Actualidad | José Ignacio González Faus
O
todos o ninguno
La última
lección inesperada, aunque muy obvia, que nos está trayendo la covid con su
variante ómicron es que los humanos solo podemos salvarnos a partir de una
igualdad fundamental. La reacción de “nosotros primero”, que pudimos ver en
Israel comprando las vacunas a precio más caro, o en los EEUU saqueando aviones
que llevaban material sanitario a otro país y hacían escala en algún aeropuerto
norteamericano, pareció muy eficaz de momento. Pero, a más largo plazo, ha
resultado inútil: anteayer nos dijeron que esa variante había aparecido solo en
Sudáfrica y hoy nos cuentan que ya se ha detectado en varios países europeos.
Añadamos
que, mientras en Europa hay varios países que han cubierto el 70% de su
vacunación, en África ningún país pasa del 7%. Desde este dato se entiende
todo; y nace la sospecha de que nuestra cacareada “aldea global” pueda
convertirse en un enorme recinto, donde cada país viene a ser como la celda de
una prisión. Éramos aldea global a la hora de sacar provecho del otro; pero a
la hora de ayudarlos a que tuvieran una seguridad como la nuestra, volvimos a
ser un planeta dividido, donde hay países de primera, o de segunda o de tercera
categoría.
Y el bichito
nos avisa de que nuevas huidas hacia adelante acabarán trayéndonos nuevos
desastres: o nos salvamos todos o seguiremos amenazados todos. Con las
consecuencias psicológicas que estamos viendo que tiene esa amenaza para
aquellos que no han sido víctimas de la covid19: que, a la pandemia vírica le
acompaña otra pandemia psíquica. Porque los países que nos creemos
“desarrollados”, seremos más ricos pero no somos más fuertes.
Estos datos
confirman una verdad radicalmente cristiana: he dicho otras veces que hay una
palabra que siendo totalmente “laica” es, a la vez, profundamente teológica. Y
es la palabra igualdad. Los humanos somos todos hijos de un mismo Padre y, como
hijos, somos todos hermanos en Cristo, e iguales en dignidad y derechos. Por
eso los racismos han sido siempre gravemente pecaminosos: tanto si era el
racismo de la etnia, o el de la nación o, como sucede ahora, “el racismo del
dinero”.
La necesidad
de una igualdad ante la pandemia (¡en beneficio propio!) nos lleva a la
necesidad de una igualdad global, como la que proclaman inútilmente todas las
Declaraciones de derechos. Nos hemos querido defender de ese incumplimiento con
la excusa de una meritocracia sin matices: los que están arriba lo están
gracias a sus méritos, y los que están abajo están ahí por su culpa.
Esta
explicación, que puede valer para un mínimo tanto por cien de casos, la hemos hecho
universal y única, olvidando que la gran mayoría de los que están arriba lo
están por algún privilegio gratuito o por alguna injusticia patente o latente:
ya san Juan Crisóstomo repetía que “quien es muy rico es un ladrón o hijo de
ladrón”; y eso tiene más vigencia hoy que entonces. Bastaría con repasar todas
las relaciones del Europa con África: desde la esclavitud (en el siglo XVIII)
al colonialismo (en el XIX y XX) hasta ese mecanismo actual por el que, si en
un país entra una ayuda al desarrollo de 40, sale de él un reembolso de deuda
de 60. Los méritos pueden justificar unas desigualdades como de uno a cinco;
pero no de uno a mil, como las que soporta nuestro mundo
Dicho una
vez más: primero y tercer mundo encarnan hoy la parábola jesuánica de Epulón y
Lázaro, en la que destaca el detalle de que se prescinde de si el rico lo era
por sus méritos y el hambriento lo era por su culpa. Lo único que se nos dice
es que uno banqueteaba y el otro sufría de hambre y heridas: inspirando a los
perros una compasión que no llegaba hasta el Comilón (traducción literal de la
palabra epulón).
Total:
cuando creíamos estar saliendo ya del oscuro túnel pandémico, es de temer que
estemos otra vez como al principio y que esa sea “la antigua normalidad” a la
que queríamos regresar…. Todo por los egoísmos y desigualdades en la salida.
Como en aquella vieja parábola del teatro incendiado en el que, por querer
salir todos el primero, acabaron pisoteándose unos a otros y no pudo salir casi
nadie.
¿Aprenderemos
la lección?
Publicado por Atrio
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