Cultura y Vida | Juan Orellana
Dune, una
epopeya de sabor bíblico
Desde que empezó la pandemia, pocas películas han
sido tan esperadas como Dune, adaptación de
la famosa novela escrita por Frank Herbert en 1965, y que inició una de las sagas
literarias más extensas de la ciencia ficción. En 1984 llevó la novela al cine
David Lynch, pero no pasó de ser una cinta de culto. Desde hace bastantes meses
se esperaba con gran interés la anunciada versión del canadiense Denis
Villeneuve, aclamado director de Blade Runner 2049, La llegada o Incendies.
Película y novela nos llevan a un futuro muy
lejano, a un planeta desértico llamado Arrakis, cuyos habitantes y riquezas han
sido explotados por los codiciosos Harkonnen durante años. Un edicto del
emperador ha expulsado a los Harkonnen del cálido planeta, y en su lugar se ha
decretado que se instalen allí los miembros de la casa de los Atreides, que a
diferencia de sus antecesores, buscan el entendimiento y la justa colaboración
con los Fremen, los oprimidos nativos de Arrakis.
Lo más llamativo es que la película tiene las
características formales de un relato bíblico. Villeneuve no ha tratado de
disimular los referentes veterotestamentarios de una historia que, entre otras
muchas cosas, trata de un pueblo que vive en el desierto, permanentemente
explotado por naciones más poderosas, y que espera la llegada de un Elegido.
Por otra parte, otros elementos de la puesta en escena, fieles a la novela,
están claramente sacados de la tradición cristiana, como los hábitos monacales
o las ropas ceremoniales.
Aunque no se puede dudar de su condición de
cine-espectáculo ni de su vocación comercial, Villeneuve se ha preocupado de
dotar a los personajes de un cierto halo dramático, en la línea del Batman de Christopher Nolan, cuando al género de
superhéroes se le quiso dar un rostro más adulto. En ese sentido, el personaje
de Paul, interpretado por Timothée Chalamet, es un joven introvertido y muy
condicionado por la búsqueda de su identidad y vocación. Su interpretación es
brillante, aunque para muchos espectadores no está tan claro que la
apariencia lordbyroniana del actor sea la
más adecuada para este personaje.
Se agradece la escasa presencia de cuotas
ideológicas, sobre todo de género, lo que además favorece la fidelidad del guion
a su referente literario. Eso no quita para que algunas cuestiones presentes en
la novela adquieran especial actualidad, como es el empoderamiento femenino que
promueve la Hermandad Bene Gesserit, las dificultades de vivir en un planeta
desertizado y con altas temperaturas, o la crítica al neocolonialismo que
exprime a lo que llamaríamos el Tercer Mundo.
Sorprende que la banda sonora, de Hans Zimer, se
parezca tanto a la que escribió Jóhann Jóhannsson para La llegada, del mismo director. Una banda sonora que
quizá tiene demasiado protagonismo.
En resumen, una película espectacular, con buenos
mimbres, al servicio de una historia que ciertamente ya se nos ha contado mil
veces, aunque no por ello sea menos verdadera: la eterna convivencia entre el
trigo y la cizaña y el anhelo de un Salvador.
Foto: Warner
Bros
Fuente Alfa &
Omega
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