Fe y Vida | María Martínez López
Así se convirtió el hijo
de un granjero en padre de la genética
Actos
religiosos y un congreso con varios premios Nobel se combinan en la República
Checa para celebrar el bicentenario del nacimiento de Gregor Mendel, agustino y
primer descubridor de las leyes de la herencia
¿Puede usted doblar la lengua en forma de U? ¿Sabe qué tiene que ver
este rasgo totalmente anecdótico, o el más relevante de tener algún dedo extra,
con un fraile agustino nacido
hace 200 años? Se trata de características que se heredan según las leyes
descubiertas en el siglo XIX por Gregor Mendel, de cuyo nacimiento se celebra el 20 de
julio el segundo centenario. Un científico y religioso considerado el padre de
la genética, aunque nunca utilizó ese concepto.
Hijo de una familia sencilla de granjeros de lengua alemana en el actual
territorio de la República Checa, el joven Johann (cambió su nombre al hacer
los votos) sabía que «los descendientes de plantas y animales manifestaban las
características de sus progenitores». Incluso había aprendido de su padre a
hacer injertos de plantas en un intento por obtener las más ventajosas, explica
Alberto Gomis, catedrático de Historia de la Ciencia de la Universidad de
Alcalá.
100
jóvenes visitan Brno
Marina, alumna de 4º de la ESO del Colegio San
Agustín, de Los Negrales (Madrid) estudia Letras. Pero le interesa mucho la
biología. Por ello, la semana pasada disfrutó cuando los 100 participantes en
el I Encuentro de Escuelas Agustinianas, que se celebraba en Praga, visitaron
la abadía de Brno y aprendieron más sobre Mendel y la genética con actividades
interactivas.
A Marina le llamó la atención sobre todo cómo «se
basó en la fe, pero además tenía muchos conocimientos de ciencia, y su
curiosidad» por los dos ámbitos. Coincide su compañera Laura, impresionada por
su amplísima biblioteca, que incluye un ejemplar de Charles Darwin, muestra de
su interés «por las investigaciones de otros».
Pero quería saber más. Y se dedicó al ello cuando ingresó en la abadía
de Santo Tomás, en la actual Brno. Durante tres años cruzó plantas de guisantes
hasta obtener líneas puras, que mostraran siempre las mismas características en
siete rasgos duales (verdes o amarillos, rugosos o lisos, etc.). Luego comenzó
a hibridarlas entre sí. Así descubrió que estos caracteres se heredaban con
absoluta regularidad. En la primera generación siempre se mostraba una
característica, la dominante. En la segunda, en uno de cada cuatro casos
aparecía la otra, recesiva. Hasta tal punto estaban las «proporciones
perfectamente determinadas», que algunos coetáneos insinuaron que los
resultados «parecían trucados», señala Gomis.
En 1865, Mendel compartió su trabajo con otros 40 investigadores y lo
publicó en la revista de la Sociedad de Historia Natural de Brno, que llegaba a
115 sociedades científicas. Sin embargo, nadie entendió la importancia que
tenían esos datos, aunque no llegara a explicar por qué se producían. Hubo que
esperar hasta que en 1900 los científicos Hugo de Vries, Carl Correns y Erich
von Tschermak descubrieron, cada uno por separado, el mismo patrón en otras
plantas. Entonces, alguien recordó ese antiguo artículo que un fraile había
publicado en alemán 35 años atrás. Apenas un par de años después, Walter Sutton
y Theodor Boveri propusieron que esas características podían transmitirse
mediante los cromosomas.
Un
centro intelectual
El descubrimiento de Mendel habría sido imposible si no hubiera sido
agustino. Su familia ya había hecho muchos sacrificios para que se matriculara
en la Universidad de Olomouc, hasta el punto de que su hermana vendió su dote.
Pronto tendría que haber empezado a trabajar. Afortunadamente, un profesor
descubrió su inquietud intelectual y sus «cualidades espirituales». Era amigo
del abad de la comunidad agustina de Brno, y le recomendó que ingresara en
ella, relata Juan Provecho, delegado del padre general de los agustinos para la
República Checa.
La abadía de Santo Tomás «era un centro cultural e intelectual» muy
importante en la región de Moravia. «Los doce hermanos eran doctores, había
músicos y teólogos», explica Provecho. Todos los centros de estudios superiores
cercanos les pedían profesores. En la abadía, además de sus experimentos, montó
en el huerto una estación meteorológica («fue el primero en describir un
tornado en la República Checa, en 1870») y colmenas que se conservan hasta hoy.
«Lo hacía en su tiempo libre, después de las obligaciones del monasterio, de
sus estudios» en la Universidad de Viena «y de dar clase». También perteneció a
varias sociedades científicas locales. Con el tiempo, «el abad le liberó de las
clases para que se dedicara a la investigación».
Solo dos años después de publicar sus hallazgos, fue elegido abad. «Él no
quería, pero aceptó como acto de obediencia y de servicio a la comunidad», aun
siendo consciente de que su afición se resentiría, explica Provecho. Eso sí,
cada día acudía tres veces a la estación meteorológica para registrar sus
datos.
Como un espejo de su vida, en la celebración del bicentenario en la
República Checa las celebraciones litúrgicas compartirán programa con un
congreso científico en el que participarán tres premios
Nobel. Será del 18 al 25 de julio en la Semana de Mendel, a la que se sumarán
muchas otras actividades y talleres en Brno. El agustino fue, además,
protagonista del estand del país en la Exposición Universal de Dubái, y sus
manuscritos pronto llegarán a Estrasburgo, en el marco de la presidencia checa
del Consejo de la UE.
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