Cuaresma | Mensaje del papa Francisco
Las virtudes teologales en Cuaresma
1. La fe nos llama a acoger la Verdad y a ser
testigos, ante Dios y ante nuestros hermanos y hermanas.
En este tiempo de Cuaresma, acoger y vivir la
Verdad que se manifestó en Cristo significa ante todo dejarse alcanzar por la
Palabra de Dios, que la Iglesia nos transmite de generación en generación. Esta
Verdad no es una construcción del intelecto, destinada a pocas mentes elegidas,
superiores o ilustres, sino que es un mensaje que recibimos y podemos
comprender gracias a la inteligencia del corazón, abierto a la grandeza de Dios
que nos ama antes de que nosotros mismos seamos conscientes de ello. Esta
Verdad es Cristo mismo que, asumiendo plenamente nuestra humanidad, se hizo Camino
—exigente pero abierto a todos— que lleva a la plenitud de la Vida.
El ayuno
vivido como experiencia de privación, para quienes lo viven con sencillez de
corazón lleva a descubrir de nuevo el don de Dios y a comprender nuestra
realidad de criaturas que, a su imagen y semejanza, encuentran en Él su
cumplimiento. Haciendo la experiencia de una pobreza aceptada, quien ayuna se
hace pobre con los pobres y “acumula” la riqueza del amor recibido y
compartido.
La Cuaresma es un tiempo para creer, es decir,
para recibir a Dios en nuestra vida y permitirle “poner su morada” en nosotros
(cf. Jn 14,23). Ayunar significa liberar nuestra existencia de todo lo que
estorba, incluso de la saturación de informaciones —verdaderas o falsas— y
productos de consumo, para abrir las puertas de nuestro corazón a Aquel que
viene a nosotros pobre de todo, pero «lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14):
el Hijo de Dios Salvador.
2. La esperanza como “agua viva” que nos permite
continuar nuestro camino
La samaritana, a quien Jesús pide que le dé de
beber junto al pozo, no comprende cuando Él le dice que podrÃa ofrecerle un
«agua viva» (Jn 4,10). Al principio, naturalmente, ella piensa en el agua
material, mientras que Jesús se refiere al EspÃritu Santo, aquel que Él dará en
abundancia en el Misterio pascual y que infunde en nosotros la esperanza que no
defrauda. Al anunciar su pasión y muerte Jesús ya anuncia la esperanza, cuando
dice: «Y al tercer dÃa resucitará» (Mt 20,19). Jesús nos habla del futuro que
la misericordia del Padre ha abierto de par en par. Esperar con Él y gracias a
Él quiere decir creer que la historia no termina con nuestros errores, nuestras
violencias e injusticias, ni con el pecado que crucifica al Amor. Significa
saciarnos del perdón del Padre en su Corazón abierto.
En el actual contexto de preocupación en el que
vivimos y en el que todo parece frágil e incierto, hablar de esperanza podrÃa
parecer una provocación. El tiempo de Cuaresma está hecho para esperar, para
volver a dirigir la mirada a la paciencia de Dios, que sigue cuidando de su
Creación, mientras que nosotros a menudo la maltratamos (cf. Carta enc. Laudato
si’, 32–33;43–44). Es esperanza en la reconciliación, a la que san Pablo nos
exhorta con pasión: «Os pedimos que os reconciliéis con Dios» (2 Co 5,20).
En la Cuaresma, estemos más atentos a «decir
palabras de aliento, que reconfortan, que fortalecen, que consuelan, que
estimulan», en lugar de «palabras que humillan, que entristecen, que irritan,
que desprecian» (Carta enc. Fratelli tutti [FT], 223). A veces, para dar
esperanza, es suficiente con ser «una persona amable, que deja a un lado sus
ansiedades y urgencias para prestar atención, para regalar una sonrisa, para
decir una palabra que estimule, para posibilitar un espacio de escucha en medio
de tanta indiferencia» (ibÃd., 224).
En el recogimiento y el silencio de la oración, se
nos da la esperanza como inspiración y luz interior, que ilumina los desafÃos y
las decisiones de nuestra misión: por esto es fundamental recogerse en oración
(cf. Mt 6,6) y encontrar, en la intimidad, al Padre de la ternura.
Vivir una Cuaresma con esperanza significa sentir
que, en Jesucristo, somos testigos del tiempo nuevo, en el que Dios “hace
nuevas todas las cosas” (cf. Ap 21,1-6). Significa recibir la esperanza de Cristo
que entrega su vida en la cruz y que Dios resucita al tercer dÃa, “dispuestos
siempre para dar explicación a todo el que nos pida una razón de nuestra
esperanza” (cf. 1 P 3,15).
3. La caridad, vivida tras las huellas de Cristo,
mostrando atención y compasión por cada persona, es la expresión más alta de
nuestra fe y nuestra esperanza.
La caridad se alegra de ver que el otro crece. Por
este motivo, sufre cuando el otro está angustiado: solo, enfermo, sin hogar,
despreciado, en situación de necesidad… La caridad es el impulso del corazón
que nos hace salir de nosotros mismos y que suscita el vÃnculo de la
cooperación y de la comunión.
«A partir del “amor social” es posible avanzar
hacia una civilización del amor a la que todos podamos sentirnos convocados. La
caridad, con su dinamismo universal, puede construir un mundo nuevo, porque no
es un sentimiento estéril, sino la mejor manera de lograr caminos eficaces de
desarrollo para todos» (FT, 183).
La caridad es don que da sentido a nuestra vida y
gracias a este consideramos a quien se ve privado de lo necesario como un
miembro de nuestra familia, amigo, hermano. Lo poco que tenemos, si lo
compartimos con amor, no se acaba nunca, sino que se transforma en una reserva
de vida y de felicidad. Asà sucedió con la harina y el aceite de la viuda de
Sarepta, que dio el pan al profeta ElÃas (cf. 1 R 17,7-16); y con los panes que
Jesús bendijo, partió y dio a los discÃpulos para que los distribuyeran entre
la gente (cf. Mc 6,30-44). Asà sucede con nuestra limosna, ya sea grande o
pequeña, si la damos con gozo y sencillez.
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