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    viernes, 17 de septiembre de 2021

    Dune, una epopeya de sabor bíblico


    Cultura y Vida | Juan Orellana

     



    Dune, una epopeya de sabor bíblico

     

    Desde que empezó la pandemia, pocas películas han sido tan esperadas como Dune, adaptación de la famosa novela escrita por Frank Herbert en 1965, y que inició una de las sagas literarias más extensas de la ciencia ficción. En 1984 llevó la novela al cine David Lynch, pero no pasó de ser una cinta de culto. Desde hace bastantes meses se esperaba con gran interés la anunciada versión del canadiense Denis Villeneuve, aclamado director de Blade Runner 2049La llegada o Incendies.

     

    Película y novela nos llevan a un futuro muy lejano, a un planeta desértico llamado Arrakis, cuyos habitantes y riquezas han sido explotados por los codiciosos Harkonnen durante años. Un edicto del emperador ha expulsado a los Harkonnen del cálido planeta, y en su lugar se ha decretado que se instalen allí los miembros de la casa de los Atreides, que a diferencia de sus antecesores, buscan el entendimiento y la justa colaboración con los Fremen, los oprimidos nativos de Arrakis.

     

    Lo más llamativo es que la película tiene las características formales de un relato bíblico. Villeneuve no ha tratado de disimular los referentes veterotestamentarios de una historia que, entre otras muchas cosas, trata de un pueblo que vive en el desierto, permanentemente explotado por naciones más poderosas, y que espera la llegada de un Elegido. Por otra parte, otros elementos de la puesta en escena, fieles a la novela, están claramente sacados de la tradición cristiana, como los hábitos monacales o las ropas ceremoniales.

     

    Aunque no se puede dudar de su condición de cine-espectáculo ni de su vocación comercial, Villeneuve se ha preocupado de dotar a los personajes de un cierto halo dramático, en la línea del Batman de Christopher Nolan, cuando al género de superhéroes se le quiso dar un rostro más adulto. En ese sentido, el personaje de Paul, interpretado por Timothée Chalamet, es un joven introvertido y muy condicionado por la búsqueda de su identidad y vocación. Su interpretación es brillante, aunque para muchos espectadores no está tan claro que la apariencia lordbyroniana del actor sea la más adecuada para este personaje.

     

    Se agradece la escasa presencia de cuotas ideológicas, sobre todo de género, lo que además favorece la fidelidad del guion a su referente literario. Eso no quita para que algunas cuestiones presentes en la novela adquieran especial actualidad, como es el empoderamiento femenino que promueve la Hermandad Bene Gesserit, las dificultades de vivir en un planeta desertizado y con altas temperaturas, o la crítica al neocolonialismo que exprime a lo que llamaríamos el Tercer Mundo.

     

    Sorprende que la banda sonora, de Hans Zimer, se parezca tanto a la que escribió Jóhann Jóhannsson para La llegada, del mismo director. Una banda sonora que quizá tiene demasiado protagonismo.

     

    En resumen, una película espectacular, con buenos mimbres, al servicio de una historia que ciertamente ya se nos ha contado mil veces, aunque no por ello sea menos verdadera: la eterna convivencia entre el trigo y la cizaña y el anhelo de un Salvador.

     

    Foto: Warner Bros

    Fuente Alfa & Omega



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