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    martes, 27 de septiembre de 2022

    Ya quisiéramos tener ateos como Dios manda


    Reflexiones | La Verdad es libre, reflexiones para las homilías: Tomás Muro

     


    Ya quisiéramos tener ateos como Dios manda

     

    Creer

    Las lecturas de hoy nos sitúan ante la dimensión creyente del ser humano, ante la fe.

     

    Todo ser humano cree en algo o en alguien. No se puede vivir por largo tiempo y con sentido sin creer, sin tener alguna fe. Incluso el nihilista, quien dice no creer en nada, es un ferviente creyente en la nada.

     

    El justo vive por la fe, escuchábamos en la primera lectura. En el evangelio los discípulos le pedían a Jesús: “auméntanos la fe”.

     

    Esta afirmación: el justo vive por la fe aparece varias veces en la Biblia. Sobre todo, será una piedra fundamental en el pensamiento de San Pablo, (Romanos 1:17, Gálatas 3:11, y aunque no es de Pablo, aparece también en Hebreos 10:38).

     

    Hemos recibido la invitación del Señor vivir de la fe: si tuvierais un poco de fe la vida sería posible.

     

    La fe es el acto más central de la existencia.

    La fe, lo que uno piensa y cree es lo más central de la existencia humana. Necesitamos creer, confiar en algo o en Alguien para vivir humanamente. Nos podremos equivocar de dioses (ídolos) y de fe, pero necesitamos “alguna fe” para vivir. El mismo Nietzsche (ateo por excelencia) decía: “mejor cualquier fe a ninguna fe”.

     

     

    La fe -lo que creemos- ilumina toda nuestra vida, todas nuestras opciones, todos nuestros pasos. Vivimos de y conforme a lo que creemos.

     

    Quien cree (fe) en la patria, en el dinero, en el poder, toda su vida, su pensamiento, su ética-moral se verán coloreadas por tal fe, porque uno vive “por y para” esa realidad en la que ha puesto su confianza.

     

    De hecho, hay muchas personas que tienen un ídolo como dios, aunque después practiquen una religión. Hay personas (ideologías) cuyo dios es la patria, aunque al mismo tiempo “consuman” alguna religión, practiquen algún rito, etc.

     

    Podríamos traducir la expresión de Habacuc y de San Pablo por: “uno vive de lo que cree y para lo que cree”. El justo, el ser humano vive por la fe.

     

    Vivir en una permanente desconfianza es muy difícil, si no imposible. Para vivir hay que creer (confiar) en la vida, en los demás, en Dios. Lo problemático en la vida no es confiar, sino desconfiar. Nos es necesaria la fe, alguna fe, para vivir equilibradamente como personas.

     

    Dos aspectos de la fe

    + La fe como confianza: así la fe es “creer a Dios”, más que creer en Dios, creer es fiarse de Dios, creer a Dios. Es la llamada fe fiducial: la fe como apoyo en Dios, como confianza, como descanso último en Dios.

     

    + Por otra parte la fe tiene también el aspecto de contenido: creemos en algo o en Alguien… La fe, en este sentido es un credo, un núcleo, un dogma.


    Pero me parece que es más importante la confianza.

     

    La formulación de la fe, el credo, el dogma o el catecismo apenas pueden expresar todo lo que pretende definir la teología. Ni la Biblia, ni el catecismo pueden abarcar a Dios, JesuCristo, la esperanza, el cielo…

     

    Por otra parte, la doctrina, los dogmas, la liturgia, etc. pueden evolucionar (evolución del dogma).

     

    Por eso, en principio la fe no es un libro, sino una actitud: creer es fiarse, confiar: "sé de quién me he fiado", dirá San Pablo…

     

    Pensemos, por otra parte, que el luterano, el ortodoxo confían en Cristo como nosotros, aunque la formulación doctrinal tenga variantes y diferencias.

     

    Creer hoy

    En este momento cultural probablemente, es más importante y más urgente subrayar y recuperar la fe como confianza: precisamente porque hemos perdido la fe y la confianza: no solamente en Dios sino en todo y en todos. Un ciudadano normal y medio de entre nosotros ha perdido -ha podido perder- la confianza en las ideologías, en los sistemas de pensamiento, hemos podido perder la confianza en estructuras e instituciones que secularmente han sostenido y fundamentado nuestra vida:

     

    El siglo XIX entonó el requiem por Dios, por todo valor (Nietzsche) y todavía no hemos terminado los funerales. Dios ha muerto…

     

    Dios ha muerto, Marx ha muerto, la política está agonizando, lo eclesiástico va como va… ¿En quién vamos poner nuestra confianza? Podríamos hacer nuestra la respuesta de Pedro a Jesús: ¿A dónde vamos a ir si solamente Tú tienes palabras de vida eterna?

     

    Confiemos en Dios.

    Necesitamos creer a Dios, fiarnos de Dios.

     

    Confiar hace bien al ser humano.

     

    A la fe no vamos a volver retornando a las posturas más intransigentes, cuando no fanáticas, sino confiando. [1] La misericordia es mejor que el fanatismo.

     

    Quiera Dios que el obispo que nombren para nuestra diócesis sea un hombre de confianza y no un doctrinario fanático.

     

    Acojamos y generemos confianza

    La confianza es buena, hace bien, sana. Pongamos nuestra existencia en Dios, confiemos y generemos confianza y paz en nuestro derredor.

     

    Abiertos al ser, a Dios, a Cristo digamos el acto de fe:

    ¡Señor, auméntanos la fe!

     

    [1] Con Francisco, la intransigencia casi fanática de la doctrina (que no verdad) ha dejado paso a la bondad y la misericordia. La Iglesia está dejando de ser un tribunal inquisicional y está pasando a ser un redil, un hogar, un lugar de misericordia.

     

    Religióndigital.org





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