La Familia | Bonifacio Fernandez, cmf/CR
Todos
los días de mi vida
El
consentimiento explícito de los novios es una parte esencial, según el
ritual del matrimonio, en la comprensión sacramental, para convertirse en
esposo y esposa. Se puede expresar de distintas maneras. Van desde el
simple: “Sí quiero” de la forma interrogativa hasta expresiones más
completas. La que resulta más explícita incluye, a su vez, tres acciones
esenciales: yo te recibo a ti, me entrego a ti, prometo serte fiel. Se trata,
pues de una recepción recíproca, entrega mutua y promesa de fidelidad sean
cuales sean las circunstancias de la vida que se comienza: la adversidad, la
prosperidad, la salud, la enfermedad.
También
resulta muy significativa una expresión que figura en final del consentimiento.
Ha cambiado en la renovación del ritual. Estábamos familiarizados con las
palabras “hasta que la muerte nos separe”, según la fórmula anterior. Ahora ha
cambiado y se ha convertido en esta otra: “todos los días de mi vida”. La donación
y recepción mutua tiene vocación de durar toda la vida. Cuando la
relación que se va a reconocer, atestiguar y celebrar es lo suficientemente
intensa y apasionada, no resulta imaginable la separación. El deseo de vivir
juntos, programar y construir juntos el futuro es tan absorbente que uno
puede y quiere anticipar el tiempo y comprometer la vida entera.
Hasta que
la muerte nos una más
El proyecto
de vida matrimonial es un proyecto de amor, públicamente reconocido y
celebrado. Eclesialmente sacramentalizado. La entraña de dicha alianza es
fidelidad para siempre. Es cierto que la muerte es un acontecimiento
natural e individual; que es imprevisible y cierta, que la muerte separa a
las personas en el mundo de lo visible y las cubre con un silencio sepulcral.
Es cierto que significa soledad, que interrumpe la dinámica del amor de
alianza. Y digo intencionadamente interrumpe. La verdad es que desde la
experiencia cristiana el amor está a prueba de la muerte; que el amor es más
fuerte que la muerte.
En la
relación conyugal se viven momentos que los cónyuges quisieran retener y
eternizar. Son esas experiencias fuertes de relación íntima y plena, en las
cuales se descubre que te amo tanto que necesito que estés conmigo para
siempre. Por contraste, las mismas experiencias sirven de referencia para la
revisión de vida: ¿Te amo tanto que necesito que vivas para siempre?
En la medida
que estos momentos mágicos se dan y son abundantes en la vida de una pareja, se
entiende el sentido de la expresión: “hasta que la muerte nos una más”. El amor
conyugal no es meramente caduco y temporal, como todo amor verdadero pide
eternidad, es ya aperitivo de la eternidad. Ese final hacia el que caminamos y
esperamos traerá la plenitud de un amor y una entrega, que ya no estará
amenazada por la muerte. Y esa alegre esperanza constituye una buena
noticia para la vida conyugal.
Publicado por Ciudad Redonda:
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