Ecología del Espíritu | José Cristo Rey García
Paredes, CMF
¿Condescendencia? O ¿intransigencia?
El
rostro de nuestro Dios
¡Cómo valoramos a las personas “condescendientes”!
Son todo lo opuesto a las personas “intransigentes”, las que no dejan pasar
una, las que siempre tienen razón, las que nunca se apean de sus criterios, de
sus exigencias. Hoy la liturgia nos habla de “condescendencia”… ¡Un excelente
mensaje para comenzar un año distinto, para vivir una Navidad en plenitud. Éste
puede ser el mensaje de este domingo II de Navidad, 3 de enero de 2021.
¡La intransigencia!
La condescendencia no es ordinariamente la
característica de quienes se encuentran en los niveles más altos del poder, o
del conocimiento, o de la fama. Sí lo es la “intransigencia”
· Esas personas
tienden a mantenerse en su altura, a preservar su posición elevada, a
defenderse de cualquier descenso de nivel, a cualquier intento de ser rebajadas,
se enclaustran en su altura. Se van alejando de todos… hasta de los amigos y
familiares.
· Se hacen
necesarias complicadas citas o audiencias para poder encontrarlas.
· Tanto en el
ámbito de la política como en el ámbito de la religión, hay una forma de ejercer
el poder -la forma intransigente- que aleja de los demás; al que solo se tiene
acceso a través de complicadas -si no imposibles- audiencias. Se suplen con
apariciones públicas, bien vigiladas y sin acceso personal al personaje.
· Muchos años de
poder hacen la lejanía cada vez mayor.
¿Y esto a propósito de qué? ¡La condescendencia de
Dios!
Pues a propósito del estilo “condescendiente” de
nuestro Dios. Los Padres de la Iglesia subrayaron de una manera muy especial la
“con-descendencia” de Dios. Lo denominaban en lengua griega: la syn-katábasis.
· Esta palabra,
condescendencia, nos habla de “descender” y de cercanía hacia nosotros –”con”–.
Sí. Nuestro Dios se caracteriza por su condescendencia. Su poder omnipotente no
lo ha alejado de nosotros.
· Dios, nuestro
Dios, es Emmanuel, Dios con nosotros. Como confiesa nuestra fe, ha
descendido hacia nosotros, y, por nosotros los hombres y por nuestra salvación,
se ha encarnado y hecho hombre. Dios no ha rehusado nuestra humildad. Y se
ha dejado ver, tocar, apretujar…
· Ha entrado en
nuestra casa, ha querido habitar en nuestra humilde tienda, se ha convertido en
nuestro huésped, en un con-ciudadano de la tierra.
· No ha querido
Dios proponernos un imposible ascenso hacia su Reino, sino que más bien ha
decidido el “descenso” de todo lo que tiene relación con Él. Por eso, clamamos:
“¡Venga a nosotros tu Reino!”, “¡Ven, Espíritu Santo!”. Por eso, la nueva
Jerusalén “desciende” del cielo.
El camino del descenso
El camino del descenso nos hace coincidir con
nuestro Dios y todo su proyecto. El camino del ascenso, nos separa de Dios y
cuanto más ascendamos más separados de Él estaremos.
La Sabiduría de Israel –como podemos ver en la
primera lectura de este domingo– pedía cercanía a los pobres, a los indefensos,
con palabras tan entrañables como éstas:
“Hijo mío, no desatiendas las súplicas del
pobre”.
¿No fue esto lo que hizo el Hijo de Dios, Jesús,
la Palabra eterna? Obedeció las palabras del Abbá y optó por los más pobres,
proclamó el Reino, como buena noticia, para ellos. La condescendencia de Dios se
manifestó en una cercanía tal a nosotros, que “apareció como uno de tantos, en
todo semejante a nosotros, menos en el pecado”.
La bendición
La cercanía del Hijo de Dios nos ha traído las
bendiciones de Dios. Ser hombre es una bendición, desde el momento en que Dios
quiso que su Hijo se hiciera hombre. Habita en nosotros la plenitud de la
Gracia. No tienen razón quienes piensan que estamos destinados al mal, al
sufrimiento, al fracaso. Más bien hay que decir que el rechazo de la bendición
es lo único que nos hace malditos. Sólo hay que abrirse a la Gracia que nos
llega, que habita entre nosotros, para sentir la Bendición.
· Dios nos ha
dado su Palabra. Su condescendencia ha llegado a tal extremo que nos declara
hijos e hijas suyos y nos considera aliados con su Unigénito, Jesús. La única
condición consiste en acogerlo, recibirlo, ser hospitalarios con Él.
· El
Condescendiente nos pide a nosotros ser también condescendientes. El Magnánimo
nos pide magnanimidad. El Dios de la Encarnación, nos pide también a nosotros
que nos encarnemos y nos hagamos próximos a todo el mundo.
Lo que salva a una persona poderosa no es “su
intransigencia”, sino su “condescendencia”. Las personas intransigentes
“excluyen”, las “condescendientes”, son inclusivas. Las personas “intransigentes”
recurren a las armas…. las “condescendientes” siempre son un regalo. Para las
personas intransigentes “nada es negociable”. Para las condescendientes, “todo
es negociable”, porque esperan “milagros”.
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