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    jueves, 3 de junio de 2021

    Eucaristía para la vida cristiana


    Vida Cristiana | Redacción Amigo del Hogar





    Eucaristía para la vida cristiana

     

    Según la fe de la Iglesia, la celebración eucarística es “la fuente y cumbre de la vida cristiana”, nadie se extraña entonces que desde sus orígenes la Iglesia celebre todos los días, alrededor del mundo, este sacramento de vida. Dice un teólogo contemporáneo que la Iglesia ha mostrado muchas infidelidades a través de la historia. Pero ha sido fiel en seguir el mandato de su Señor: “hagan esto en memoria mía”. La Eucaristía ha movido hombres y mujeres de todos los tiempos, esa “nube de testigos”, cuyas vidas han ido entretejiéndose del amor y la entrega desinteresada.


    Jesús lleva a su máxima expresión el amor con que el Padre ama al mundo, en la entrega de la propia vida. La entrega de la vida por amor no es inútil, es fecunda


    Si la comunidad cristiana no se sentara a la mesa donde Jesús se hace presente animándola, alimentándola y enviándola, no sería fiel a su finalidad en el mundo. El sacramento de comunión fortalece lo que es la Iglesia y lo que está llamada a ser mediante su docilidad al Espíritu del Señor y su conciencia misionera, esa referencialidad a Cristo que nos ayuda a superar deseos, intereses y proyectos inadecuados.

     

    El dinamismo salvífico de la eucaristía

    Nos hemos fijado siempre en esa doble dimensión que sustenta el sentido eucarístico de vida para la fe cristiana: fuente y culmen. Podríamos decir, en primer lugar, que al establecer esos dos polos del misterio eucarístico, se nos indica el dinamismo de la celebración: no es estática, no está separada de la vida, no es suficiente celebrar o “cumplir” con el mandamiento de ir a misa. Darle a la eucaristía un poder fuera del sentido salvífico para la vida por la presencia trinitaria que nos da vida y nos sostiene para el anuncio y el testimonio, podría hacernos caer, por ejemplo, en la magia. No es un momento estático entre el ir y venir, entre la fe y las obras, no.

     

    Afirmar con el Concilio que la celebración eucarística es fuente y culmen, revela de inmediato que la comunidad cristiana llega a celebrar porque vive eucaristizada en el mundo y regresa a los afanes del diario vivir impulsada y vivificada por el don eucarístico. Podemos afirmar que el “momento” de la celebración concentra lo que hemos asumido de la Eucaristía y nos fortalece y configura para eucaristizar la vida. La celebración no es un paréntesis de la vida cristiana, no es un antes y un después como encuentro que nos convoca.

     

    El contexto de la celebración eucarística en el Evangelio es bien sabido por nosotros: Jesús lleva a su máxima expresión el amor con que el Padre ama al mundo, en la entrega de la propia vida. La entrega de la vida por amor no es inútil, es fecunda, porque Dios es vida y nos envía el Espíritu: Señor y dador de vida. Jesús bendice, parte y comparte su propia vida esa noche significando la totalidad de su entrega que culmina en la Cruz.

     

    Como es fuente y culmen, cada celebración eucarística da vida a la comunidad y, al mismo tiempo, la inspira para seguir vivificándose en el modo de vivir y convivir al estilo del Señor, asumiendo su proyecto. No vamos a cada eucaristía a comenzar de nuevo, nuestra vida cristiana tiene una continuidad en la que nos vamos transformando para alcanzar la santidad. Como nuestra situación humana no permite vivir la plenitud de nuestra realidad mientras pasamos por este mundo, es la eucaristía vivida, celebrada, comprometida y actuando nuestra esperanza, el momento de actualizar la intensidad del misterio del amor que nos salva en comunidad, y nos compromete con el mundo.

     

    La eucaristía, tenemos que insistir, marca el ser y hacer de la comunidad cristiana, marca su oración y acción en realidad histórica, porque ella contiene en el devenir de los acontecimientos la semilla de transformación personal y social, cósmica, hasta el fin del mundo. “Quien participa de ella recibe el impulso y la fuerza necesaria para vivir como auténtico cristiano”, apunta el papa Francisco. Celebrar la eucaristía no significa “llenar el tanque” para seguirnos moviendo, significa fuerza para mantener potenciado el dinamismo de amor generoso y nutriéndonos de la vida del Señor para seguir sus huellas.

     

    La comunidad cristiana, al participar en la celebración, reafirma su sentido de comunidad: sin vida comunitaria no podemos hablar de Iglesia; se siente convocada para hacer visible en el mundo la presencia del Señor que sigue salvando por amor: una fraternidad hacia afuera; celebra su vocación y por medio de las oraciones y acciones litúrgica sigue vinculada con el mundo, al que está llamada a servir. Toda celebración eucarística nos dice de una comunidad que es profética y escatológica. Su profecía anuncia y testimonia -con su fragilidad y humildad- cómo Dios ama y quiere que sea el mundo; y al mismo tiempo, apunta hacia una esperanza que nos mueve en cada etapa histórica y nos sostiene hasta la realización definitiva del plan de Dios.



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