Espiritualidad Litúrgica | Roberto Núñez, msc
La oración de bendición
«La
bendición expresa el movimiento de fondo de la oración cristiana: es encuentro
de Dios con el hombre; en ella, el don de Dios y la acogida del hombre se
convocan y se unen…» (CEC 2626).
Continuemos reflexionando en torno a la oración en
perspectiva litúrgica. La Iglesia, desde sus inicios, posee plena conciencia de
la importancia de la oración. Vive esta experiencia desde el primer gran
momento, el día de Pentecostés. El libro de los Hechos nos cuenta que los
discípulos se reunían y permanecían unidos en la oración con un mismo espíritu
(cfr Hch 1,14). Nos dice también que los creyentes “se reunían frecuentemente
para escuchar la enseñanza de los apóstoles, y participar en la vida común, en
la fracción del pan y en las oraciones” (Hch 2,42).
La
Iglesia naciente cuenta con una ayuda relevante, que es la presencia del
Espíritu Santo prometido por Cristo. Es quien ayuda a recordar a Cristo ante su
Iglesia orante y la conduce hacia la verdad plena. Además de suscitar en ella nuevas expresiones orantes.
Esas expresiones la Iglesia las vive desde diferentes perspectivas: bendición,
petición, intercesión, acción de gracias, alabanza. Nos iremos fijando en estas
expresiones.
Empecemos
por la bendición. Bendecir viene de “bene-dicere”, decir bien, desear algo
bueno a alguien, alabarle, dirigirle una buena palabra. Quien toma esta
iniciativa primeramente es Dios, cuya bendición es siempre eficaz. El Sl 66
pide “que el Señor tenga piedad y nos bendiga… Que Dios nos bendiga, y que lo
respeten hasta en los confines del mundo”.
Es
bueno recordar que la liturgia nos propone iniciar el año civil con actitudes
de bendición. Es el día de Santa María Madre de Dios, pero también la jornada
mundial de la paz. Se nos invita a iniciar el año bendiciendo y queriendo que
Dios nos bendiga y acompañe a lo largo de los meses siguientes.
La
bendición expresa el movimiento de fondo de la oración cristiana: es encuentro
de Dios con el hombre; en ella, el don de Dios y la acogida del hombre se
convocan y se unen. La oración de bendición es la respuesta del hombre a los
dones de Dios: porque Dios bendice, el corazón del hombre puede bendecir a su
vez a Aquél que es la fuente de toda bendición.
Acudamos
de nuevo al Catecismo, el cual nos dice: «La bendición expresa el movimiento de
fondo de la oración cristiana: es encuentro de Dios con el hombre; en ella, el
don de Dios y la acogida del hombre se convocan y se unen. La oración de bendición
es la respuesta del hombre a los dones de Dios: porque Dios bendice, el corazón
del hombre puede bendecir a su vez a Aquél que es la fuente de toda bendición».[1]
El
movimiento de doble bendición que se genera, fruto de la acción de Dios y la
respuesta humana, lo expresa el Catecismo en estos términos: «Dos formas
fundamentales expresan este movimiento: o bien sube llevada por el Espíritu
Santo, por medio de Cristo hacia el Padre (nosotros le bendecimos por habernos
bendecido; cf Ef 1, 3-14; 2 Co 1, 3-7; 1 P 1, 3-9); o bien implora la gracia
del Espíritu Santo que, por medio de Cristo, desciende del Padre (es él quien
nos bendice; cf 2 Co 13, 13; Rm 15, 5-6. 13; Ef 6, 23-24)».[2]
Esto
nos recuerda que Cristo es «la bendición personificada de Dios, el portador de
toda bendición, y el que motiva y hace eficaz nuestra bendición a Dios. En él
se juntan la bendición descendente y la ascendente: “Bendito sea Dios, Padre de
Nuestro Señor Jesucristo (bendición ascendente), que por medio de Cristo nos ha
bendecido con toda clase de bendiciones espirituales en el cielo (bendición
descendente)”».[3]
ADH 815
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Promueve el diálogo y la comunicación usando un lenguaje sencillo, preciso y respetuoso...