Vida Religiosa | Leonardo Boff
Boff: "No hay ninguna
barrera doctrinal ni dogmática que impida el acceso de las mujeres al
sacerdocio"
Las decisiones del Papa y la conveniencia del
sacerdocio para las mujeres
Fue un gran paso, pero solamente el
primero, la nominación de tres mujeres em el Dicasterio de los Obispos, responsable
por la elección de los obispos en la Iglesia. Tenemos la esperanza de que
apenas se abrió una pequeña puerta para las mujeres cristianas puedan
participar de todos los oficios y servicios al Pueblo de Dios.
Santo Tomás de Aquino en la Suma
Teológica, ya en su primera cuestión, al abordar el objeto de la teología,
dejaba claro que ella puede abordar cualquier tema, siempre que lo haga a la luz
de Dios. En caso contrario perdería su pertinencia. Por lo tanto, en esta
perspectiva, cabe preguntarse acerca del sacerdocio de las mujeres,
realidad que les fue negada en la Iglesia romano-católica. Y considerar las
buenas razones teológicas que garantizan su conveniencia.
Antes de todo hay que afirmar que la
dimensión de lo femenino no es exclusiva de las mujeres, pues tanto los hombres
como las mujeres son portadores, cada cual en su propio modo, de lo masculino y
de lo femenino. Esto vale también para Jesús de Nazareth, plenamente humano
como es plenamente divino.
El así llamado “depósito de la fe”, es
decir, la positividad cristiana no es una cisterna de aguas muertas. Ella se
reaviva confrontándose con los cambios irrefrenables de la historia, como en el
caso suscitado por el Sínodo de la Amazonia y ahora suscitado por las tres
mujeres que van a participar del Dicasterio de los Obispos.
Así, en todo el mundo se verifica cada
vez más la reafirmación de la paridad de la mujer, en dignidad y derechos, con
el hombre. Comprensiblemente no es fácil desmontar siglos de
patriarcalismo que implica disminuir y marginar a la mujer. Pero lenta
y consecuentemente las discriminaciones van siendo superadas y, en ciertos
casos, hasta castigadas. En la práctica, todos los espacios públicos y las más
diversas funciones están abiertas a las mujeres. ¿Vale esto también para el
sacerdocio de las mujeres dentro de la Iglesia romano-católica? En las
Iglesias evangélicas, en la anglicana y también en el rabinato, las mujeres han
sido admitidas en la función antes reservada sólo a los hombres.
Hasta fecha reciente la Iglesia
romano-católica, en los estratos de la más alta oficialidad, se negaba a
plantear la cuestión, especialmente con Juan Pablo II. Ella quedó rehén de la
secular cultura patriarcal, pero no puede convertirse en un bastión de
conservadurismo y anti-feminismo en un mundo que avanza hacia la riqueza de la
relación hombre y mujer. El Papa Francisco tiene el mérito de plantear las
cuestiones pertinentes del mundo de hoy, como la cuestión de la moral
matrimonial o el tratamiento a los homoafectivos y a otras minorías.
Como afirmaba aún en el siglo pasado una
feminista, A. van Eyde: «El bien del hombre y de la mujer son
interdependientes. Ambos quedarán lesionados si en una comunidad uno de ellos
no puede contribuir con toda la medida de sus posibilidades. La Iglesia misma
quedaría herida en su cuerpo orgánico si no diese cabida a la mujer dentro de
sus instituciones eclesiales» (Die Frau im Kirchenamt, 1967: 360).
La minuciosa investigación de teólogos y
teólogas del más alto nivel como Karl Rahner ha demostrado que no hay
ninguna barrera doctrinal ni dogmática que impida el acceso de las mujeres al
sacerdocio.
En primer lugar, hay que recordar
que hay un solo sacerdocio en la Iglesia, el de Cristo. Los que
vienen bajo el nombre de “sacerdote”, son sólo figuras y representantes del
único sacerdocio de Cristo. Su función no puede ser reducida, como sostiene la
argumentación oficial, al poder de consagrar. Se puede decir que toda la vida
de Cristo es sacerdotal: se presentó como un ser-para-otros, defendió a los más
vulnerables, también a las mujeres, predicó fraternidad, reconciliación, amor
incondicional y perdón. No sólo en la última Cena se muestra sacerdote, sino en
toda su vida, es decir, fue un creador de puentes y de reconciliación.
La función del sacerdote ministerial no
es acumular todos los servicios, sino coordinarlos para que todos sirvan a la
comunidad como lo ha expuesto muy bien en muchos escritos el Cardinal Walter
Kasper. Por el hecho de presidir la comunidad, preside también la
eucaristía. Este servicio (que San Pablo llama “carisma”, y son muchos)
puede muy bien ser ejercido por las mujeres como se muestra en las iglesias no
romano-católicas y en las comunidades eclesiales de base.
Y habría razones de las más convenientes
que fundamentan tal ministerio por parte de las mujeres.
En primer lugar, la primera Persona
divina en venir al mundo fue el Espíritu Santo, que asumió María para engendrar
en su seno a la segunda Persona, el Hijo encarnado, Jesucristo (Lc 1,35). El
Hijo solo vino después del “fiat” (el sí) de María.
Seguían a Jesús no sólo apóstoles y
discípulos, sino también muchas mujeres que le garantizaban la infraestructura.
Ellas nunca traicionaron a Jesús, lo cual no se puede decir de los Apóstoles,
especialmente del más importante de ellos, Pedro. Después de la prisión y la
crucifixión todos huyeron. Ellas se quedaron al pie de la cruz.
Fueron ellas las que primero, en una
actitud genuinamente femenina, acudieron al sepulcro para ungir el cuerpo del
Crucificado.
El mayor acontecimiento de la fe
cristiana, la resurrección de Jesús, fue testimoniado en primer lugar por una
mujer, María Magdalena, hasta el punto de que S. Bernardo dijese
que ella fue “apóstol” para los Apóstoles.
Si una mujer, María, pudo dar a luz a
Jesús, su hijo, ¿cómo no va a poder representarlo sacramentalmente en la
comunidad? Aquí hay una contradicción flagrante, sólo comprensible en el marco
de una Iglesia patriarcal, machista y compuesta de célibes en el cuerpo de
dirección y de animación de la fe.
Lógicamente, el sacerdocio
femenino no puede ser una reproducción del masculino. Sería una aberración
si así fuera. Debe ser un sacerdocio singular, según el modo de ser de la
mujer, con todo lo que denota su feminidad en el plano ontológico, psicológico,
sociológico y biológico. No será la sustituta del sacerdote. Realizará el sacerdocio
a su propio modo.
Estamos, pues, a favor del sacerdocio de
las mujeres dentro de la Iglesia romano-católica, escogidas y preparadas a
partir de las comunidades de fe. Les corresponde a ellas darle una
configuración específica, diferente de la de los hombres.
De hecho, en las comunidades cristianas
de base, particularmente en lugares lejanos, como en el interior de la
Amazonia, hacen todo lo que un sacerdote hace, solamente no pueden presidir
la comunidad y así consagrar.
Por eso que muchos obispos,
especialmente Erwin Kräutler, de la diócesis más grande del mundo,
del rio Xingú en la Amazonia, proponía al Papa cambiar la fórmula: no
decir “viri probati” sino “personae probatae”, incluyendo así a las
mujeres, com lo cual el Papa estaba concorde. La situación demasiadamente
clerical y masculina de la jerarquía jamás iba a aceptar este cambio. Lo que
podría provocar un cisma en la Iglesia.
Pero, vendrán tiempos en los que la
Iglesia romano-católica acomodará su paso al del movimiento feminista mundial,
con otras Iglesias cristianas que tienen mujeres como presbiteras e incluso
obispas, y con el propio mundo, hacia una integración del “animus” y del
“anima” para el enriquecimiento humano y también de una experiencia cristiana
más integral y finalmente en beneficio de la propia Iglesia.
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