Espiritualidad | Jesús Martínez Gordo/Atrio
Por qué me importa si Dios existe, y 3
Y por qué me importa ser teísta “jesu-cristiano”
Pero, además de deísta por “elección continuada”,
soy un teísta “jesu-cristiano” porque Jesús de Nazaret si, no era la
anticipación en la historia de lo que decimos cuando decimos “Dios”, se lo
merecía ser.
Me toca ahora explicar las razones de semejante
interés o con palabras de P. Ricoeur, de mi “adhesión incomparable” y, por
ello, “absoluta” a este singular personaje en cuya existencia percibo lo que
digo cuando digo Dios.
Tal percepción –y mi adhesión incomparable y, por
ello, deferente– se encuentra fundada en los “tres ochomiles” que vertebran su
vida y en los que, activando mi interés por ellos, constato, de nuevo, una
sorprendente unidad de humanidad y de lo que digo cuando digo Dios, a la vez
consoladora y provocadora.
En primer lugar, el programa proclamado en el
monte de las Bienaventuranzas y en la parábola del juicio final: caricia para
los pobres, hambrientos, sedientos, perseguidos, descamisados, etc., y
permanente provocación para otros tantos que facilitan, consienten o son
indiferentes a tales males; un programa, por cierto, que todavía tiene la
virtud de movilizar lo mejor de lo que hay en mí, por poco que sea, entre otras
razones, porque todavía está pendiente de realización o cumplimiento.
Este programa, sí me sigue interesando. Y mucho.
De ahí que agradezca que se me recuerde, por ejemplo, todos los domingos o, por
lo menos, de vez en cuando.
En segundo lugar, el “ochomil” del Calvario y el
escándalo de su constante actualización en tantos calvarios contemporáneos y a
lo largo de la historia, juntamente con los testimonios alentadores y
consoladores de cientos de millones de personas y millares de instituciones
“samaritanas” que han luchado (y lo siguen haciendo en la actualidad) por su
erradicación al precio, incluso, de acabar achicharrados. O, que, por lo menos,
se esfuerzan por evitar su existencia. O, cuando no queda más remedio, por
paliar sus efectos.
Nada que ver con lo que Francisco llama la
“globalización de la indiferencia” y sí mucho que ver con el “deber de la
fraternidad”. Este Dios, crucificado y samaritano, sí me interesa. Me es
deferente. Y cada día más.
Y, en tercer lugar, recurriendo a una expresión
muy típica en la explicación evolucionista, el salto cualitativo, la sorpresa,
la novedad o lo inaudito del monte Tabor o, lo que es lo mismo, de lo que se
dice cuando se dice que existe la Vida en plenitud, es decir, la Resurrección,
de la que Jesús fue su anticipación en la historia.
Encuentro infinidad de chispazos de este
“ochomil”. Los teólogos más refinados se suelen referir a ellos denominándolos,
desde Melchor Cano, “lugares teológicos”. Algunos de ellos más clásicos son las
diferentes celebraciones litúrgicas, la Escritura, los Concilios o los iconos.
Otros, igualmente clásicos, pero más provocadores, son los pobres, “los santos
de la puerta de al lado” o los murmullos de Dios en el mundo, en la vida y en
la historia. Gracias a ellos disfruto mi existencia como anticipo de la Vida en
plenitud (que eso es, según Jesús, lo que decimos cuando decimos que “Dios
existe”: que Él es “Señor y dador de Vida”). Disfrutando de esas anticipaciones
y participaciones tabóricas y cargando –gracias a ellas– las pilas, puedo echar
una mano.
Sospecho que esto que percibo como caricias o
murmullos de Dios a no pocos les resulte una provocación que roza la
irracionalidad. Lo acepto. En el “jesu-cristianismo” siempre ha habido un
cierto e inevitable exceso o, si se prefiere, un punto de lo que me atrevo a
llamar “bendita locura”: lo hay en el monte de las Bienaventuranzas con su
apuesta por los parias. Lo hay, sin lugar a duda, en el Calvario y en sus
provocadoras y aguijoneantes actualizaciones. Y también lo hay en el monte
Tabor, en esta ocasión, como exceso de cercanía, amor y generosidad.
Me importa este Dios con su “exceso”; entre otras
razones, porque me permitiría vivir –si me tocara, como decía Pere Casaldáliga–
“de fracaso en fracaso, hasta la Esperanza final”. De momento, disfruto, aunque
sea de vez en cuando, de tales anticipaciones tabóricas con su punto de
“bendita locura”. Se entiende que este Dios también me sea deferente; y mucho.
Como igualmente lo es no solo para las llamadas nuevas espiritualidades, sino también
para las místicas o espiritualidades ateas, desde la que formuló Plotino en las
“Enéadas” hasta las de nuestros días.
Pero la exposición sobre la importancia de mi
adhesión “incomparable” al “relativo absoluto” que es el teísmo “jesu-cristiano”
quedaría muy sesgada si no recordara que entre los cristianos hay una enorme
pluralidad de rutas o itinerarios entre estos tres “ocho miles”, desconocida
por muchos o no debidamente atendida.
En unos, se presta una particular atención al programa,
al anuncio y a la denuncia del monte de las Bienaventuranzas, pero se hace sin
dejar de andar por los otros dos “ochomiles”. Esta clase de “circulación” es la
propia de lo “católico”, de lo que es según el “todo”, es decir, de lo que es
articulación y conjunción.
En otras trayectorias existenciales, se es más
sensible a los calvarios contemporáneos, pero sin dejar de disfrutar también de
los tabores y mirándose, aunque sea de vez en cuando, en el programa de las
Bienaventuranzas. Esta ruta es, igualmente, “católica”.
Y, en otros itinerarios, se está más atento a los
tabores, es decir, a la unión con lo que decimos cuando decimos “Dios existe”,
a partir de sus transparencias en la mismidad, tan cuidadas y reivindicadas por
las llamadas nuevas espiritualidades. O en la “hesychia” o paz interior, en el
caso de los contemplativos –ya sean en los eremitorios, cenobios y conventos,
pero también en la vida ordinaria. O en el “aguijón” de los pobres con los que
se identifica Jesús de Nazaret. E, igualmente, en las llamadas “hierofanías”
(la manifestación de lo sagrado en lo profano), tan importantes en la
experiencia mística o espiritual no solo de los creyentes, sino también de
increyentes tales, entre otros, como G. Bataille, L. Wittgenstein o J. – C.
Bologne, además de A. Comte-Sponville. Lo normal es que quienes tienen su
residencia primera en los tabores, paseen también por los montes del Calvario y
de las Bienaventuranzas, aunque no sea con la insistencia y duración propia de
los anteriores recorridos espirituales y teológicos. Cuando ello sucede, nos
encontramos con otro recorrido igualmente “católico”.
Pero tengo que indicar que me importa ser un
teísta “jesu-cristiano” porque sin JesuCristo –y, obviamente, sin el “jesu-cristianismo”–
no es comprensible nuestro mundo, ni el pasado ni el presente. Y, sospecho que
tampoco el que está porvenir, si queremos que sea humano, al menos, tal y como
es perceptible en los tres “ochomiles”. Además, confieso que también me gusta
sentirme acompañado por gente de estos diferentes perfiles; tan ricos, diversos
y fundamentales para el progreso de nuestro mundo y de la humanidad; y para el
mío, en concreto, como “teísta jesu-cristiano”. Estas personas me son muy
deferentes, aunque no compartan (y menos en todos sus extremos) este discurso.
Me importan, en particular, las que son cuidadosas y están atentas a los
riesgos, entre otros, de la indiferencia a la “carne” de lo que digo cuando
digo “Dios existe”, del palabrerío programático, del masoquismo o de un
autocomplaciente consumismo religioso.
Por eso, no puedo acabar este apartado sin
referirme a la existencia de rutas fallidas, entre otras razones, por pretender
afincarse (y estancarse) –de manera pretendidamente definitiva– en uno de los
“ochomiles”, renunciando o no queriendo saber nada de la circularidad que hay
entre ellos; al menos, para los “teístas jesu-cristianos”.
Acabo de reseñar algunos de los fundamentalismos
religiosos o extrapolaciones (a los que habría que añadir otros laicos y ateos)
que, hasta no hace mucho, eran denominados herejías por no guardar el
equilibrio mínimo o por ser propuestas en las que solo hay sitio o para los
tabores o para los calvarios o para el programa; sin circulación de ninguna clase.
Creo que uno de los más preocupantes es, en nuestro primer y satisfecho mundo,
el del estancamiento tabórico, tanto entre los creyentes como entre los
increyentes. Pero esto ya es materia para otra ocasión.
Tres conclusiones…
La primera, para recordar que soy ateo de muchos
imaginarios. Y lo soy porque creo que un cierto ateísmo es necesario por
referencia al imaginario de Dios, por lo menos, “jesu-cristiano” y
“uni-trinitario” como expresión de su alteridad, novedad, sorpresa y
provocación. No está de más recordar, por ejemplo, el debate al respecto sobre
el sometimiento de lo que decimos cuando decimos Dios al principio de la
necesidad lógica o de la no contradicción (en la propuesta de G. W. F Hegel) o
a la constatación y acogida de su descolocante libertad en el Triduo Pascual
(en el caso del llamado segundo F. Schelling) que, aunque exceda las
posibilidades de esta aportación, entiendo que es una de las claves
explicativas de un tipo de increencia que me atrevo a llamar intelectualmente
prometeica y que, por idealista, es irrespetuosa con los datos, es decir, con
la manera como Dios se manifiesta en Jesús tanto el viernes y el sábado santo
como el domingo de resurrección.
La segunda, para enfatizar que soy un deísta y
teísta jesu-cristiano movido, como he indicado al principio, por la razón en
libertad a partir de los datos o pruebas científico-empíricas. He asumido
semejante punto de partida porque es el que nos vincula y al que podemos
recurrir ya que todos estamos referidos a él, aunque no sea el único. También
están, por ejemplo, la experiencia de la relación o la mística y el testimonio
o la implicación personal.
Por eso, apoyado en esa razón en libertad, no
comparto el primado que algunos conceden a la nada, al vacío, al silencio y a
la oscuridad, esto es, al nihilismo en sus diferenciadas variantes. Sin
embargo, me importan e interesan estas explicaciones alternativas porque
también forman parte de lo que digo cuando digo que existe el Dios
“jesu-cristiano”: son aportaciones en las que veo reflejado el grito de
abandono del viernes santo y el silencio del sábado santo. Tengo, en este
sentido, una gran empatía con el llamado “realismo trágico” cuando recuerda
–frente al materialismo bruto– que mantenemos una relación con la nada, el
silencio y el vacío en términos de angustia o lucha, de ética –como cuidado y
residencia– y de maravilla. Nada que ver con la supuesta aproblematicidad,
absolutez y satisfacción de la materia o de la finitud. Pero éste, también es
un asunto que requiere ser tratado con más detenimiento; algo que excede la
presente aportación.
Y, la tercera, para confesar que tampoco comparto
el materialismo bruto o el determinismo físico necesitante porque contradice la
existencia, a la vez, de materia y leyes; porque erige la descripción en
explicación (esto es así porque sí. Y porque es así, se instala en la ociosidad
intelectual no pudiendo evitar, muchas veces y por paradójico que pueda
resultar, un cierto toque de soberbia o superioridad racional, la propia de
quien va de sobrado por la vida) y, sobre todo, porque genera o apadrina
ideologías que no me parecen humanas ni solidarias. Ni tampoco comparto, por
supuesto, la aleatoriedad autosuficiente, una manera. políticamente correcta,
de no reconocer la ignorancia y presentarla envuelta en celofán.
… y un sintético cierre
En definitiva, me importan las explicaciones
deístas y teístas y, concretamente, la “jesu-cristiana” porque, hoy por hoy,
son las que percibo racionalmente más consistentes, además de “interesantes” o
importantes para la causa de una humanidad más justa y fraterna. Por eso, las
he constituido, junto con unos cuantos miles de millones de ciudadanos, en “mi
destino por elección continuada”.
Publicado por Atrio
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