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La avaricia y el lujo, dos plagas eternas
“El
Estado sufre de dos vicios opuestos, la avaricia y el lujo; dos plagas que, en
el pasado, han sido la ruina de todo gran imperio”.
Esta
cita suena atemporal. Su autor bien podrÃa haber sido Arnold Toynbee,
Christopher Dawson, Thomas Sowell, Romano Guardini o cualquier número de
observadores sociales que hayan sido testigos de estas plagas que actualmente
asolan América. Las citas, sin embargo, pertenecen a Titus Livius (en inglés
como “Livy”), el historiador romano que escribió estas palabras hace más de
2000 años.
El
lujo y la avaricia (también conocida como codicia) están ligados a la condición
humana. La brecha entre los “ricos” que necesitan proteger su riqueza y los
“pobres” que envidian a los “ricos” ha sido un problema perenne en todo el
mundo. Este problema puede ser más agudo que nunca, especialmente en los
Estados Unidos. ¿Admiramos o envidiamos a los ultras ricos? Una breve encuesta
de casas de celebridades plantea la pregunta: “¿Cuánto lujo necesita una
persona? Solo por nombrar tres ejemplos notables:
—
El director de cine George Lucas vive en una casa valorada en unos 100 millones
de dólares. Cuenta con un teatro de 300 asientos, un estacionamiento subterráneo
para 200 y una biblioteca de dos pisos.
—
El domicilio de Oprah Winfrey, en comparación, es de apenas $88 millones. Tiene
14 baños y un lago abastecido artificial para la pesca.
—
El gurú de la computación Bill Gates vive en una mansión de $125 millones que
se extiende sobre 66,000 pies cuadrados y tiene 24 baños además de una piscina
cubierta y al aire libre con un sistema de música bajo el agua.
El
lujo de los ricos inevitablemente fomenta la codicia. Michael Douglas, en el
papel de Gordon Gecko, el último bandido de Wall Street —en la pelÃcula Wall
Street de Oliver Stone de 1987— representa a todos los que anhelan el lujo en
su discurso teatral a los accionistas de una compañÃa papelera: “La avaricia
tiene razón. La codicia funciona. La codicia aclara, atraviesa y captura la
esencia del espÃritu evolutivo. La codicia en todas sus formas ha marcado el
ascenso de la humanidad, y la codicia, recuerda mi palabra, no solo salvará a
Teldar Paper, sino a esa otra corporación que funciona mal llamada Estados
Unidos”.
Somos
testigos de este mismo deseo fuera de control por adquisiciones sin sentido en
la muy aclamada pelÃcula de 1941 de Orson Welles, Citizen Kane.
En
el cuento de León Tolstoi, “Cuánta tierra necesita un hombre”, un ruso, que ya
es rico, quiere aumentar su riqueza. Los ancianos de una tribu en el este le
dicen que puede reclamar para sà mismo toda la tierra que puede atravesar a pie
en un dÃa. La codicia lo impulsa a apostar mucha más tierra de la que
posiblemente pueda adquirir de esta manera. Cuando corre de regreso al punto de
partida, cae muerto de agotamiento. Los ancianos se rÃen mientras cavan su
tumba diciendo: “Esta es la tierra que necesita el hombre”.
En
su encÃclica de 2009, Caritas in Veritate, el Papa Benedicto XVI aborda el
creciente problema de la disparidad entre ricos y necesitados. En cursiva, para
enfatizar el punto, afirma: “La riqueza del mundo está creciendo en términos
absolutos, pero las desigualdades van en aumento” (22).
El
tÃtulo de la encÃclica, “Amor en la verdad”, es a la vez oportuno y
profundamente significativo. La verdad es lo que da valor y sentido a la
caridad. “Sin verdad”, escribe el Papa Benedicto, “la caridad degenera en
sentimentalismo... Cae presa de emociones y opiniones subjetivas contingentes,
se abusa y se tergiversa la palabra 'amor', al punto que llega a significar lo
contrario.”
Sabemos
demasiado bien con qué facilidad el “amor”, desarraigado de la verdad, se
desvÃa y, en consecuencia, no beneficia a nadie. Una cultura que rechaza la
verdad también, al mismo tiempo, rechaza el amor en su forma auténtica.
El
lujo en sà mismo puede no ser un pecado, pero acumular lujos frÃvolos puede ser
un pecado contra la justicia. El libro de David Cloutier, The Vice of Luxury:
Economic Excess in a Consumer Age, cuestiona el patrón de posesiones excesivas
e innecesarias mientras ignora a aquellos que necesitan las necesidades de la
vida. Su capÃtulo sobre “Lujo y necesidad. ¿Qué es suficiente? proporciona
ideas interesantes sobre un tema muy importante.
El
Papa Benedicto argumenta que una de las raÃces de la falta de compartir la
riqueza con los demás es un cierto desprecio por la vida humana en todas sus
formas, incluidas las vidas de los no nacidos:
“La
apertura a la vida está en el centro del verdadero desarrollo. Cuando una
sociedad se mueve hacia la negación o supresión de la vida, acaba por no
encontrar la motivación y la energÃa necesarias para luchar por el verdadero
bien del hombre. Si se pierde la sensibilidad personal y social hacia la
aceptación de una nueva vida, también se marchitan otras formas de aceptación
valiosas para la sociedad. La aceptación de la vida fortalece la fibra moral y
hace a las personas capaces de ayudarse mutuamente. Al cultivar la apertura a
la vida, los pueblos ricos pueden comprender mejor las necesidades de los pobres,
pueden evitar emplear enormes recursos económicos e intelectuales para
satisfacer los deseos egoÃstas de sus propios ciudadanos y, en cambio, pueden
promover la acción virtuosa dentro de la perspectiva de la producción que es
moralmente sólida y está marcada por la solidaridad, respetando el derecho
fundamental a la vida de todo pueblo y de todo individuo” (28).
Insta
a las personas a mirar las cosas con “nuevos ojos y un nuevo corazón, capaces
de elevarse por encima de una visión materialista de los acontecimientos humanos”
(77). Nuestra caridad debe estar anclada en la verdad, una verdad que
reconozca, en la justicia, las necesidades de todos y la inutilidad de poseer
lujos mucho más allá de lo que razonablemente se necesita.
Publicado
por LaFamilia.info
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