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    miércoles, 1 de septiembre de 2021

    Todos los días de mi vida


    La Familia | Bonifacio Fernandez, cmf/CR



     

    Todos los días de mi vida

     

    El consentimiento explícito de los novios es una parte esencial, según el ritual del matrimonio, en la comprensión sacramental, para convertirse en esposo y esposa.  Se puede expresar de distintas maneras. Van desde el simple: “Sí quiero” de la forma interrogativa hasta expresiones más completas. La que resulta más explícita incluye, a su vez, tres acciones esenciales: yo te recibo a ti, me entrego a ti, prometo serte fiel. Se trata, pues de una recepción recíproca, entrega mutua y promesa de fidelidad sean cuales sean las circunstancias de la vida que se comienza: la adversidad, la prosperidad, la salud, la enfermedad.

     

    También resulta muy significativa una expresión que figura en final del consentimiento. Ha cambiado en la renovación del ritual. Estábamos familiarizados con las palabras “hasta que la muerte nos separe”, según la fórmula anterior. Ahora ha cambiado y se ha convertido en esta otra: “todos los días de mi vida”. La donación y recepción mutua tiene vocación de durar toda la vida.  Cuando la relación que se va a reconocer, atestiguar y celebrar es lo suficientemente intensa y apasionada, no resulta imaginable la separación. El deseo de vivir juntos, programar y construir juntos el futuro es tan absorbente que uno puede y quiere anticipar el tiempo y comprometer la vida entera.

     

    Hasta que la muerte nos una más

    El proyecto de vida matrimonial es un proyecto de amor, públicamente reconocido y celebrado. Eclesialmente sacramentalizado. La entraña de dicha alianza es fidelidad para siempre. Es cierto que la muerte es un acontecimiento natural e individual; que es imprevisible y cierta, que la muerte separa a las personas en el mundo de lo visible y las cubre con un silencio sepulcral. Es cierto que significa soledad, que interrumpe la dinámica del amor de alianza. Y digo intencionadamente interrumpe. La verdad es que desde la experiencia cristiana el amor está a prueba de la muerte; que el amor es más fuerte que la muerte.

     

    En la relación conyugal se viven momentos que los cónyuges quisieran retener y eternizar. Son esas experiencias fuertes de relación íntima y plena, en las cuales se descubre que te amo tanto que necesito que estés conmigo para siempre. Por contraste, las mismas experiencias sirven de referencia para la revisión de vida: ¿Te amo tanto que necesito que vivas para siempre?

     

    En la medida que estos momentos mágicos se dan y son abundantes en la vida de una pareja, se entiende el sentido de la expresión: “hasta que la muerte nos una más”. El amor conyugal no es meramente caduco y temporal, como todo amor verdadero pide eternidad, es ya aperitivo de la eternidad. Ese final hacia el que caminamos y esperamos traerá la plenitud de un amor y una entrega, que ya no estará amenazada por la muerte. Y esa alegre esperanza constituye una buena noticia para la vida conyugal.

     

    Publicado por Ciudad Redonda:



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