nuevo, donde haya lugar para el desarrollo de todos,
requiere también de una polÃtica adecuada y no será posible sin ella.
Francisco
enfrenta asà una peligrosa tendencia de nuestra sociedad, manipulada ideológica
y mediáticamente, que termina sutilmente proponiendo alternativas a la polÃtica
y colocándola por debajo y al servicio de la libertad de empresa y de los
intereses de algunos. Se tratarÃa de una polÃtica denigrada, sometida a la
economÃa y a los poderes tecnocráticos, que debilita los Estados nacionales y
tiende a crear un mundo homogéneo.
Esto
ciertamente conviene a ciertos sectores, pero no a la mayorÃa. Porque “algunos
nacen en familias de buena posición económica, reciben buena educación, crecen
bien alimentados, o poseen naturalmente capacidades destacadas. Ellos
seguramente no necesitarán un Estado activo y sólo reclamarán libertad. Pero
evidentemente no cabe la misma regla para una persona con discapacidad, para
alguien que nació en un hogar extremadamente pobre, para alguien que creció con
una educación de baja calidad y con escasas posibilidades de curar
adecuadamente sus enfermedades” (109). La crisis sanitaria y económica generada
por la pandemia en todo el mundo ha dejado esto suficientemente en claro. Pero
“si la sociedad se rige primariamente por los criterios de la libertad de
mercado y de la eficiencia, no hay lugar para ellos, y la fraternidad será una
expresión romántica más” (109).
Papa
y emigrantes
Por
lo tanto, Francisco ve la necesidad de rehabilitar una sana polÃtica. Porque
“el mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este
dogma de fe neoliberal. Se trata de un pensamiento pobre, repetitivo, que
propone siempre las mismas recetas frente a cualquier desafÃo que se presente”
(168). Al mismo tiempo, advierte sobre los defectos de polÃticas populistas
desviadas.
Esto
ayuda a entender por qué, en una encÃclica sobre la dimensión universal del
amor, se dedica un largo capÃtulo a la buena polÃtica. Allà propone que la
polÃtica lidere los grandes cambios que el mundo necesita. Pero hay que decir
una vez más que, en el pensamiento marcadamente humanista de Francisco,
heredero del humanismo del Evangelio, “todo esto podrÃa estar colgado de
alfileres, si perdemos la capacidad de advertir la necesidad de un cambio en
los corazones humanos, en los hábitos y en los estilos de vida” (166).
Por
esta razón, Francisco recuerda a los polÃticos que “la tarea educativa, el
desarrollo de hábitos solidarios, la capacidad de pensar la vida humana más
integralmente, la hondura espiritual, hacen falta para dar calidad a las
relaciones humanas, de tal modo que sea la misma sociedad la que reaccione ante
sus inequidades, sus desviaciones, los abusos de los poderes económicos,
tecnológicos, polÃticos o mediáticos” (167). Por eso mismo sostiene que “las
distintas religiones, a partir de la valoración de cada persona humana como
criatura llamada a ser hija de Dios, ofrecen un aporte valioso para la
construcción de la fraternidad y para la defensa de la justicia en la sociedad”
(271).
Francisco
ha propuesto de una manera cristalina su pensamiento social. Queda a toda la
Iglesia la tarea de favorecer una adecuada y entusiasta recepción. Al mismo
tiempo, de contrarrestar las infaltables manipulaciones e intentos de sabotaje
que caracterizan a ciertos sectores cuando se ven perjudicados en sus intereses
económicos o ideológicos.
Vale
la pena terminar con estas hermosas palabras de la encÃclica:
“Soñemos
como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos
de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o
de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos”
(8). Publicado en www.religiondigital.org
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