Espiritualidad |
Papa Francisco*
Tres obstáculos para la oración
La distracción, la aridez y la acedia son tres
dificultades muy comunes para la oración cristiana. Para progresar en la vida espiritual, deben ser conocidas, identificadas y superadas.
Siguiendo las líneas del Catecismo, en esta catequesis
nos referimos a la experiencia vivida de la oración, tratando de mostrar
algunas dificultades muy comunes, que deben ser identificadas y superadas. Rezar no es fácil: hay muchas dificultades
que vienen en la oración. Es necesario conocerlas, identificarlas y superarlas.
El primer problema que se presenta a quien reza es la
distracción (cfr. CIC, 2729). Tú empiezas a rezar y después la
mente da vueltas, da vueltas por todo el mundo; tu corazón está ahí, la mente
está ahí… la distracción de la oración. La oración convive a menudo con la
distracción. De hecho, a la mente humana le cuesta detenerse durante mucho
tiempo en un solo pensamiento. Todos experimentamos este continuo remolino de
imágenes y de ilusiones en perenne movimiento, que nos acompaña incluso durante
el sueño. Y todos sabemos que no es bueno dar seguimiento a esta inclinación
desordenada.
La distracción afecta el estudio, el deporte…
La lucha por conquistar y mantener la concentración no
se refiere solo a la oración. Si no se alcanza un grado de concentración
suficiente no se puede estudiar con provecho y tampoco se puede trabajar bien.
Los atletas saben que las competiciones no se ganan solo con el entrenamiento
físico sino también con la disciplina mental: sobre todo con la capacidad de
estar concentrados y de mantener despierta la atención.
Vigilar, rezar, para combatir la distracción
Las distracciones no son culpables, pero deben ser
combatidas. En el patrimonio de nuestra fe hay una virtud que a menudo se
olvida, pero que está muy presente en el Evangelio. Se llama “vigilancia”. Y
Jesús lo dice mucho: “Vigilen. Recen”. El Catecismo la cita explícitamente en
su instrucción sobre la oración (cfr. n. 2730). A menudo Jesús recuerda a los
discípulos el deber de una vida sobria, guiada por el pensamiento de que antes
o después Él volverá, como un novio de la boda o un amo de un viaje. Pero no
conociendo el día y ni la hora de su regreso, todos los minutos de nuestra vida
son preciosos y no se deben perder con distracciones
Santa Teresa la llama “la loca de la casa”
Esta es la distracción: que la imaginación da vueltas,
vueltas, vueltas… Santa Teresa llamaba a esta imaginación que da vueltas,
vueltas en la oración, “la loca de la casa”: es una como una loca que te hace
dar vueltas, vueltas… Tenemos que pararla y enjaularla, con la atención
Un discurso diferente se merece el tiempo de la aridez.
El Catecismo lo describe de esta manera: «El corazón está desprendido, sin
gusto por los pensamientos, recuerdos y sentimientos, incluso espirituales. Es
el momento en que la fe es más pura, la fe que se mantiene firme junto a Jesús
en su agonía y en el sepulcro» (n. 2731). La aridez nos hace pensar en el
Viernes Santo, en la noche y el Sábado Santo, todo el día: Jesús no está, está
en la tumba; Jesús está muerto: estamos solos. Y este es el pensamiento-madre
de la aridez.
En la aridez, a veces bien, a veces mal
A menudo no sabemos cuáles son las razones de la
aridez: puede depender de nosotros mismos, pero también de Dios, que permite
ciertas situaciones de la vida exterior o interior. O, a veces, puede ser un
dolor de cabeza o un dolor de hígado que te impide entrar en la oración. A
menudo no sabemos bien la razón. Los maestros espirituales describen la
experiencia de la fe como un continuo alternarse de tiempos de consolación y de
desolación; momentos en los que todo es fácil, mientras que otros están
marcados por una gran pesadez. Muchas veces, cuando encontramos un amigo,
decimos. “¿Cómo estás?” – “Hoy estoy decaído”.
Muchas veces estamos “decaídos”,
es decir no tenemos sentimientos, no tenemos consolaciones, no podemos más. Son
esos días grises... ¡y los hay, muchos, en la vida! Pero el peligro está en
tener el corazón gris: cuando este “estar decaído” llega al corazón y lo
enferma… y hay gente que vive con el corazón gris. Esto es terrible: ¡no se
puede rezar, no se puede sentir la consolación con el corazón gris! O no se
puede llevar adelante una aridez espiritual con el corazón gris. El corazón
debe estar abierto y luminoso, para que entre la luz del Señor. Y si no entra,
es necesario esperarla con esperanza. Pero no cerrarla en el gris.
Después, algo diferente es la acedia, otro defecto,
otro vicio, que es una auténtica tentación contra la oración y,
más en general, contra la vida cristiana. La acedia es «una forma de aspereza o
de desabrimiento debidos a la pereza, al relajamiento de la ascesis, al
descuido de la vigilancia, a la negligencia del corazón» (CIC, 2733). Es uno de
los siete “pecados capitales” porque, alimentado por la presunción, puede
conducir a la muerte del alma.
Aprender a caminar siempre, perseverar en la oración
¿Qué hacer entonces en esta sucesión de entusiasmos y
abatimientos? Se debe aprender a caminar siempre. El verdadero progreso de la
vida espiritual no consiste en multiplicar los éxtasis, sino en el ser capaces
de perseverar en tiempos difíciles: camina, camina, camina… Y si estás cansado,
detente un poco y vuelve a caminar. Pero con perseverancia. Recordemos la
parábola de san Francisco sobre la perfecta leticia: no es en las infinitas
fortunas llovidas del Cielo donde se mide la habilidad de un fraile, sino en
caminar con constancia, incluso cuando no se es reconocido, incluso cuando se
es maltratado, incluso cuando todo ha perdido el sabor de los comienzos. Todos
los santos han pasado por este “valle oscuro” y no nos escandalicemos si,
leyendo sus diarios, escuchamos el relato de noches de oración apática, vivida
sin gusto.
Dialogar con Dios lo que nos pasa, todo
Es necesario aprender a decir: “También si Tú, Dios
mío, parece que haces de todo para que yo deje de creer en Ti, yo sin embargo
sigo rezándote”. ¡Los creyentes no apagan nunca la oración! Está a veces puede
parecerse a la de Job, el cual no acepta que Dios lo trate injustamente,
protesta y lo llama a juicio. Pero, muchas veces, también protestar delante de
Dios es una forma de rezar o, como decía esa viejecita, “enfadarse con Dios es
una forma de rezar, también”, porque muchas veces el hijo se enfada con el
padre: es una forma de relación con el padre; porque lo reconoce “padre”, se
enfada…
La paciencia de Job
Y también nosotros, que somos mucho menos santos y
pacientes que Job, sabemos que finalmente, al concluir este tiempo de
desolación, en el que hemos elevado al Cielo gritos mudos y muchos “¿por qué?”,
Dios nos responderá. No olvidar la oración del “¿por qué?”: es la oración que
hacen los niños cuando empiezan a no entender las cosas y los psicólogos la
llaman “la edad del por qué”, porque el niño pregunta al padre: “Papá, ¿por
qué…? Papá, ¿por qué…? Papá, ¿por qué…?” Pero estemos atentos: el niño no
escucha la respuesta del padre. El padre empieza a responder y el niño llega
con otro por qué. Solamente quiere atraer sobre sí la mirada del padre; y cuando
nosotros nos enfadamos un poco con Dios y empezamos a decir por qué, estamos
atrayendo el corazón de nuestro Padre hacia nuestra miseria, hacia nuestra
dificultad, hacia nuestra vida. Pero sí, tened la valentía de decir a Dios:
“Pero ¿por qué…?” Porque a veces, enfadarse un poco hace bien, porque nos hace
despertar esta relación de hijo a Padre, de hija a Padre, que nosotros debemos
tener con Dios. Y también nuestras expresiones más duras y más amargas, Él las
recogerá con el amor de un padre, y las considerará como un acto de fe, como
una oración.
* Catequesis sobre la oración en la
Audiencia General del 19 de mayo. meditación en tres obstáculos que la
dificultan: "La distracción, la sequedad y la acidía" (Lectura, Lc
21,34-36).
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