Testigos de la Fe | Ángel Gutiérrez Sanz
San Juan Bautista de Rossi
(El apóstol del confesionario)
Por una serie de carambolas vamos a ver
a Juan Bautista en una situación envidiable para poder dar satisfacción a sus
aspiraciones vocacionales. La cosa comenzó como sigue: Él había nacido en 1668
en un pueblecito llamado Boltaggio, cercano a Génova, perteneciente a una
familia cristiana, con unos padres que le querían mucho y velaban por él, pero
sucedió que un verano, cuando Juan Bautista tendría aproximadamente diez años,
un matrimonio muy piadoso fue al pueblo a pasar las vacaciones y el muchacho
les causó tan buena impresión, que convencieron a los padres para que se fuera
a vivir con ellos a Génova. Naturalmente esta separación era desgarradora y
suponía un gran desconsuelo, tanto para él como para sus padres, pero tenía la
gran ventaja de que allí podría estudiar y formarse convenientemente.
Una vez en la casa de ese piadoso
matrimonio habría de producirse otro encuentro aparentemente casual. A casa
solían ir con frecuencia unos padres capuchinos amigos, a quienes la familia
ayudaba económicamente y sucedió un poco lo mismo; vieron en el muchacho tan
buenas cualidades que creyeron oportuno hacérselo saber al P. Provincial, que
casualmente era tío de Juan Bautista, quien se puso a su vez en contacto con
otro miembro de la familia, que estaba de Canónigo en Roma, el cual acabaría
llevándoselo a su lado para que en el Colegio Romano cursara, con gran
aprovechamiento, los estudios. Durante el tiempo de seminarista le vemos ya
preocupado por los pobres y los enfermos y con ansias de trasmitir a los demás
el evangelio.
Acabado el tiempo de formación fue
ordenado sacerdote a los 23 años, pasando a ejercer el sagrado ministerio
sacerdotal con el celo apostólico de los santos y proyectando su atención sobre
tres sectores de la población que él consideraba que estaban más abandonados y
necesitaban que alguien se ocupara de ellos. Por una parte, estaban los pobres
y los enfermos. Durante cuarenta años estuvo en contacto con los pobres del
albergue de Sta. Galla, llevándoles el consuelo, la instrucción y cariño que ellos
necesitaban; por otra parte, prestó también especial atención a los campesinos
que venían a la ciudad a vender sus productos y con ellos se veía en el Foro
Romano y por fin otro sector abandonado, lo constituían las mujeres, que
andaban vagando por las calles para acabar en la prostitución. Con mil
esfuerzos, alguna ayuda generosa y la bendición de Dios, fundó el Refugio de S.
Luis Gonzaga, construido para acoger solamente a mujeres, para que sirviera de
cobijo a las sintecho.
Al principio de su ministerio sacerdotal
tuvo algún problema como confesor. No se encontraba a gusto en el confesonario,
se creía falto de recursos y carente del don de consejo, pero esto sería los
primeros años. Poco a poco fue sobreponiéndose y lo que en un principio fue una
tortura, llegó a ser para él lugar preferido de su apostolado, hasta llegar a
pensar que este era el oficio que Dios le tenía reservado. «Antes me
preguntaba yo cuál era el más corto camino para ir al cielo. Ahora sé por
experiencia que es el de ayudar a otros en el confesionario... ¡Es increíble el
bien que se puede hacer ahí!»
Su fama de buen confesor se extendió, de
forma que, cuando el entraba al confesonario, se formaban colas. Si una iglesia
estaba vacía y olvidada solo hacía falta que Juan Bautista se metiera en el
confesonario para que al poco tiempo por las puertas de esa iglesia comenzara a
entrar gente. De todas partes le solicitaban que fuera a confesar a hospitales,
cárceles, conventos, religiosos, misiones, por lo que no le quedaba tiempo para
hacer otra cosa, hasta el punto de que los papas Clemente XII y Benedicto XIV,
le dispensaron de la obligación de asistir al coro, para que pudiera atender al
Sacramento de la Penitencia, donde tantas conversiones consiguió y tantas
bendiciones y gracia dispensó.
En el 1763 su mala salud, en parte
debida a los excesos ascéticos de su juventud, comienza a ser motivo de
preocupación, en este mismo año sufre un ataque al corazón que sería el
principio del fin. A los pocos meses Juan Bautista dejaba este mundo para
disfrutar de la felicidad eterna en la casa del Padre
Reflexión
desde el contexto actual:
La cultura posmoderna entre otras cosas
nos ha traído un rechazo frontal por todo aquello que significa austeridades y
penitencias, sin que falten personas incluso religiosas que se sienten
escandalizadas por este tipo de prácticas. En este asunto habría que saber
distinguir aquellas mortificaciones voluntarias, que resultan beneficiosas, de
aquellas otras que no los son, por supuesto no son aconsejables aquellas que
puedan arruinar la salud corporal, pero no todas tienen porqué ser así. Por
experiencia personal S, Juan Bautista Rossi pudo aprender la lección que hoy
nos trasmite a nosotros: “mejor que aquellas penitencias que ponen en riesgo la
salud del cuerpo es aceptar resignadamente los sufrimientos, molestias y
trabajos de cada día, sacrificarnos por los demás, aguantar pacientemente sus
impertinencias y esmerarnos en hacer bien aún a quienes nos desagradan”.
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