Convivencia | MTF Rosario Prieto
Aprendiendo de la soledad
A veces vemos la soledad como un gran mal, sin saber que estar solos
también es una oportunidad para crecer, entendernos y tratar más a Dios.
La tentación del hombre –hoy más que nunca- es la superficialidad, es
decir, el vivir en la superficie de sà mismo. En lugar de enfrentarse con su
propio misterio, muchos prefieren cerrar los ojos, apretar el paso, escaparse
de sà mismos, y buscar el refugio en personas, instituciones o diversiones.
Es agradable y sobre todo más fácil la dispersión que la concentración.
«Y ¡he ahà el hombre, en alas de la dispersión, eterno fugitivo de sà mismo,
buscando cualquier refugio con tal de escaparse de su propio misterio y
problema!» menciona Ignacio Larrañaga, en su libro «Sube conmigo».
Sabemos que «El hombre es, por Ãntima naturaleza un ser social, y no
puede vivir ni desplegar sus cualidades, sin relacionarse con los demás»
(Gaudium et Spes no.12). Sin embargo, «Por su interioridad (soledad) el hombre
es superior al universo entero. A estas profundidades (de sà mismo) retorna,
cuando entra dentro de su corazón… (GS no.14).
Ahora bien, los fugitivos nunca aman, no pueden amar porque siempre se
buscan a sà mismos; y si buscan a los demás no es para amarlos sino para
encontrar un refugio en ellos. El fugitivo es individualista, es superficial
¿Qué riqueza puede tener y compartir?
La riqueza está en las profundidades.
Porque se vive en la superficie es el motivo por el que hay tan poco
amor, igual en la gran sociedad, en el trabajo, en la escuela, en la familia,
en el matrimonio. La medida de la entrada a nuestro propio misterio será la
medida de nuestra apertura a los demás.
Nuestra crisis profunda -afirma Larrañaga- es la crisis de la evasión;
escapamos de nosotros mismos, de los demás. Es preciso iniciar con la propia
persona, interiorizar y descubrirse, para aceptarse y amarse abriendo asà un
canal de verdadera comunicación, apertura y donación a los demás.
No se trata de aislarse y de ser solitario, se trata de ser soledad y
ser relación para amarse y amar.
Amar: interioridad y apertura
Amar, es una palabra que es corta en letras, pero la más profunda en
significado y al ser persona, tengamos la profesión que tengamos, se elige la
carrera del amor, cuestión nada fácil, pero posible sin duda. Al elegir la
carrera del amor uno opta por recorrer un camino de sacrificio, de lucha, de
renuncia y a la vez de profunda alegrÃa pues la meta a alcanzar es convertirse
en experto del arte más sublime que el ser humano puede crear pues a la vez le
realiza en lo más Ãntimo de su naturaleza, ya que con el amor da vida a cada
instante de su existencia y a la de los demás. Amar, es en palabras de Michel
Quoist, citando su libro «Triunfo»: «enriquecer todo tu ser para poderte dar a
otro; es olvidarte, para ofrecerte a otro; es abrirte a los demás; es
aceptarles, comprenderles, relacionarte con ellos; para poder asà acoger a
otro; es unirte a Dios, para poderte unir en Dios a los otros».
Este oficio de amar, el real oficio de amar incondicionalmente, sin
buscar recompensa no es nada fácil, al contrario, para amar de verdad es
preciso dejar todo, despojarse de egoÃsmos y seguir el camino casi desconocido
que se abra ante nuestros ojos. Un camino en el que nos podemos encontrar solos
muchas veces ante una tarea enorme que realizar en casa, en el trabajo, en la
escuela…
A veces esta soledad puede desanimarnos, entristecernos; sin embargo, la
soledad la sentimos todos alguna vez, es más, si vamos al fondo del alma, nos
encontramos totalmente solos, nacimos solos y nos iremos de este mundo solos.
Si estamos rodeados de muchas personas o no hay nadie junto a nosotros, a veces
es lo mismo, en el interior a menudo, podemos encontrar que se está solo. Sin
embargo, la soledad puede ser positiva o negativa, según cada quien la valore y
según como esta sea.
Si uno ve la soledad como un momento de dolor y desesperación es
negativa porque no nos lleva a ningún lado más que a la tristeza, al
abatimiento. Pero si la soledad la vemos como la oportunidad de adentrarse en
uno mismo, de darse cuenta de quién es uno, de dónde viene y a dónde va, es uno
de los mejores regalos que uno puede tener… tiempo para uno mismo.
Solo en el silencio encontramos la paz, la verdad, la maravilla de haber
sido creado, tomamos conciencia del tiempo, del espacio. Valoramos las cosas
ante nosotros mismos y ante Dios, encontrando las respuestas a los
interrogantes de nuestra vida y de las personas que nos rodean que se acercan
en busca de soluciones.
El silencioso ejemplo que vivifica
Al estar solos estamos con nosotros mismos, y más importante, estamos
con Dios. Por tanto, no estamos realmente solos. Estamos en un momento propicio
para orar, para pensar, para meditar, para descansar, para reflexionar sobre el
pasado, el presente, el futuro.
Además, hemos de aprender a estar solos, estarlo es un arte si sabemos
aprovechar la soledad, es asà como se da un tiempo inadvertido muchas veces,
sin agitación, sin ruido, en silencio…
Y es en silencio como los grandes hombres andan el camino; pensemos por
ejemplo, cómo era San José, el Santo Patrono de la Iglesia Católica y
considerado tal vez el más grande santo de la historia; si aquel hombre
silencioso, del que casi no se habla, del que quizá pocas veces se nombra en
las homilÃas, aquel que pasa por el Evangelio como una sombra, el que en todo
el tiempo no pronuncia ni una sola palabra.
Federico Suárez, en su libro «José, Esposo de MarÃa», nos habla de San
José y lo describe diciendo: «José, un hombre que, a solas con Dios y con su
propia conciencia, examina con serenidad una situación; y sin lamentarse, sin
buscar apoyo en el que descargar una parte de su responsabilidad, hace frente
con lucidez a las circunstancias y carga con sus propias decisiones». Sin una
queja, San José afronta la tarea que le fue encomendada y que decidió aceptar,
sin excusas, sin retraso; su tarea como la de cada uno de nosotros, difÃcil, de
principio a fin, extraordinaria y destinada a aquellos que Dios ha escogido
desde siempre para confiarles su Creación.
Asà mismo, el autor menciona a Ernesto Hello, quien dijo de José: «este
hombre envuelto en el silencio inspira silencio». Pero no un silencio vacÃo,
una simple ausencia de personas, de palabras y de pensamiento, una especie de
hueco sin nada que lo ocupe, simplemente mutismo; por el contrario, es un
silencio denso, un «silencio profundo en el que están contenidas todas las
palabras», un silencio «vivificante, refrescante, apaciguante, saciante: el
silencio substancial».
En el blanco están contenidos todos los colores
Es el silencio no un vacÃo o una ausencia, sino la plenitud; como en el
color blanco se contienen todos los colores, asà en el silencio se contienen
todos los sonidos. Las personas dedicadas a la contemplación lo saben bien, no
se habla cuando se está en la contemplación de lo divino, cuando la grandeza de
lo que se contempla es tal que cualquier palabra resulta trivial, puesto que el
acontecimiento sobrepasa ampliamente a la persona y a cuanto ella pueda decir.
Por tanto, hemos de reconocer, que hay un silencio que nos beneficia, una
soledad que no proviene de la ausencia, sino de la plenitud interior, que es la
condición para que la interioridad sea posible. Un hombre que vive la soledad
cuando ha de vivirla, puede escuchar y está en condición de aprender muchas
cosas; Suárez menciona que por su silencio, José pudo oÃr al ángel que en su
sueño le descubrió el secreto que cambiarÃa su vida y la de todo el género
humano.
En la soledad y en el silencio de ésta también se aprende la fortaleza,
sobrellevar las cargas sin quejarse y sin hacer de ello partÃcipe a todo el
mundo, afrontar los problemas personales sin arrojarlos en hombros ajenos,
responder de los propios actos y decisiones.
En la soledad y en el silencio uno no está solo, ni está callado. Estos,
cito aquà a Suárez, «son como los ojos que penetran a través de la niebla que
confunde los objetos y difumina las verdades, y al atravesarla nos permite
llegar a lo que verdaderamente es y a lo que verdaderamente importa, pues
significa acallar toda clase de voces confusas y discordantes para que se pueda
oÃr la Palabra viva, clara y penetrante!».
No tengamos miedo a la soledad, más bien busquémosla y descubramos
¡Cuántas cosas encierra la soledad!
Publicado por Encuentra.com:
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